Elecciones en EE UU: la demografía como problema

 |  30 de octubre de 2014

Las elecciones legislativas (midterms) de Estados Unidos están a la vuelta de la esquina, y a estas alturas el resultado no depara grandes sorpresas. Los sondeos y modelos cuantitativos auguran una victoria del Partido Republicano, que mantendría su mayoría en el Congreso y arrebataría el control del Senado al Partido Demócrata. Paradójicamente, los factores detrás de la victoria legislativa son los mismos que han hecho al partido conservador perder el voto popular en cinco de las seis últimas elecciones presidenciales.

Más allá de las circunstancias actuales (una economía cuya recuperación aún es lenta, un presidente demócrata con índices de popularidad decrecientes), los republicanos cuentan con una importante baza estructural: la abstención. Según el Pew Research Center solo un 15% de los americanos sigue las midterms con interés. La media de participación en las elecciones legislativas es casi un 15% más baja que en las presidenciales. Esta desmovilización afecta al partido gobernante en general y al electorado demócrata en particular.

Valga el caso de los votantes jóvenes. El 66% de este grupo votó a Barack Obama en las elecciones presidenciales. Pero aunque componen entre el 17% y el 19% del electorado, en las anteriores elecciones legislativas solo representaron el 12% de los votos. La infrarrepresentación es aún más marcada entre las minorías étnicas, también afines al centro-izquierda. El votante republicano –generalmente blanco, hombre y de mayor edad– adquiere de esta forma un peso desproporcionado.

La escasa participación, unida a la manipulación de circunscripciones electorales y el endurecimiento de requisitos para votar (una medida que margina electoralmente a comunidades hispanas y negras), favorece claramente a la derecha. Pero de cara a las presidenciales de 2016, esta ventaja se convierte en un arma de doble filo.

Por un lado, el voto blanco es incapaz de ganar elecciones presidenciales por sí solo. Las minorías étnicas han pasado de constituir el 25% de la población estadounidense en 2000 al 37% en 2014. A finales de la década ni siquiera existirá un grupo étnico mayoritario en EEUU. Como David Frum señala en Foreign Affairs, los republicanos no han sabido conectar con este nuevo electorado. Tanto los hispanos (con los que supuestamente comparten el conservadurismo religioso) como los asiáticos (fiscalmente conservadores, y votantes de centro-derecha en Canadá) se decantan por Obama: los primeros rechazan la postura anti-inmigración de la derecha; los segundos su constante reivindicación de los valores cristianos. Con un 71% de los votantes que no son blancos declarando que desean un mayor Estado del bienestar, las dificultades de la derecha a la hora de vender un programa económico ultraliberal no harán más que crecer.

Tampoco el voto femenino, supuesto campo de batalla clave para la victoria en noviembre, está resultando fácil de captar. Las mujeres blancas y casadas con frecuencia apoyan al Partido Republicano, pero no así el resto, ­incluyendo las madres solteras, otro grupo demográfico creciente. Los comentarios machistas y la retórica inflamatoria contra el aborto, comunes a gran parte de la derecha, son un imán de votos para los demócratas. Una reciente campaña republicana, destinada a “seducir” al voto femenino mediante anuncios que representaban a los candidatos electorales como posibles parejas, no hace más que ahondar en la imagen de un partido catastróficamente torpe (y proporcionar munición a John Stewart, versión americana del Gran Wyoming).

En el pasado, la división política de EE UU era fácil de plasmar en el mapa. Una América roja –el color del Partido Republicano– dominaba el sur y el interior del país, mientras que una azul –demócrata– controlaba la costa oeste y el noreste. Hoy el país, como observa Sasha Issenberg, se divide en la América de las legislativas y la América de las presidenciales. El resultado es un legislativo republicano y un ejecutivo demócrata. Y mientras no se diluya la crispación que domina las relaciones entre ambos partidos desde la elección de Obama, las dos Américas se encuentran en rumbo de colisión. Si el Partido Republicano usa su mayoría legislativa para ahondar en la oposición intransigente que hasta ahora ha realizado, el choque está garantizado.

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