Un conflicto irracional

Jorge Tamames
 |  22 de marzo de 2017

Nikki Haley, embajadora de Estados Unidos ante la ONU, ha respondido al reciente lanzamiento de misiles por parte de Corea del Norte rechazando cualquier negociación con Pyongyang. Haley sostuvo a principios de marzo que el régimen de Kim Jong-un es “irracional”. Rex Tillerson ahondó en esta postura durante su reciente visita a Corea del Sur. “La política de paciencia estratégica se ha terminado –señaló el secretario de Estado estadounidense–. Todas las opciones están abiertas”.

Con medio Washington obsesionado con Moscú y la otra mitad pendiente de las extravagancias del presidente, la península coreana recibe menos atención de la que merece. El conflicto entre Seúl y Pyongyang cataliza las tensiones de un vecindario tenso, repleto de potencias nucleares. Lo tiene todo: rencillas históricas, rivalidades estratégicas, competición militar a escala regional e implicaciones globales en el terreno de la economía. Es un problema que desborda la capacidad de Donald Trump.

La escalada de tensión actual muestra hasta qué punto la incompetencia puede empeorar una situación de por sí delicada. El 12 de febrero, coincidiendo con la visita a EEUU del primer ministro japonés, Shinzo Abe, Pyongyang llevó a cabo lanzamientos de misiles balísticos en el mar de Japón. Trump abordó la crisis en el club de vecinos de su mansión florideña. Un comensal subió imágenes de la escena a Facebook y se hizo fotos con el encargado de vigilar la “pelota atómica”, el maletín con los códigos de lanzamiento del arsenal nuclear estadounidense.

Trump ha descargado su ira y sus ocurrencias a través de su cuenta de Twitter. China, el principal –aunque relativamente pasivo– aliado de Corea del Norte, ha recibido múltiples críticas de 140 caracteres. No es la primera vez que el presidente enfurece a Pekín con su verborrea. Tampoco está solo en su beligerancia. Steve Bannon, el consigliere ultraderechista, opinó hace un año que una guerra entre China y EEUU es inevitable. Aunque Tillerson ha moderado su discurso en Pekín, siguiente parada en su gira asiática, el secretario de Estado enfureció a las autoridades chinas en enero, cuando amenazó con represalias en el mar de la China Meridional. Pero es difícil, mal que les pese a los tres, concebir una solución al conflicto excluyendo a Pekín.

 

 

Corea del Sur, epicentro de la crisis y principal afectada por la escalada de tensión, no se presta a este choque tosco. El gobierno en funciones del conservador Hwang Kyo-ahn respaldó las declaraciones de Tillerson. Pero Seúl, a tan solo 50 kilómetros de la frontera, podría ser devastada por la artillería norcoreana si estallase un conflicto armado.

La coyuntura del país es volátil. La caída de la presidenta conservadora Park Geun-hye, destituida el 10 de marzo por abusar de su autoridad y supervisar una trama de corrupción, emplaza el país a celebrar elecciones el 9 de mayo. El liberal Moon Jae-in, al que las encuestas favorecen para ocupar la Casa Azul, no tiene intención de tensar la cuerda con Corea del Norte. Moon, abogado de derechos humanos y preso político durante la dictadura de Park Chung-hee (padre de la expresidenta), ha anunciado que su primera visita al extranjero será a Pyongyang y no a Washington. Propone establecer vínculos económicos entre las dos Coreas como primer paso de cara a una hipotética unificación de la península.

 

El escudo de la discordia

La posición de Corea del Sur también es excepcionalmente compleja porque el país, que depende de EEUU en materia de seguridad, mantiene una relación económica vital con China, su principal socio comercial. En los últimos dos años, la relación entre Pekín y Seúl se ha enfriado debido a la decisión surcoreana de instalar el THAAD, un sistema estadounidense de localización de misiles. Aunque el THAAD está diseñado para interceptar lanzamientos norcoreanos, las autoridades chinas consideran que sus radares podrían emplearse para bloquear ataques misiles chinos durante una confrontación con Japón o EEUU.

Moon no se compromete con el THAAD de manera incondicional. El candidato considera que el despliegue del sistema, actualmente en su fase inicial, es competencia del gobierno que los surcoreanos elijan en mayo. Y se ha mostrado favorable a revisar la iniciativa con Pekín. “Mantendremos el THAAD,” asegura a Reuters Kim Ki-jung, asesor de Moon en política exterior, “siempre que dejemos claro que Corea del Sur no es el Estado número 51 [de EEUU]”.

La postura beligerante de Tillerson pone palos en las ruedas de Moon. Como observa Kevin Gray, el conservadurismo surcoreano, mancillado por su colaboración con la ocupación japonesa (1910–1945), tradicionalmente basó su legitimidad en el anticomunismo y las acusaciones de que la oposición era pro-norcoreana. Pero de cara a las elecciones, la derecha continua debilitada por los escándalos de corrupción.

El régimen de Pyongyang, independientemente de su brutalidad o de lo que piense Nikki Haley, actúa con racionalidad. Observando el destino de Muamar el Gadafi, a quien EEUU garantizó seguridad a cambio de que abandonase su programa de destrucción masiva, Kim ha llegado a la conclusión de que EE UU no es de fiar. Lo sensato, por tanto, es armarse con misiles nucleares. Nadie iniciaría una guerra contra una potencia nuclear, a menos que fuera realmente irracional.

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