#BásicosPolExt: Las otras armas de destrucción masiva

Jaime Torroja
 |  6 de agosto de 2015

Con el paso de los siglos, el ser humano ha ido refinando cada vez más los instrumentos que emplea para eliminar a aquellos que le son odiosos. El pináculo de la industria de la muerte quizá sean aquellas armas que tienen el terrorífico nombre de Armas de Destrucción Masiva (WMD por sus siglas en inglés). Con este nombre nos vienen claras resonancias nucleares, fatídicos hongos de fuego y radiación y los terribles efectos en las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki. Definitivamente, las armas nucleares no tienen igual a la hora de causar devastación, pero no son las únicas en la categoría de WMD. Este grupo está compuesto además por las armas químicas, biológicas y radiológicas. En este artículo buscaremos profundizar un poco en estas armas de destrucción masiva “olvidadas”.

 

Armas químicas

Fueron el primer tipo de WMD jamás empleado. El uso de elementos químicos en la guerra data de hace milenios, en la forma del veneno y las armas envenenadas. El uso de gases asfixiantes ya se conocía en la Grecia clásica, y las bombas de humo fueron empleadas por los nativos de la isla de La Española contra los Conquistadores. Sin embargo, su clasificación como armas de destrucción masiva viene a partir del avance de la industria química y la consecuente capacidad de producción industrial.

La primera propuesta de empleo de armas químicas en la era moderna vino de la mano de Lyon Playfair (cuyo apellido podría traducirse irónicamente como Juego Limpio), secretario del Departamento de Ciencia y Artes británico, durante la Guerra de Crimea en 1854. Su argumento para emplear este tipo de armas se basaba en la creencia de que los gases asfixiantes eran un método menos doloroso y por tanto más humano de acabar con la vida de una persona, y que por tanto disminuirían el sufrimiento de los combatientes y acelerarían el final de la guerra. Este argumento fue uno de los más empleados en la defensa de las armas químicas durante décadas. Además, históricamente se han considerado como la alternativa de los países con menos recursos a la bomba atómica (Horowitz y Narang lo discuten en su paper Poor Man’s Atomic Bomb? Exploring the Relationship between “Weapons of Mass Destruction”).

Pero ¿qué es exactamente un arma química? Por regla general se considera que las armas químicas son aquellos gases que, por inhalación o contacto con la piel, generan efectos lesivos de gravedad variable. Los principales tipos son: nerviosos, asfixiantes, vesicantes (que forman ampollas), lacrimógenos, venenosos, incapacitantes y citotóxicos (que causan toxicidad en las células). Como se puede ver, en esta lista quedan excluidos los herbicidas como el infame agente naranja, cuyo uso primario se considera que estriba en la destrucción de follaje y no como arma, pese a que a menudo tienen una elevada toxicidad para los humanos. Las armas como el napalm tampoco se incluyen, puesto que su letalidad proviene del fuego o de una explosión, y por tanto son clasificadas como “armas convencionales”.

Las armas químicas se encuentran reguladas desde 1899, en la Convención de la Haya, pero su uso en la Primera Guerra mundial (1914-1918) fue generalizado a pesar de la prohibición. El Protocolo de Ginebra de 1925 reforzó la prohibición, y hoy en día 133 naciones forman parte del tratado. En 1993 se firmó la Convención de Armas Químicas (CWC), que regula no solo el uso sino también la tenencia y producción, y de la cual 188 Estados, representando al 98% de la población global, son signatarios. Gracias a estos esfuerzos, algo más del 80% de todas las armas químicas del mundo se considera verificablemente destruido.

 

Armas biológicas

Se designan así a todos aquellos agentes biológicos (bacterias, virus, protozoos, parásitos u hongos) que se empleen de manera deliberada como un arma. También se incluyen en esta definición las toxinas biológicas (como el ricino o la toxina botulínica).

Como las armas químicas, las armas biológicas se han usado desde la antigüedad, aunque su uso siempre se ha visto limitado por el escaso conocimiento que se tuvo acerca de la propagación de las enfermedades hasta bien entrada la era moderna y sus avances científicos. Uno de los métodos históricamente más empleados de guerra biológica consistía en el envenenamiento de fuentes de agua o de alimento mediante cadáveres o comida en mal estado. Uno de estos casos fue en 1346, cuando la Horda Dorada de los mongoles arrojó los cadáveres de aquellos que habían muerto por la peste sobre las murallas de la ciudad de Kaffa. En el siglo XVIII, parece haber pruebas claras de que los soldados británicos emplearon la viruela contra los indígenas americanos.

Sin embargo, el gran avance en el campo de la medicina ocurrido en el siglo XX (con la teoría de los gérmenes), posibilitó que se emplease la guerra biológica con mayor eficiencia. A pesar de su prohibición en el Protocolo de Ginebra conjuntamente con las armas químicas, su desarrollo y empleo continuó a lo largo de todo el siglo XX e incluso del XXI. Si bien su uso extensivo en la guerra nunca se ha dado, principalmente debido a que no son particularmente eficientes –son incontrolables y pueden volverse contra aquellos que las usan con relativa facilidad– existen muchos programas y lugares de investigación a lo largo del planeta, tanto para fines ofensivos como defensivos. Se ha teorizado que las armas biológicas puedan convertirse en una de las mayores amenazas debido a su posible diseminación por parte de grupos terroristas, como evidenciaron los ataques de ántrax de 2001.

Quizá uno de los aspectos más temibles de las armas biológicas que tengamos que afrontar en el futuro sea el desarrollo de armas genéticas: armas que puedan codificarse para afectar solo a aquellos que posean unas determinadas características genéticas, lo que las haría la herramienta perfecta para la limpieza étnica y el genocidio. Afortunadamente, todavía no se ha descubierto como producir este tipo de armas.

 

Armas radiológicas

El último caso que trataremos, y el más moderno, es el de las armas radiológicas. Su inclusión dentro de las armas de destrucción masiva está algo más debatida que las dos anteriores, puesto que no se considera que tengan una capacidad muy extensa de destrucción. Por ello, hay quienes la han bautizado como “arma de disrupción masiva” por el terror que pueden generar en las poblaciones desprevenidas.

Las armas radiológicas son, sencillamente, aquellas que están diseñadas para dispersar material radiactivo por una zona – excluyendo, por supuesto, a las armas nucleares propiamente dichas. El método más habitual para dispersar este material es la conocida como “bomba sucia”, en la que se emplea un explosivo convencional que al explotar arroja material radiactivo a su alrededor. Otro método es la contaminación con material radiológico de fuentes de agua, alimentos, aire, etcétera, de forma similar a como se pueda hacer con material químico.

Por regla general, se considera que este tipo de armas son inútiles desde un punto de vista militar, por lo que las armas radiológicas se consideran principalmente una herramienta terrorista. También se considera que, a pesar del miedo y el caos que puede generar, una bomba sucia es un método bastante ineficaz a la hora de causar grandes daños (acerca de la dispersión de radiación causada por una bomba sucia, en inglés, ver aquí).

Un tipo de arma mixta –nuclear y radiológica– sería la teórica “bomba salada”, en la cual un arma nuclear sería modificada para emitir grandes cantidades de radiación. Hasta la fecha no se ha pasado del estudio teórico.

 

Indiscriminadas

Como hemos visto, las armas de destrucción masiva no conforman un grupo demasiado homogéneo, sino que adoptan múltiples formas, aunque todas mantienen la capacidad de generar un gran daño de manera rápida e indiscriminada. Todas tienen en común que pertenecen a las armas llamadas “no convencionales”, distintas de los tradicionales explosivos o proyectiles sólidos.

Las armas de destrucción masiva están estrechamente vigiladas a nivel internacional (aunque las radiológicas, debido a su carencia de uso militar, lo están en menor medida) y han sido objeto de múltiples tratados y convenciones a fin de evitar su uso en la guerra y controlar su producción. Representan un grave peligro para la coexistencia pacífica de la raza humana, y su empleo es difícilmente justificable. Existen muchos casos de uso de estas armas, pero con el tiempo han ido disminuyendo y se han ido relegando al ostracismo en la opinión pública. El objetivo de un mundo sin armas de destrucción masiva puede no estar cerca, pero al menos se han dado algunos pasos en la dirección correcta.

 

Índice de artículos de la Convención de Armas Químicas: https://www.opcw.org/chemical-weapons-convention/articles/ -en inglés-

Texto de la Convención de Armas Biológicas (7ª Revisión): http://www.unog.ch/80256EDD006B8954/(httpAssets)/C2BAA955E58E15C7C1257D01005260D3/$file/BWC_CONF.VII_07.pdf -en inglés-

Resolución 1540 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (Acerca de la Proliferación de Armas de Destrucción Masiva): http://www.un.org/en/ga/search/view_doc.asp?symbol=S/RES/1540(2004)&referer=http://www.un.org/en/sc/1540/resolutions-and-presidential-statements/sc-resolutions.shtml&Lang=S

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