Manifestantes gritan consignas durante una protesta antigubernamental en el centro de El Cairo el 21 de septiembre de 2019/GETTY

Agenda Exterior: protestas en Egipto

Política Exterior
 |  2 de octubre de 2019

¿Debe preocuparse Europa por lo que sucede en Egipto?  

Casi nueve años después del inicio de la primavera árabe, las protestas ciudadanas han vuelto a poner contra las cuerdas a la dictadura egipcia. Tras responder con un recrudecimiento de la represión –más de 400 detenidos tras las manifestaciones del 23 de septiembre, incluidos destacados activistas y defensores de derechos humanos–, el régimen de Abdelfatah Al Sisi se ha visto obligado a recular parcialmente, cancelando sus recortes al programa nacional de subsidios alimentarios y anunciando un paquete de reformas políticas. Preguntamos a los expertos sobre la posición de la Unión Europea ante la deriva del país.

 

Santiago Alba | Ensayista. @SantiagoAlbaR

Tras el golpe de Estado del general Al Sisi contra el primer presidente de Egipto democráticamente elegido, Mohamed Mursi, la UE exigió en un comunicado del mismo 3 de julio de 2013 respeto a las aspiraciones democráticas del pueblo egipcio y al precario e incipiente Estado de Derecho. Un mes después, como consecuencia del asesinato de 900 personas que se manifestaban en una plaza de El Cairo, prohibió a los países miembros la exportación de armas al país del Nilo. Estas tímidas medidas, violadas enseguida de facto, han chocado con la paulatina normalización de relaciones y la creciente colaboración entre las dos partes.

Estamos hablando de un país donde se ha encarcelado a 60.000 personas en los últimos años, en el que la tortura, las desapariciones forzadas y las ejecuciones extrajudiciales están a la orden del día y en el que la persecución de toda forma de oposición va acompañada de penas abusivas y condenas a muerte. En este sentido contrastan las políticas de derechos humanos de la UE, muy beligerantes respecto a China o Rusia -por ejemplo-, con la indiferencia interesada frente a sus “aliados” Oriente Próximo: Arabia Saudí, Bahrein y desde luego Egipto. Mientras se silenciaban las violaciones reiteradas de los derechos humanos, la UE reanudó en julio de 2017 las reuniones del Consejo de Asociación con Egipto, país cuyo valor geoestratégico para Israel y EEUU -no lo olvidemos- es prioritario. A este “seguidismo” europeo se une la voluntad de la UE de frenar los flujos migratorios en el Mediterráneo, lo que se tradujo en el acuerdo de cooperación que firmó la UE con el régimen de Al Sisi el pasado mes de febrero.

Como vemos, no se trata de que la UE no proteja los derechos humanos en Egipto sino que facilita de hecho su violación, indicio de una política exterior que no se guía por los valores que dice defender. En este sentido habría que exigir a nuestros gobernantes europeos la renovación del embargo de armas represivas, el fin de la cooperación en políticas migratorias y la aplicación de sanciones y presiones coercitivas encaminadas a debilitar en la medida de lo posible una de las dictaduras más feroces del planeta.

 

Bárbara Azaola Piazza | Investigadora en el Grupo de Estudios sobre las Sociedades Árabes y Musulmanas, Universidad de Castilla-La Mancha. @Bazaola

Lo que ocurre en Egipto debe preocupar, y mucho, a la UE. Su condición de país bisagra entre Oriente Próximo y el continente africano, con un histórico papel de liderazgo en la región y con el peso demográfico que le da una población cercana a los 100 millones, hace que lo que allí suceda deba ser objeto de atención.

Hasta ahora la preocupación de los Estados europeos se ha centrado en respaldar a los sucesivos líderes egipcios al considerarlos garantes de una supuesta estabilidad regional, sin prestar atención al deterioro en el ámbito de los derechos humanos y a la falta de avances democráticos en el interior del país. Una estabilidad entendida como el mantenimiento de un statu quo autoritario que se percibe útil para frenar la llegada de inmigrantes a las costas europeas y combatir el terrorismo de base yihadista.

La región, sin embargo, está experimentando cambios profundos no solo de carácter demográfico, sino también socioeconómico que quedaron reflejados en el surgimiento de las revueltas antiautoritarias que atravesaron el norte de África desde finales de 2010. En Egipto, estas revueltas provocaron la caída del presidente Hosni Mubarak en febrero de 2011. En ese momento, las cancillerías europeas apostaron transitoriamente por establecer una nueva relación con sus vecinos del sur del Mediterráneo, girando el foco hacia una sociedad civil que hasta entonces había sido ignorada. Las movilizaciones de las últimas semanas reflejan cómo existe una sensibilidad en la sociedad egipcia hacia la corrupción y un profundo descontento hacia el régimen militar deAbdelfatah Al Sisi, quien cuenta con el respaldo exterior para mantenerse en el poder. Este respaldo fue escenificado durante la celebración en la ciudad egipcia de Sharm El Sheij, en febrero de 2019, de la primera cumbre entre la UE y la Liga Árabe. El lema escogido para la reunión “Investing in Stability” (Invertir en estabilidad) puso en evidencia la prioridad otorgada por la UE a una agenda centrada en cuestiones económicas y de seguridad, que guardaba silencio ante un autoritarismo de creciente intensidad y al aumento de la represión no solo hacia los Hermanos Musulmanes sino también contra otros sectores de la oposición. Europa debería preocuparse y ocuparse de una situación de ausencia de libertades insostenible a través del respaldo a los actores políticos y sociales silenciados por sus posiciones críticas frente al régimen.

 

Itxaso Domínguez de Olazábal | Coordinadora de Oriente Próximo y norte de África para la Fundación Alternativas. @Itxasdo

Las protestas en Egipto bien podrían ser consideradas un test de Rorschach para Europa. Donde algunos ven amenazas a la estabilidad de un país aliado y posibles reverberaciones en las costas y territorio europeos, otros ven una población que intenta librarse de un yugo tras décadas de connivencia occidental con regímenes antidemocráticos.

España y Europa se posicionan, quizás no necesariamente en el plano retórico pero claramente en la práctica, en el primer grupo. Los cirujanos de hierro del Mediterráneo Sur y otros países de Oriente Próximo y Norte de África nos consiguieron convencer de que representan los únicos baluartes para evitar que el caos llegue a nuestros países. A expensas de millones de vidas, las de sus ciudadanos, contraparte de un contrato social en el que no tuvieron poder negociador alguno.

El despertar de 2011 representó un punto de inflexión. No ha sido sin embargo la única ocasión en la que muchas ciudadanías árabes han dejado claro que sus regímenes son el problema, no la solución. Son, a lo sumo, parches temporales. Es más, las acciones – o inacciones – de los regímenes profundizan las causas al origen de los dos fenómenos que protagonizan las pesadillas de las capitales europeas: radicalismo islámico y flujos migratorios. Las continuas movilizaciones – Egipto, sí, pero también Argelia, Irak, Líbano… – nos ayudan a entender qué es lo que debería importarnos: lo insostenibles que son los regímenes autocráticos que prometen estabilidad hoy, pero certifican represión hoy y desconcierto mañana.

 

Ricard González | Periodista. Túnez. @RicardGonz

Sin duda, debe hacerlo. El régimen de Al Sisi es el más brutal de la historia contemporánea de Egipto: los disidentes encarcelados se cuentan por decenas de miles, las torturas e incluso muertes en comisarías y cárceles son moneda corriente, y ni tan siquiera los ciudadanos europeos están a salvo de sus abusos. Basta recordar el espeluznante caso del investigador italiano Giulio Regeni, asesinado en 2016 después de ser torturado durante una semana.

Reducir el grado de represión del régimen egipcio debería ser, al menos, un objetivo de la política exterior europea no solo por una cuestión de principios, sino por interés. Si continúa la degradación de la vida política y de la situación social en Egipto, existe un riesgo real de implosión del sistema durante la próxima década. Habida cuenta del elevado crecimiento demográfico del país y de la inversión del régimen en proyectos que no generan un desarrollo inclusivo -como la nueva capital en mitad del desierto-, la ira popular se va condensando. Las recientes protestas son un aviso.

Quizá Egipto puede vivir instalado en una falsa estabilidad algunos años más, pero sin válvulas de escape a la frustración popular, tarde o temprano habrá un estallido revolucionario. Y esta vez podría adoptar un carácter violento. Por supuesto, las graves consecuencias de tal escenario, traspasarían fronteras y mares. No olvidemos que, con más de 100 millones de habitantes, Egipto posee cas el 30% de la población del mundo árabe.

 

Leila Nachawati Rego | Profesora de Comunicación en la Universidad Carlos III y autora de Cuando la revolución termine. @leila_na

Recientemente, Abdelfatah Al Sisi ha recrudecido las detenciones de defensores de derechos humanos como Alaa Abd El Fatah y Mahienour El-Massry. Las violaciones de derechos y la represión también afectan a la población refugiada, tanto palestina como siria, con discursos de las autoridades egipcias que incentivan el odio por y culpan a las personas refugiadas de los problemas del país, mediante unas actitudes autoritarias que recuerdan a los peores tiempos de Mubarak. Esto demuestra un absoluto desprecio por las demandas de justicia, libertad y dignidad que se extendieron por la región y por las que el pueblo egipcio luchó en 2011.

Por aquel entonces, la Unión Europea pidió disculpas en distintos momentos –a veces de manera indirecta, como con la entrega del Premio Sajárov a la primavera árabe– por haber apoyado durante décadas a gobiernos que oprimían a la población y no escuchaban las demandas populares. Se daba a entender así que aquellos gobiernos tiránicos acomodaban algunas necesidades europeas en la región; pero si no representaban a su población, la Unión no debería haber mantenido semejante grado de cercanía.

Ocho años después, estos países se encuentran en transiciones difíciles, se enfrentan a guerras abiertas o un retorno del statu quo, como ocurre en Egipto. Y la UE continua priorizando cuestiones securitarias de corto plazo en vez de los derechos de la población y el respeto a los derechos humanos. Hace unos meses supimos que Mohamed Morsi murió en la cárcel. Es tremendo que, después de todo lo ocurrido, el único presidente egipcio democráticamente electo haya acabado así y que tanto el dictador Al Sisi, como su predecesor Mubarak, continúa ejerciendo el poder. Desde la UE se está haciendo oídos sordos frente a esta situación. Convendría reflexionar sobre qué mensaje envía este silencio al próximo dictador de turno que considere que puede apoyarse en la represión sin que ocurra nada ni se exija rendición de cuentas.

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