Davos 2017 en seis palabras

Política Exterior
 |  17 de enero de 2017

El Homo davos está en crisis. Las palabras que solía lanzar al viento como hostias consagradas o bombas de racimo ya no resuenan como antes. Su mantra –la globalización tiene el potencial de beneficiarnos a todos– está en entredicho. Los abanderados del comercio internacional y el multilateralismo han echado la bandera multicolor al fuego y marchan con cócteles molotov en las manos y políticas de tierra quemada en la mirada. ¿Qué sucede con las elites liberales?

Para ayudar al hombre de Davos a gestionar el desorden liberal que se nos echa encima, hemos elaborado un glosario mínimo, portátil, un catálogo de bolsillo de palabras ayer luminosas, hoy oscuras, en desuso o mutadas que, con suerte, quizá iluminen el largo camino de vuelta a casa. O hacia cualquier otra parte.

“¡Luz, más luz!”, que diría Goethe.

 

Liderazgo

El lema de la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos es “Un liderazgo receptivo y responsable”. Los expertos viven horas bajas. El antielitismo arrecia. Las masas se han rebelado y señalan a las elites con el dedo, tachándolas de sordas e incompetentes. O de escurrir el bulto. Razón no les falta: numerosos líderes han hecho un esfuerzo notable por ignorar el malestar de la población. 2016 ha puesto las cartas encima de la mesa: mirar para otro lado, confiar en que las aguas vuelvan a su cauce de forma natural, ya no es posible. Por eso este año en Davos se apuesta por aunar fuerzas e intentar consensuar ciertas decisiones, como la mejor manera de retomar el diálogo con una ciudadanía en franca rebeldía y volver a ganarse su confianza. Es decir, una apuesta por un liderazgo más cercano y sensible. La tarea es hercúlea, al menos en Occidente: tanto en EEUU como en Europa, más de un 60% de los ciudadanos cree hoy que sus hijos vivirán peor que ellos.

 

Proteccionismo

Precariedad y miedo van de la mano y detrás de ellos asoma, inevitablemente, la tentación proteccionista. Que no es otra cosa que un cierre de filas mal entendido. En boca de Donald Trump o Theresa May proteccionismo suena a retomar el control, a recuperar la soberanía, en este caso en el ámbito de las relaciones comerciales entre países. Pero el hombre de Davos no se engaña: proteccionismo significa volver a una política comercial trabada, ineficaz, ya sea mediante aranceles u otras barreas. Globalización y proteccionismo, por el momento, siguen siendo enemigos íntimos, y el deber del hombre de Davos es promover la primera de manera responsable y atacar el segundo sin medias tintas.

 

Multiculturalismo

El hombre de Davos siempre se ha caracterizado por su cosmopolitismo, al habitar un mundo de fronteras porosas y mestizaje cultural: un día en Hong Kong, otro en Ciudad del Cabo. El resto nos teníamos que conformar con un cosmopolitismo pasivo, casero: la multiculturalidad. Era el mundo el que venía a casa, salvo en vacaciones. Eso está cambiando. En Europa y EEUU, la política de puertas más o menos abiertas está cada vez más cuestionada, al tiempo que bullen los debates identitarios. Más del 60% de los griegos considera que la inmigración hace que Grecia sea un lugar peor para vivir. Un 61% de los alemanes estima que recoger refugiados hace más inseguro su país. ¿La solución? El proteccionismo cultural: cerrar fronteras y endurecer los marcos jurídicos para preservar las identidades nacionales.

 

Revolución

No confundir revolución con ruptura, como demandan los movimientos antielitistas. En el argot de Davos las revoluciones siempre son tecnológicas: en este caso, hablamos de la cuarta revolución industrial, para la que hemos de prepararnos. En Davos afirman que los países más avanzados serán los que vivan los cambios con mayor rapidez, pero que serán las economías emergentes las que le saquen el mayor partido. Según los expertos congregados en Suiza, la cuarta revolución industrial tiene el potencial de elevar los niveles de ingreso globales y mejorar la calidad de vida de poblaciones enteras, las mismas que se han beneficiado con la llegada del mundo digital. Sin embargo, el proceso de transformación solo beneficiará a quienes sean capaces de innovar y adaptarse. Los empresarios, no cabe duda, parecen entusiasmados por la magnitud del reto: un sondeo revela que el 70% tiene expectativas positivas sobre la cuarta revolución industrial. ¿Y la población general, qué piensa? Ahí es dónde el hombre de Davos suele pecar de arrogancia, de ahí la insistencia en prepararnos, todos, para esta revolución de la mejor manera posible.

 

Desigualdad

Es una de las semillas del mal en los países desarrollados, prósperos, donde las clases medias han sufrido en las últimas décadas un estancamiento de sus rentas. Mientras, la brecha entre los ricos y el resto no ha dejado de agrandarse. Según Intermón Oxfam, siete de cada diez personas viven en un país en el que la desigualdad ha aumentado en los últimos 30 años. Es el lado oscuro de la globalización y la revolución digital. Entre 1988 y 2016, los grandes beneficiarios de la globalización han sido las clases medias en países emergentes. En Occidente se ha producido una desconexión entre la productividad y los salarios: mediante el uso de tecnología avanzada, somos capaces de aumentar la productividad sin generar empleo o remunerar mejor el que ya existía. La riqueza acaba así concentrada en manos de los tenedores de capital, sobre todo de aquellos que son dueños de los robots y los algoritmos. Y surge una nueva clase social, caracterizada por la precariedad: la de los desempleados y subempleados.

 

Xi

La estrella invitada de este año no es ninguna estrella de Hollywood, sino el burócrata más poderoso del mundo: Xi Jinping. Es la primera vez que un presidente chino acude a Davos. Un símbolo de lo mucho que han cambiado las cosas en el último año. Si nos hubiesen dicho hace un lustro que veríamos a un político chino en las montañas suizas abanderando la globalización, el comercio internacional y el multilateralismo, mientras los líderes anglosajones hablan de desconexión, muros y aranceles, nos hubiese entrado la risa. Pero quien ríe último ríe mejor y Xi tiene razones, al menos, para sonreír.

Xi ha utilizado Davos para proyectar al mundo una versión mejorada de sí mismo y de su país: un actor comprometido con el progreso y con los retos de la sociedad internacional; sobre todo, con dos asuntos clave: la lucha contra el cambio climático y la defensa del libre comercio. Xi no cesa de repetirlo de foro internacional en foro internacional: “Vamos a agrandar la tarta de la globalización y a repartirla mejor”. ¿Es Xi, por tanto, el nuevo hombre de Davos? ¿O la confirmación de que el hombre de Davos ya pasó a mejor vida?

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