La lucha por la sucesión de Mugabe paraliza Zimbabue

Entrevista con Piers Pigou
 |  15 de noviembre de 2017

El presidente del país, Robert Mugabe, ha sumido Zimbabue en una crisis política al despedir a su viejo aliado y valedor el vicepresidente Emmerson Mnangagwa. En esta entrevista Piers Pigou, experto en África del Sur de Crisis Group, explica que el líder de 93 años sigue siendo el árbitro del país y que no tendrá un sucesor claro hasta después de su muerte.

 

¿Qué está detrás de la nueva crisis política en Zimbabue?

La crisis empezó el 6 de noviembre cuando el Mugabe echó a Mnangagwa y lo expulsó del partido del gobierno Unión Nacional Africana de Zimbabue-Frente Patriótico (ZANU-PF). Algo inesperado. El poderoso vicepresidente se había convertido en un serio rival y en una amenaza para el debilitado físicamente pero todavía astuto Mugabe.

Desde la poca ceremoniosa expulsión del vicepresidente Joice Mujuru a finales de 2014, ha habido una debilitante batalla de facciones dentro de la ZANU-PF sobre quién debería suceder al anciano presidente. Enfrentó a Mnangagwa y sus seguidores contra un grupo de poderosos vocales y antiguos miembros del partido, denominados los G40. Estos cerraron filas alrededor de la primera dama, Grace Mugabe, y para mediados del 2016 era evidente que Mugabe favorecía a los asociados de su esposa, que dominaban las ligas juveniles y de la mujer de la ZANU-PF.

Durante este periodo, los veteranos de la guerra de liberación, pilar fundamental del apoyo a Mugabe, rompieron filas y se posicionaron en torno a Mnangagwa. Pero Mnangagwa no pudo aprovechar esto debido al temor de que se usara en su contra como evidencia de deslealtad. Se distanció de aquellos que lo apoyaban, lo que fue visto como un signo de debilidad e indecisión.

Su caída ha ocurrido a cámara lenta. Algunos analistan esperaban que su expulsión tuviese lugar en el congreso extradorinario del partido en diciembre. Se especula con que Mugabe actuó con antelación por miedo a que su salud se deteriore rápidamente.

 

¿Qué postura tienen el ejército y el sector de seguridad en relación con la expulsión de Mnangagwa?

El apoyo a Mnangagwa dentro del sector de seguridad, crucial para el mandato continuo de la ZANU-PF, supuestamente lo libraba de caer. Es evidente que este no fue el caso. Pero su destitución ha causado un creciente descontento.

El 13 de noviembre el comandante de las fuerzas de defensa, el general Constantine Chiwenga, hizo una declaración pública. En ella avisaba de que las dinámicas internas del partido del gobierno, incluyendo la infiltración contra-revolucionaria y las actitudes hostiles hacia el sector de seguridad de ciertos políticos, estaban desestabilizando Zimbabue y generando inseguridad. Sin mencionar a Mnangagwa, Chiwenga hacía un llamado a parar la purga de miembros del partido con un historial en la liberación, advirtiendo de que si la integridad de la revolución de Zimbabue se veía amenazada, el ejército intervendría. Aunque se expresó en defensa del comandante en jefe, el presidente Mugabe, Chiwenga de manera implícita apuntaba a él, a la primera dama y a ciertos elementos del G40.

Esta intervención pública sin precedentes ha agudizado las tensiones dentro de la ZANU-PF y las fuerzas de seguridad. La manera en que Mugabe responda a esto será crucial para evitar más tensiones. Ha permitido a oficiales superiores hacer declaraciones políticas con anterioridad, pero en general cuando estas eran acerca de la oposición. En varias ocasiones en los últimos dos años, ha expresado públicamente su desagrado por su intervención en asuntos internos del partido. La declaración de Chiwenga va más allá de anteriores intervenciones y Mugabe tendrá que emplear toda su astucia si pretende asegurarse un acuerdo continuado con las fuerzas armadas.

 

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¿Qué implica la destitución de Mnangagwa para el cambiante escenario político de Zimbabue?

Las redes de Mnangagwa dentro del partido y la administración estatal lo mantenían relativamente aislado de las maquinaciones de Mugabe y el claro intento de la primera dama de deponerlo. Para mediados de 2017, estaba claro que el G40 era de hecho un proyecto de Mugabe (si bien uno sobre el que no tenía total control), utilizado por él y su esposa para contener y frustrar las ambiciones de Mnangagwa. La coreografía de acusaciones en su contra escaló en una serie de humillaciones públicas, durante las cuales fue acusado de deslealtad, fraude y tribalismo. Todo apuntaba a su inevitable destitución. Sin embargo, de manera inexplicable, se aferró, aparentemente sin un plan coherente e incapaz de devolver el golpe de manera convincente.

Los seguidores del G40 en las provincias han hecho una lista de los aliados de Mnangagwa que quieren purgar. Esta incluye al duradero ministro de Seguridad Estatal, Kembo Mohadi, y al recientemente expulsado ministro de Finanzas, Patrick Chinamasa, quien ha sido la cara pública de la vuelta al compromiso con instituciones financieras internacionales. Algunos serán expulsados del partido, pero la mayoría se verá enredada en procesos disciplinarios internacionales que frustrarán cualquier intento de devolver el golpe desde dentro de las estructuras provinciales del partido. Se espera también una purga de los altos funcionarios percibidos como aliados de Mnangagwa.

Mugabe cumple 94 años el próximo febrero y se mantiene como el candidato presidencial del partido para las elecciones de 2018. ¿Qué tipo de sucesión está planeando? ¿Apoyará el ascenso de su mujer, Grace Mugabe, a la vicepresidencia?

Habiéndose desecho de su mayor rival, Mugabe puede ahora dirigir su sucesión, que seguramente no sucederá hasta que muera en la presidencia. El congreso extraordinario de su partido, que se llevará a cabo del 12 al 17 diciembre, será testigo se una reconfiguración y una posible expansión del presídium para incluir a tres vicepresidentes (también conocidos como segundos secretarios), cargos que seguramente ostenten el vicepresidente, Phelekezela Mphoko, Grace Mugabe y el ministro de Defensa, Sydney Sekeremayi. Este último ha recibido el apoyo en los últimos meses de Grace y el G40 como el hombre en quien más confía Mugabe. Pero, como todos los demás, Sekeremayi es un simple escogido para cumplir la voluntad del presidente. No cuenta con su propia base de poder, y a finales de 2014 tuvo que ser rescatado por Mugabe después de estar en el punto de mira en la purga anti-Mujuru.

Las ligas de la mujer y juvenil de la ZANU-PF, ahora apoyadas por el vicepresidente Mphoko, han acudido a Mugabe para que designe a su mujer como vicepresidenta. Ella es indudablemente ambiciosa y puede tener las vistas puestas en el máximo cargo. Mugabe, árbitro final, ha apoyado la controvertida incursión de su esposa en la política, donde ella ha estado a su vez apoyando los intereses políticos de su marido. Pero es consciente de que ella no es tan popular y de que un movimiento dinástico tan descarado podría estimular a la fragmentada oposición, al igual que a elementos insatisfechos de dentro del partido. Su ascenso a vicepresidente tampoco garantiza que se quede a cargo del país una vez muera Mugabe. De hecho, su caché político caerá de manera significativa cuando su marido no esté más en el cargo.

 

¿Podría Mnangagwa protagonizar un regreso?

Cuando la culpa cayó sobre Mnangagwa la semana pasada, este huyó a Mozambique pues temía por su propia seguridad. Esto resultó una ironía para aquellos que dan la bienvenida a la caída de un hombre apodado el Cocodrilo por su reputación de violento, percibido como intocable en su momento. En su primera  declaración pública, hecha desde una localización desconocida, atacaba a la familia presidencial por tratar a la ZANU-PF como su propiedad y prometía volver para tomar control de la situación en cuestión de semanas.

Las opciones de Mnangagwa son más limitadas ahora. No está claro si intentará socavar las preparaciones para las elecciones de la ZANU-PF o si tiene la capacidad para hacerlo. También está la pregunta de cómo debería relacionarse con la oposición y en especial con Morgan Tsvangirai, que lidera el Movimiento por el Cambio Democrático, junto al que se le acusa de conspirar en secreto. Unirse a la oposición sería utilizado como evidencia de su alegada complicidad, y podría dividir aún más a la oposición, muchos de los cuales no quieren tener nada que ver con un hombre acusado de una serie de violaciones graves de los derechos humanos y de haber intentado de desvertebrar a la oposición. Pero si trata de ir por libre (como hizo Mujuru cuando formó el Partido Nacional Popular) acabaría relegado a liderar un partido pequeño y marginal dentro de un sistema político fragmentado.

 

¿Qué implica todo esto en términos de mejorar las perspectivas de Zimbabue para retomar los compromisos con los acreedores internacionales, las reformas y la recuperación?

No hay certeza sobre lo que sucederá. Tsvangirai, cuyos problemas de salud han alimentado especulaciones de que quizá no pueda liderar la mayor coalición de la oposición, la Alianza MDC, para las elecciones nacionales de abril del 2018, da claras señales de que el clima político es peligrosamente inestable.

Las condiciones económicas han empeorado visiblemente en los últimos dos meses. El volumen de circulación de dinero físico tanto en la economía formal como informal se ha contraído agudamente. Las presiones inflacionarias se han exacerbado por la crisis de liquidez, aumentando el costo de la vida, dando lugar a una bajada en el poder adquisitivo. Al mismo tiempo, el gobierno continúa financiando déficit, con el nuevo ministro de Finanzas, Ignatius Chombo, anunciando que el déficit presupuestario alcanzará los 1.820 millones de dólares este año (el presupuesto total es de 5.600 millones). El gobierno no cuenta con un plan, aparte de la constreñida opción de endeudamiento interno, que ha ido ascendiendo desde 2013. Zimbabue está regresando a territorio hiperinflacionario.

Mnangagwa era tenido por muchos como la mejor esperanza dentro de ZANU-PF para liderar una recuperación económica basada en compromisos con los acreedores internacionales y un paquete de reformas que inspirarían la tan necesitada confianza. Aun así no hay una clara evidencia de que él fuera o pudiera cumplir en este aspecto.

Aquellos ahora en ascenso dentro del partido no son susceptibles de explorar estas opciones, especialmente antes de las elecciones. No han demostrado intención alguna en hacerlo. En teoría, Mnangagwa podría exponer el plan de un nuevo compromiso, reforma y recuperación que no podía cumplir aparentemente porque estaba limitado por el faccionalismo interno del partido. Pero, si no encuentra una estrategia coherente que vaya más allá de recuperar el poder dentro del partido, pocos estarán convencidos de que tenga la visión para liderar tal regreso, por no mencionar confrontar el desafío de un plan de recuperación nacional.

Este artículo fue publicado originalemte en inglés en la web de Crisis Group.

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