El contingente chino (CHNBATT) patrulla la zona libre de armas en Sudán. UNMISS

El experimento chino de política exterior en Sudán del Sur

Crisis group
 |  20 de julio de 2017

El principio que arrastra China desde tiempos inmemoriales de no interferir en los asuntos internos de otros Estados está evolucionando debido a su cada vez mayor presencia global. Dado que las inversiones chinas fuera del país y los vínculos comerciales crecen en alcance y profundidad, Pekín afronta mayores riesgos sobre la seguridad de sus ciudadanos, intereses económicos y reputación internacional. Eso, a su vez, ha enfrentado a China cara a cara con las limitaciones inherentes de su postura tradicional de política exterior. Cómo responderá con el paso del tiempo tendrá un impacto importante en el papel internacional de Pekín. El caso más relevante se encuentra en África y, dentro del continente, en Sudán del Sur, donde los chinos toman medidas para proteger a sus ciudadanos e intereses económicos, al mismo tiempo que apoyan el fin de la guerra y persiguen objetivos humanitarios, lo que parece ser una jugada calculada para probar las implicaciones de un papel global más proactivo.

El primer experimento chino de involucrarse en mayor medida en Sudán se realizó tras las fuertes críticas internacionales –que culminaron en llamadas para boicotear las olimpiadas de Pekín 2008– sobre su apoyo a Jartum, que estaba luchando en una brutal campaña contra la insurgencia en Darfur. Empleando la influencia que China ejerce en el gobierno sudanés y en el Consejo de Seguridad de la ONU, Pekín ayudó a asegurar el despliegue de tropas de paz de la ONU en Darfur. Después, cuando en 2012 comenzó la guerra de Libia, la evacuación de ciudadanos chinos generó un orgullo nacional y aumentó las expectativas de pueblo e inversores sobre el perfil global de Pekín. En ambos casos, China amplió los límites de su diplomacia consagrada por el tiempo, lo que sugiere una creciente disposición a actuar cuando sus intereses se encuentren amenazados.

 

 

Cuando la guerra civil de Sudán del Sur estalló a finales de 2013, los defensores chinos de una interpretación más flexible de la política de no intervención vieron la oportunidad de probar nuevos enfoques para proteger los intereses de su nación. Múltiples factores estaban en juego. Enormes inversiones habían hecho de la Corporación Nacional China del Petróleo (CNPC, en sus siglas en inglés), un actor económico y político. Al mismo tiempo, los intereses de China se alinearon con los de otros –mediadores y potencias occidentales– que buscaban poner fin al conflicto. Trabajando en cooperación con el órgano internacional del Cuerno de África –la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo (IGAD)–, encargada de la mediación del proceso de paz de Sudán del Sur, y con los actores occidentales, los legisladores chinos creyeron que podían intervenir de forma constructiva al tiempo que gestionaban los riesgos de reputación.

Esto supuso un paso más allá respecto a su enfoque tradicional: Pekín podría seguir defendiendo su amplia adhesión al principio de la no injerencia pese a haber empleado su influencia para unir a las partes en conflicto y construir puentes entre los actores occidentales y los líderes de Sudán del Sur. Participó en el proceso de paz celebrado en Etiopía, organizó discretas conversaciones entre facciones en disputa en Sudán, dio forma a la acción del Consejo de Seguridad, envió fuerzas de paz de la ONU a la misión de pacificación en Sudán del Sur (UNMISS) y se unió en agosto de 2015 al organismo de supervisión del acuerdo de paz.

 

Este es un momento decisivo para el establecimiento de la paz en el sur de Sudán y para que China pruebe su papel recién descubierto

 

En resumen, China podría todavía oponerse a la interferencia en los asuntos internos de otros Estados, pero su definición se ha vuelto más elástica. Sigue marcando el límite en la intrusión materia de gobierno interno; se opone al cambio de régimen o a la intervención militar unilateral; y cree que la muestra de respeto, en lugar de ejercer presión o infligir castigo, es la manera en la que se obtiene la cooperación y se mejora la gobernanza. Habiendo sido ella misma víctima de sanciones y de desaprobación internacional, China es partidaria de una persuasión más discreta. Pero la participación directa puede justificarse cuando los conflictos civiles sobrepasan las fronteras, amenazan la seguridad y estabilidad regional o cuando generan crisis humanitarias, y cuando las autoridades locales y regionales en la ONU han concedido su visto bueno. En tales casos, China tiende a apoyar el diálogo político sin imponer resultados, salvo en los casos en los que estos se relacionan directamente con la seguridad de sus ciudadanos o de sus inversiones.

Si los pasos de China son inciertos, es por una buena razón. Es consciente de su condición de potencia recién llegada a los esfuerzos internacionales en materia de paz y seguridad, en particular a través de las instituciones multilaterales, y tiene cuidado de no excederse en su participación. Está aprendiendo activamente de sus propias experiencias y éxitos, así como de los pasos en falso de otros aspirantes a pacificadores. Su cuerpo diplomático aún no cuenta con suficiente personal ni formación. Sin embargo, su considerable influencia económica y política implica que, cuando interviene, inevitablemente aporta a la mesa la influencia de la que los esfuerzos de mediación tradicionales –ya sea en Sudán del Sur u otros lugares– a veces carecen.

A pesar de las diferencias de enfoque, hasta ahora la colaboración en Sudán del Sur ha beneficiado a China, los países occidentales, sus socios africanos y el pueblo sursudanés. Deben continuar por este camino. Este es un momento crucial para el establecimiento de la paz en el sur de Sudán y un momento decisivo para que China pruebe su papel recién descubierto. Es importante que ambos esfuerzos se logren correctamente.

Este artículo fue originalmente publicado, en inglés, en la web de Crisis Group.

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