Alfombra roja: Andy Grove

Irene García Benito
 |  1 de abril de 2016

APODO: El húngaro loco.

FRASE: “Solo los paranoicos sobreviven”.

CURRÍCULO: En 1956, la revolución húngara obligó a András Gróf István a emigrar hacia Estados Unidos con solo veinte años. András, quien ya había sobrevivido a la ocupación nazi y a la persecución de los judíos, escapó de manera ilegal a Austria para finalmente llegar a Nueva York. Convertido en Andrew Grove, en 1963 ya había obtenido la licenciatura y el doctorado en Ingeniería Química. En 1968 siguió a Robert Noyce y Gordon Moore, a quienes había conocido durante su trabajo en Fairchild Semiconductor, cuando fundaron Intel Corporation. Diez años después ya era presidente de la empresa y en 1987 alcanzó el puesto de director ejecutivo. Falleció el 21 de marzo con 79 años, quedando en el recuerdo como uno de los mayores impulsores de la industria tecnológica.

MÉRITOS: Grove convirtió a Intel en líder mundial en fabricación de microprocesadores. De ser una pequeña empresa de tarjetas de memoria, a ser la marca que lideró un cambio tecnológico. Pero, por encima de todo, Grove es conocido por ser el hombre que condujo el crecimiento de Silicon Valley. Mentor de muchos de los que hoy dominan el valle de silicio, la revista Time le nombró hombre del año en 1997 y Nightly Business Report le señaló como el líder empresarial más influyente de los últimos 25 años. Paranoico, optimista y perspicaz, Grove tradujo su peculiar carácter en una filosofía de trabajo que combinó liderazgo y trabajo en equipo. En palabras del actual presidente de Intel, Andy Bryant, “combinó el enfoque de un científico con la habilidad de involucrar a otros en una conversación honesta y profunda”.

El ejemplo de Grove sirve hoy de lección. Huyó, junto a otros 200.000 refugiados, de un país que no presentaba oportunidades, sino amenazas. Las similitudes con la actualidad perturban, pero hay una diferencia esencial entre lo que ocurre hoy y lo que ocurrió hace más de medio siglo: si András Gróf huyese hoy, probablemente no llegaría ni a Austria; ni él ni el resto de refugiados húngaros que lo acompañaban. La mayoría demostró que aportaba más valor que costes. Aunque todavía es temprano para certificarlo, la llegada de refugiados a una Europa envejecida y con una inmigración interna a la baja son, en principio, buenas noticias. Sus efectos se estiman positivos, al menos a largo plazo, aún sin conocer aspectos fundamentales como la cualificación de los refugiados que llegan al continente europeo.

Grove salió de su país sin dinero ni estudios y comenzó una vida nueva cuando apenas hablaba inglés. Tuvo la suerte de vivir en un sistema internacional que en aquel entonces daba grandes muestras de solidaridad. Alfombra roja para aquel que nos hace cuestionarnos qué pierde Europa al cerrar sus puertas.

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