Kofi Annan, durante la Conferencia de Seguridad de Munich de 2015. MSC

Alfombra Roja: Kofi Annan

Sonia Ruiz Pérez
 |  15 de septiembre de 2017

El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos ha denunciado que Myanmar está llevando a cabo actualmente una «limpieza étnica de manual». Miles de personas, según la ONG Human Rights Watch (HRW), cruzan cada día el río que separa Myanmar de Bangladesh para escapar de la violencia. Desde el país vecino, sin embargo, la orden es no dejarlos pasar y centenares de civiles se agolpan en la frontera. Firme en su idealismo, Kofi Annan no ha cesado en su intención de mejorar el mundo aunque ya no ocupe el puesto de mayor responsabilidad al respecto. No podía, por tanto, quedarse al margen de esto: en estos momentos, preside una Comisón Asesora, creada por el gobierno del país en colaboración con la Fundación Kofi Annan, cuya misión es buscar soluciones a la violencia sectaria y presentar planes de desarrollo para Rakaín. «No hay tiempo que perder, la situación del estado de Rakaín es cada vez más inestable», declaró Annan de forma premonitoria, antes del estallido de la violencia por el Ejército Rohingya de Salvación de Arakán (ARSA) a finales de agosto.

Nacido en Ghana en abril de 1938, Annan estudió en la Universidad de Ciencia y Tecnología de Kumasi y en 1961 completó sus estudios de economía en el Macalester College de St. Paul, Minnesota. De 1961 a 1962 cursó estudios de postrado en ciencias económicas en Ginebra y continuó su formación hasta 1972, cuando obtuvo un Master of Science en Gestión por el Massachusetts Institute of Technology. Ingresó temprano en el sistema de las Naciones Unidas, formando parte en 1962 de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y posterioremente de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), entre otras instituciones. Antes de ser nombrado secretario general de la ONU, Annan fue subsecretario general de Operaciones de Mantenimiento de la Paz (marzo de 1992, febrero de 1993) y tras ello secretario general adjunto (marzo de 1993, diciembre de 1996), donde demostró su buen desempeño en las operaciones de la ONU. Ya en 1997 como secretario general, muchos vieron en Annan la encarnación más completa de los ideales de la organización y múltiples logros se sucedieron durante su mandato: el Pacto Mundial de la ONU, los Objetivos de Desarrollo del Milenio, el Fondo Global contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria, la Corte Penal Internacional, la doctrina de la Responsabilidad de Proteger.

Annan ha sabido utilizar sus buenos oficios en varias situaciones delicadas, tanto en su función política como en su vida personal. Annan entendió como ningún otro el papel de los medios de comunicación y utilizó el poder de su celebridad para aumentar la visibilidad de la ONU. Tam­bién comprendió que la globalización estaba dando poder a nuevos actores, además de a los Estados soberanos. Sabía que, mientras su autoridad provenía de los Estados miembros que pagan facturas y emiten votos, su prestigio moral llegaba directamente de “nosotros, los pueblos”, de los millones de personas cuya fe en la ONU había logrado sobrevivir a la desilusión. Y sin embargo cometió errores por los que siempre será recordado. Los fracasos de Ruanda y Srebrenica dejaron entrever las carencias de la ONU y dejaron claro que las palabras y las buenas intenciones son insuficientes ante la violencia armada. Pero no fue esto, paradójicamente, lo que redujo su prestigio. Su hijo, involucrado en un caso de corrupción y desvío de fondos en un programa de la ONU para evitar que el pueblo iraquí muriera de hambre, casi provocó su cese.

Sobreviviendo debido a los favores políticos que había acumulado a lo largo de su carrera, realizó esfuerzos meritorios en sus dos últimos años como secretario general, pero su credibilidad se había agotado. Su actividad, no obstante, no se detuvo al abandonar su puesto y ha demostrado sus ansias por permanecer en la atención pública y mediar en conflictos. A pesar de todo, el compromiso de Annan con la sociedad permanece inalterable. Premio Nobel de la Paz en 2001 por «su trabajo por un mundo mejor organizado y más pacífico», dieciséis años mas tarde sigue firme en su propósito. Hoy vuelve al centro de la noticia gracias a sus esfuerzos para solventar la crisis humanitaria en Myanmar:

 

 

Por ahora no ha habido grandes progresos, más bien al contrario. La comisión encabezada por Annan denuncia con firmeza la profunda discriminación que sufren los rohingya a través de un informe que desinfla la confianza puesta en el gobierno de la Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi. Pero la historia ha demostrado que las palabras no son en ocasiones así el arma más eficiente. Los resultados no se pueden predecir. Por el contrario, afirmar que Annan hará todo lo posible por hallar el fin al conflicto es una cuestión de la que no cabe duda.

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