El sultán y el presidente

Jorge Tamames
 |  12 de noviembre de 2015

La relación entre el AKP y Estados Unidos no siempre ha sido fácil. Cuando el partido islamista turco accedió al poder por primera vez, su líder, Recep Tayyip Erdogan, ofendió a George Bush distanciándose de la invasión de Irak. Tras la elección de Barack Obama, la propuesta turca y brasileña para encauzar el programa nuclear iraní no fue bien recibida en Washington. A pesar de todo, Obama y Erdogan terminaron por desarrollar una relación constructiva. En el contexto de la primavera árabe, EE UU veía en el primer ministro de Turquía –islamista moderado, liberal en lo económico y democráticamente electo– un modelo exportable al resto de la región.

Cuatro años después, la relación entre Washington y Ankara vuelve a pasar por horas bajas. El distanciamiento comenzó en el verano de 2013 con la deriva autoritaria del gobierno turco, que Erdogan presentó como una reacción contra conspiraciones judeo-occidentales. Se ha agravado durante el transcurso de la guerra civil siria, en la que EE UU y Turquía persiguen objetivos contrapuestos.

El resultado de las elecciones turcas, celebradas el 1 de noviembre, parece destinado a agrandar esta brecha. El AKP arrasó, obteniendo un 49% del voto tras una campaña marcada por la crispación, la violencia y la represión de la prensa crítica. Con Ahmet Davutoglu asentado como primer ministro, los islamistas pretenden reformar la Constitución para otorgar más poderes a la presidencia, actualmente simbólica y ocupada por Erdogan: es de suponer que mandará como un sultán antes que gobernar como un presidente.

Tradicionalmente, la buena o mala salud de la democracia turca apenas ha generado interés en EE UU. Durante la guerra fría, el ejército turco, tan proamericano como propenso a dar golpes de Estado, era esencial para la alianza entre los dos países. Y ahora que su hegemonía parece incuestionable, los islamistas no necesitan agitar el espantajo de nuevas conspiraciones americanas.

 

El enemigo del enemigo de mi enemigo es…

Lo que sí representa un punto de fricción insuperable es la división entre Washington y Ankara a la hora de afrontar la guerra civil siria. En teoría, Davutoglu se embarcó en un giro hacia el mundo árabe durante su mandato como ministro de Exteriores (2009-2014). En la práctica, el neo-otomanismo de la AKP ha priorizado el oportunismo sobre cualquier visión estratégica.

En el caso de Siria, las incoherencias de la política exterior turca son difíciles de disimular. Turquía ha azuzado las llamas de la guerra civil, armando, junto a Arabia Saudí, a rebeldes extremistas. A pesar de pertenecer a la OTAN, se ha unido a la campaña contra el Estado Islámico (EI) tarde y mal. Hasta el verano de 2015, Turquía ni siquiera permitió a EE UU usar la base aérea americana en Incirlik para bombardear a los extremistas islámicos.

Ocurre que los principales rivales de Turquía en Siria no son los extremistas islámicos, sino sus principales enemigos: el régimen de Bachar el Asad y las milicias kurdas que controlan el norte del país. Estas últimas están vinculadas al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), que exige la independencia de los territorios kurdos en Irán, Irak, Siria y Turquía.

Turquía, que libró una guerra de décadas contra el Kurdistán turco, considera al PKK una organización terrorista. EE UU también, pero, al mismo tiempo, sabe que las milicias kurdas son imprescindibles para la derrota del EI, al que han logrado frenar en Irak y en Siria (durante el emblemático sitio de Kobani). Mientras EE UU apoya a los combatientes kurdos en Siria, desplegando 50 soldados de élite en su territorio, el gobierno turco ha bombardeado a aquellos que se acerquen demasiado a sus fronteras.

Los kurdos nacieron para ser traicionados”, observa el periodista Robert Fisk, enumerando las múltiples ocasiones en que Occidente ha apoyado a este pueblo para después abandonarlo a su suerte. Hoy, sin embargo, Washington tiene pocos motivos para amoldarse a la posición turca. Los kurdos en Siria reúnen tres condiciones esenciales: no son extremistas islámicos, representan una fuerza organizada y capaz, y cuentan con el apoyo (¡mutuo!) de Rusia y EE UU.

Como señala el experto en Oriente Próximo Juan Cole, Turquía, y no Rusia, es el principal obstáculo de EE UU en Siria. El choque de trenes parece ineludible.

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