¿La hora de Elizabeth Warren?

 |  3 de abril de 2015

¿A dónde va Elizabeth Warren? A año y medio de las elecciones presidenciales, Washington se está convirtiendo en un gallinero lleno de presidenciables prematuros. El Partido Republicano es una jaula de grillos. En el Partido Demócrata, hasta ahora resignado a una victoria arrolladora de Hillary Clinton durante las primarias, están empezando a aparecer posibles contrincantes, como Martin O’Malley y Jim Webb. Con Warren ocurre al revés. Cuanto más insiste en que no le interesa la Casa Blanca, más presionan sus fieles para que se presente a las primarias demócratas.

A pesar de ser una recién llegada al mundo de la política, a la senadora por Massachusetts, electa en enero de 2013, no le falta gancho. A primera vista, la historia de Warren podría parecer la quintaesencia del sueño americano. Nacida en Oklahoma en el seno de una familia humilde–en su autobiografía describe las penurias de su familia cuando su padre sufre un infarto–, se convirtió, tras décadas estudiando empedernidamente los mercados hipotecarios estadounidenses, en catedrática por la universidad de Harvard. Pero esta combinación –orígenes humildes y un conocimiento exhaustivo del sector financiero– le ha convertido en el azote de Wall Street.

Las críticas de Warren a la desregulación financiera empiezan con su trabajo académico, pero adquieren notoriedad a partir la crisis de 2008. Tras la caída de Lehman Brothers, Harry Reid, entonces presidente del Senado, llama a Warren para ponerla al frente de una comisión bipartidista que supervise el rescate financiero. Warren acepta, pero no tarda en criticar la laxitud con que el gobierno (tanto el de George W. Bush como el de Barack Obama) está tratando a la banca. Wall Street la tacha de persona non grata. Cuando por fin logra crear una agencia reguladora de productos financieros, Warren descubre que no será capaz de presidirla: Timothy Geithner, secretario del Tesoro entre 2009 y 2013, se cuenta entre los muchos que vetan su candidatura.

Desde el senado, Warren no ha hecho más que consolidar su reputación como la bestia negra de la banca, sometiendo a los directivos de Wall Street a interrogatorios feroces. Sus adversarios la tachan de populista, aunque la senadora deja claro, en su reciente autobiografía, que lo que quiere es regular al capitalismo americano para salvarlo de sí mismo. De A Fighting Chance al Manifiesto Comunista hay un trecho. Aún así, es suficiente para que la oposición la tache de populista. Un comentarista conservador incluso la acusó de intentar promover una revolución cultural  como la de Mao.

La leona del Senado

Para el ala izquierda del Partido Demócrata, los credenciales de Warren son inspiradores, especialmente frente a una Clinton que muchos consideran demasiado cercana a los poderes fácticos. Los partidarios de Warren no sólo exigen que se presente como candidata presidencial. Con Reid retirándose de la presidencia del Senado en 2016, muchos han pedido que de un paso al frente y se haga con el puesto que Reid quiere traspasar a Chuck Schumer.

Si Warren pretende permanecer en el Senado –para enfrentarse a Clinton necesitaría empezar a recaudar fondos hoy mismo–, la presidencia podría convertirse en un arma de doble filo. Como señala Dylan Matthews, la posición exigiría a Warren alcanzar compromisos entre las facciones conservadoras e izquierdistas del Partido Demócrata, además de lidiar con la oposición republicana que actualmente controla la cámara. Y lo cierto es que Warren ya se ha convertido en un reemplazo perfecto de Ted Kennedy, su predecesor en el mismo escaño por Massachusets. Cuando falleció en 2009, Kennedy estaba consagrado como el “león” progresista del Senado. Warren ha conseguido presionar a la Casa Blanca en más de una ocasión –la más reciente, cuando vetó al banquero Antonio Weiss para una posición influyente en el departamento del Tesoro.

Warren tiene razones para permanecer en su sitio. Está empujando al Partido Demócrata a la izquierda sin exponerse más de lo necesario, y el tiempo juega a su favor. Pero tal vez sea pronto para descartar una campaña presidencial. Si la candidatura de Clinton se debilita, la presión para que Warren se presente no hará más que aumentar.

 

 

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