¿Nuevos partidos en Estados Unidos?

Jorge Tamames
 |  10 de octubre de 2016

“Si hace cuatro años me hubieses pedido que imaginase la campaña presidencial más desesperanzadora –escribía en marzo el columnista Ron Fournier– podría haber escogido Hillary Clinton contra Donald Trump. ¿Qué podría ser peor para un sistema político renqueante y canceroso que lo que los partidos demócrata y republicano están preparando?”.

Las encuestas verifican que muchos estadounidenses piensan como Fournier. Como muestra esta gráfica de la web FiveThirtyEight, especializada en periodismo cuantitativo, el desencanto con los candidatos presidenciales de 2016 rompe récords. De no ser por Trump, Clinton sería la nominada menos popular de los últimos diez ciclos electorales.

 

2016

 

En teoría, 2016 presenta una oportunidad histórica para toda una galería de políticos descontentos con el bipartidismo. En una encuesta de Gallup de 2014, un 58% de los estadounidenses se mostraba a favor de que un tercer partido rompiese el duopolio republicano/demócrata. Hasta ahora, sin embargo, los terceros partidos son entelequias. El sistema electoral los discrimina brutalmente y, a la hora de la verdad, no hay muchos votantes dispuestos a apoyarlos.

 

Liberales y rojiverdes

Al frente de las encuestas, oscilando en torno a un humilde 9% de la intención de voto, está el Partido Libertario de Gary Johnson. Johnson, que en 2012 se hizo con 1,3 millones de votos (el 1%), se presenta como una especie de ejecutivo hippie. Progresista en lo social y (ultra)liberal en lo económico, su partido ocupa un nicho interesante, capaz de capturar tanto a conservadores desencantados con el discurso xenófobo y estatista de Trump, como a exseguidores del socialista y candidato demócrata Bernie Sanders. Pero su intención de voto se mantiene lejos del 15% que necesitaría para participar en un debate electoral.

Aunque ahora defiende el matrimonio gay y la legalización de la marihuana (que admite haber consumido durante la campaña), Johnson no luce un pasado iconoclasta. Como gobernador de Nuevo México, cuando aún pertenecía al Partido Republicano, dedicó gran parte de su mandato (1995-2003) a llenar el Estado de prisiones privadas, pelearse con los sindicatos de profesores y aprobar medidas de austeridad. También apoyaba la pena de muerte, una medida que su actual campaña rechaza. No por ello deja de ser un personaje pintoresco: según The Economist, ha llegado a pillarse los labios con pinzas y encerrarse en un congelador para demostrar su aguante ante adversidades físico-térmicas.

 

SALT LAKE CITY, UT - AUGUST 6: Libertarian presidential candidate Gary Johnson talks to a crowd of supporters at a rally on August 6, 2015 in Salt Lake City, Utah. Johnson has spent the day campaigning in Salt Lake City, the home town of former republican presidential candidate Mitt Romney. (Photo by George Frey/Getty Images)
Gary Johnson en un acto de Salt Lake City, Utah (George Frey/Getty Images)

 

El Partido Verde, con la médico Jill Stein al frente, también parece posicionado para obtener buenos resultados. De inspiración ecosocialista (defiende, entre otras cosas, recortes en el gasto militar y una Green New Deal), puede beneficiarse de la movilización que ha generado en la izquierda estadounidense la campaña de Sanders. Aunque Sanders apoyó a Clinton durante la convención demócrata, Stein le ofreció que liderase su partido en las presidenciales.

La candidata, que en 2012 recibió 400.000 votos, aún tiene que lidiar con el estigma que su partido carga desde 2000. En aquellas elecciones, su candidato, Ralph Nader, obtuvo 2,8 millones de votos: 100.000 en el estado de Florida, asegurando, según muchos demócratas, la victoria de George W. Bush sobre Al Gore. Parte del centro-izquierda no perdona a los verdes este resultado.

Tal vez por eso Stein esté teniendo poco éxito captando a progresistas desencantados con Clinton. Según CNN, el 69% de los seguidores de Sanders votarán a la nominada demócrata, frente a un 13% que optaría por los verdes y un 10% que emigraría al Partido Libertario. De cara a las presidenciales, las encuestas sitúan al partido de Stein en torno al 4%, a un punto de la cifra necesaria para recibir financiación pública.

 

Con la ley hemos topado

Independientemente de su tirón electoral, estos partidos (y otros aún menores, como el Partido de la Reforma o el paleoconservador Partido de la Constitución) se enfrentan a un sistema electoral inmisericorde. Casi siempre fracasan en su intento de hacerse un hueco institucional.

El ejemplo más significativo es el de Ross Perot. El multimillonario texano, que en 1992 lanzó una campaña caótica, se hizo con un 19% del voto gracias a su discurso populista. Sus casi 20 millones de votantes, sin embargo, estaban distribuidos por todo el país. No obtuvieron ningún apoyo del Colegio Electoral, porque Perot no quedó primero en ninguno de los 50 Estados del país.

Más allá de las limitaciones que impone el sistema electoral, una crítica frecuente a verdes y liberales es su obsesión con las presidenciales. Para disputar elecciones a demócratas y republicanos, un tercer partido necesitaría establecer una base sólida de alcaldes, legisladores regionales, congresistas, senadores y, a ser posible, algún que otro gobernador. Una iniciativa que requiere esfuerzos a largo plazo, en vez de saltar al tiovivo mediático-electoral cada cuatro años. No parece que Johnson y Stein estén por esa labor, de momento.

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