¿Reformismo o barbarie?

Jorge Tamames
 |  4 de mayo de 2017

Uno de los lugares comunes respecto a las elecciones presidenciales francesas es que representan una ruptura radical con el pasado. Por primera vez en la historia de la Quinta República, ni la izquierda socialista ni la derecha gaullista pasarán a la segunda ronda de los comicios. El 7 de mayo enfrentará a dos outsiders: el centrista Emmanuel Macron y la ultraderechista Marine Le Pen.

En realidad, ninguno de los candidatos es un recién llegado. Los Le Pen llevan décadas agitando la política francesa; Macron, que ejerció como ministro de finanzas de François Hollande, es el arquetipo del tecnócrata francés. Tampoco presentan proyectos políticos desconocidos. El Frente Nacional proviene de la larga noche del ultranacionalismo europeo. Macron es un reformista de camisa blanca, enésima encarnación de la tercera vía, en la estela de Toni Blair, Matteo Renzi o Barack Obama, cuyo estilo “emula supersticiosamente”. Progresismo business friendly, con la expresidenta de la patronal como posible primera ministra.

La “facha” contra el “banquero”. El extremo centro o la derecha extrema. “Ni peste ni cólera,” responde parte de la izquierda que apoyó a Jean-Luc Mélenchon. El líder de La Francia Insumisa, que se quedó a las puertas de la segunda ronda con casi el 20% del voto, es el único de los principales candidatos que no se ha sumado al llamado frente republicano. La consulta a la militancia insumisa reveló una división a partes casi iguales entre abstencionistas, votantes en blanco y partidarios de Macron como mal menor. La abstención, que en la primera ronda fue del 21%, amenaza con subir siete puntos, en beneficio del FN.

La posición de Mélenchon es irresponsable, en vista de la agenda extremista del FN (en la que destaca la ruptura con la Unión Europea y la brutalidad contra inmigrantes y musulmanes). Pero conviene ponerla en perspectiva. Aunque la estrategia del FN pasa por desmovilizar a una izquierda que detesta a Macron, Le Pen necesita capturar parte del centro-derecha. François Fillon apoyó a Macron, pero casi un tercio de sus votantes podrían decantarse por Le Pen. Frente al discurso que equipara “los populismos” de izquierda y extrema derecha, conviene recordar que, históricamente, el fascismo suele alcanzar el poder con el apoyo de conservadores.

Las fracturas demográficas muestran que no estamos ante un paisaje atípico. La gran diferencia en Francia es que el FN, a diferencia de otros partidos y movimientos de ultraderecha, es popular entre los votantes jóvenes. Por lo demás, el caso francés es inquietantemente similar al de Estados Unidos. Jérôme Fourquet, del instituto demográfico IFOP, señala que los indicadores del apoyo a Le Pen incluyen el grado de estudios (mayor cuanto menor sean) y la desconfianza frente a la globalización. Las zonas industriales en declive del norte de Francia, como el “cinturón de óxido” estadounidense que otorgó la victoria a Donald Trump, se inclinan por el FN.

Las encuestas llevan semanas otorgando a Macron un 60% del voto. A 20 puntos de su rival, la complacencia es su peor enemigo. En la recta final de la campaña, el centrista ha mostrado unos reflejos políticos casi tan atrofiados como los de Hillary Clinton. Entre sus errores destacan la celebración ostentosa de su victoria inicial, la decisión de convertir las elecciones en un referéndum moral en vez de abrazar propuestas que motiven a votantes progresistas, y sus traspiés en una fábrica de secadoras donde Le Pen, apareciendo por sorpresa y proclamando su oposición al candidato de la «mundialización salvaje», fue aclamada por gran parte de los trabajadores.

Anoche, para respiro de muchos, Macron se impuso a Le Pen en un debate largo y áspero. La candidata del FN cavó su propia tumba: rebuscando caóticamente entre papeles, descalificó a su adversario de manera machacona, y apenas fue capaz de exponer su programa. Pero Macron, que la acusó reiteradamente de “decir tonterías”, proyectó una imagen condescendiente. En ningún momento fue capaz de defenderse de la principal acusación: su estatus como heredero de Hollande, cuyas políticas económicas, profundamente impopulares, han contribuido al alza del propio FN.

Como señala Mark Blyth, la democracia francesa amenaza con convertirse en una antipolítica, volcada en frenar al FN pero incapaz de ofrecer alternativas políticas inspiradoras. La elección entre la barbarie xenófoba y otros cinco años de «reformismo» dictado desde Berlín es pan para hoy y hambre para mañana. La victoria de Macron, aunque deseable, puede allanar el camino para Le Pen en 2022.

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