Donald Trump y Theresa May en la cumbre de la OTAN en Bruselas. GETTY

El descalabro de la relación especial

Jorge Tamames
 |  14 de junio de 2017

De aquí a un tiempo viene siendo costumbre lamentar “el suicidio anglosajón”. Con la victoria del Brexit y la elección de Donald Trump, Londres y Washington abandonaban el liderazgo internacional que ejercían desde el final de la Segunda Guerra mundial, optando por un aislacionismo xenófobo y autodestructivo. Pero Reino Unido y Estados Unidos ni siquiera han roto con sus socios europeos en aras de un proyecto común. Casi un año después del referéndum británico y tras cinco meses de presidencia Trump, la “relación especial” entre ambos países pasa por horas bajas.

El distanciamiento precede a 2016. Los desencuentros entre David Cameron y Barack Obama anticipaban fricciones de calado entre sus respectivos países. Tensiones estructurales, difíciles de reducir con un simple relevo electoral. El creciente euroescepticismo inglés, la reducción del gasto de defensa británico y el acercamiento de Londres a Pekín erosionaban el estatus de Reino Unido como lugarteniente americano y principal valedor de EEUU en la Unión Europea.

2016 resucitó la esperanza de una relación especial reforzada, si bien radicalmente distinta en su contenido. Tras el Brexit y la elección de Trump, las dos grandes potencias del mundo anglosajón parecían embarcarse en la misma aventura nacionalista. Desde entonces, sin embargo, las diferencias que los llevaron a distanciarse en primer lugar no han hecho más que aumentar. Tras las recientes elecciones británicas, el deterioro de la relación especial parece garantizado.

Tras su decisión desastrosa de convocar elecciones anticipadas, Theresa May se enfrenta a serios problemas para articular una mayoría de gobierno. El apoyo de los unionistas de Irlanda del Norte (DUP), proclamado inmediatamente después de conocerse el desplome del voto conservador, no está garantizado. El pacto con el DUP ya ha sido criticado por conservadores destacados como el ex primer ministro John Major y Ruth Davidson, dirigente de los tories escoceses, se han mostrado en contra de pactar con un partido abiertamente homófobo y poner en peligro el Acuerdo de Viernes Santo, reavivando el conflicto en Irlanda del Norte.

Ante una nueva ronda de elecciones, las encuestas otorgan una ventaja al líder laborista Jeremy Corbyn. Perteneciente al ala izquierda del Partido Laborista, Corbyn no escatima en críticas a la OTAN y el intervencionismo militar de EEUU. También ha expresado un profundo rechazo hacia Trump, pidiendo (y logrando) la cancelación de una visita oficial a Reino Unido tras los insultos que dirigió al alcalde de Londres, el laborista Sadiq Khan, por su gestión de los atentados del 3 de junio.

 

 

En el pasado, la posición de Corbyn parecía minoritaria dentro de un partido que no aceptaba su liderazgo. Tras una campaña sorprendentemente exitosa, el líder laborista está en condiciones de imponer su visión al resto del partido. Su programa de gobierno, marcadamente progresista, anuncia que los laboristas “no tendrán miedo de discrepar” con una administración estadounidense “errática”. “Cuando pienso en cada nuevo presidente durante los últimos 30 años, la preocupación siempre era cómo de cercanos estarían a Reino Unido”, opina Emily Thornberry, responsable de la política exterior laborista. “Pero cuando veo a Donald Trump, la verdadera pregunta es: ¿cómo de cerca queremos estar nosotros de él?”. Si Corbyn accede al número 10 de Downing Street, su trato con el republicano que ocupa la Casa Blanca guardará poco en común con la complicidad de Tony Blair y George Bush.

Si May se mantiene en el poder, la relación con Trump difícilmente reflejará la sintonía de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Según YouGov, el 70% del público británico tiene una imagen muy negativa de Trump. A las críticas que la primera ministra ha recibido por su cercanía a Trump se une la frustración de su propio gobierno con la administración estadounidense. Cuando el equipo de Trump filtró información confidencial sobre los ataques terroristas de Manchester, la policía británica canceló temporalmente su cooperación con EEUU. La estrecha vinculación entre los servicios de inteligencia de ambos países se suele presentar como una de las grandes pilares de la relación especial.

La impopularidad del presidente estadounidense en Reino Unido, unida a la incompetencia de su administración, garantiza los roces incluso si May fuese derrocada por otro miembro de su partido. Boris Johnson comparte con Trump el afán por cometer excesos verbales y lucir peinados extravagantes, pero eso tal vez no baste para relanzar la relación especial.

De cara a la galería, EEUU y Reino Unido continuarán manteniendo unos vínculos inmejorables. Pero detrás de la retórica oficial se esconde un hecho indiscutible: tanto para Londres como para Washington, la relación especial está dejando de serlo.

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