Zonas calientes 2017: África (I)

Crisis Group
 |  4 de abril de 2017

La amenaza de grupos violentos no estatales, entre ellos el yihadista, particularmente en el Sahel, en la cuenca del Chad y en Somalia, se mantendrán en los puestos prioritarios de la agenda de seguridad de África. La ausencia o escasa presencia de la administración gubernamental en zonas “liberadas” y otras zonas ignoradas del interior, así como la lenta y débil respuesta a las consecuencias de estos conflictos, como los desplazamientos humanos y las tensiones sociales, pueden coadyuvar a la reagrupación de militantes. El hecho de que Nigeria se enfrente, agravando la magnitud del reto, al resurgimiento de la militancia en el delta del Níger añade presión sobre este Estado clave para la estabilidad del continente. Es importante que las respuestas de los gobiernos africanos no agraven problemas existentes ni alienten otras fuentes de fragilidad, es decir, que no pongan en marcha torpes tácticas contra-insurgentes, no se estigmaticen ciertas comunidades y no se eleven las tensiones entre líderes políticos y jerarquías militares.

Actores influyentes del continente han negociado recientemente una transición pacífica en Gambia, pero hay cuestiones de liderazgo que permanecen como un factor desestabilizador. La pervivencia de mecanismos poco claros para lidiar con el envejecimiento de autócratas (como en Zimbabue y Angola) y el rechazo de algunos líderes a abandonar sus cargos en las fechas previstas por ley aún a riesgo de despertar protestas urbanas (como en el caso de República Democrática del Congo) o, peor, de despertar una renovada insurgencia (como en Burundi), parece estar cimentada como parte inamovible del escenario regional. Procesos electorales impugnados y otros directamente fraudulentos (Kenia) junto con giros autoritarios (Uganda) dibujan la progresiva supresión del espacio democrático, conforme el poder se guarda recelosamente centralizado y las políticas son de suma cero. Sin embargo, la ciudadanía, sobre todo los jóvenes –que mantienen unas aspiraciones democráticas fuertes, aunque se ven atropellados por circunstancias económicas desfavorables (Etiopía) y una creciente tasa de desempleo–, seguirá protestando ante nuevas leyes y manifestándose en contra de los gobiernos, muchas veces a través de las redes sociales (Sudán).

Una mayor coordinación entre las entidades regionales del continente y sus socios internacionales como respuesta a los conflictos sería una medida positiva, una respuesta cuya consecución resulta cada vez más difícil. Debido a la incertidumbre derivada de la elección del nuevo secretario general de Naciones Unidas y de una nueva administración estadounidense, la capacidad de influencia de la ONU y otros actores tradicionales se debilita por momentos. Las dinámicas políticas se están se vuelven cada vez más complejas, regionalizándose (como en Sudán del Sur) y multipolarizándose por la entrada de otros actores (China, los Estados del Golfo y Turquía) que buscan tener más cuota de influencia en la geopolítica africana.

Así las cosas, 2017 ofrece una posibilidad crítica para reformar las relaciones entre la Unión Europea y África. La UE está ahora identificando sus intereses estratégicos en África y negociando el futuro del Acuerdo de Cotonú después de 2020, incluyendo el Fondo Europeo de Desarrollo y el African Peace Facility, así como su financiación al desarrollo a nivel global. Mientras tanto, la Unión Africana da sus primeros pasos hacia la autosuficiencia financiera y se embarca en una reforma completa que la someterá a un mayor escrutinio y revelará la extensión del compromiso de los Estados miembros hacia la organización. La quinta Cumbre UE-África está programada para noviembre de 2017 en Costa de Marfil y ofrece una plataforma sobre la que continuar el diálogo sobre las prioridades y cooperación entre ambos continentes, en particular sobre migración y juventud. Pero si la UE y África son capaces de ponerse de acuerdo en prioridades mutuas y comprometerse a renovar su cooperación depende de la capacidad y voluntad de ambas partes de escuchar activamente y ver más allá de sus respectivas narrativas.

Los acuerdos pactados por la UE con algunos Estados para frenar el tráfico de personas son problemáticos y muchos tienen un impacto limitado si no están centrados en las principales causas de la migración: represión, guerra, pobreza, población eminentemente joven y gobernanza pobre. La UE necesita equilibrar mejor sus intentos de impedir la migración hacia el norte con unos esfuerzos importantes en la promoción de buena gobernanza, democratización e imperio de la ley. De forma crucial, necesita entender mejor la connivencia entre el aparato estatal y las instituciones, agentes de poder locales y traficantes.

La UE tiene un papel importante que desempeñar a la hora de encarar las consecuencias humanitarias de los conflictos en África subsahariana, que alberga el 29% del monto global de personas desplazadas. Debería trabajar junto con la UA para reducir el desestabilizador impacto de los refugiados en los países y regiones que son demasiado débiles para absorberlos; y para esto necesita englobar mayores esfuerzos por parte de Europa a la hora de compartir la carga. El movimiento de refugiados dentro de África tiene consecuencias serias sobre la seguridad en países y regiones bajo presión extrema, particularmente Kenia (debido, notablemente, a los campos de Dadaab), la zona de los Grandes Lagos, la cuenca del Chad, la parte norte de Uganda y la zona del Darfur y de las Dos Áreas en Sudán, así como en general el Cuerno de África, porque recibe refugiados de Yemen.

 

cuenca lago chad

 

La cuenca del Chad: el coste de la contra-insurgencia

En la cuenca del Chad, la insurgencia de Boko Haram ha exacerbado los niveles de violencia preexistente y de subdesarrollo. A pesar de retrocesos militares recientes, el grupo yihadista sigue siendo una amenaza significativa en la región, reclutando miembros y atacando civiles y fuerzas de seguridad en Nigeria, Camerún, Chad y Níger, propagando con su despertar una catástrofe humanitaria. El fracaso a la hora de proporcionar seguridad, bienes públicos y dividendos socio-económicos visibles a las zonas afectadas aumenta el riesgo de desbaratar el reciente progreso. Ello tendría severas consecuencias para la seguridad y estabilidad a largo plazo de los cuatro Estados colindantes con el lago.

 

Divididos, pero aún así letales

Boko Haram se enfrenta a una fase de retraimiento debido a la caída de su apoyo social, la movilización de unidades vigilantes y la presión por parte de fuerzas de seguridad regionales relativamente bien coordinadas. Esta presión ha precipitado una ola de rendiciones, principalmente por parte de mujeres y niños, y exacerbado tensiones internas que han conducido a una ruptura entre dos facciones de la organización. Una de ellas permanece leal al antiguo líder del grupo, Abubakar Shekaku, y mantiene una presencia en la zona sur del Lago Chad y a lo largo de la frontera entre Nigeria y Camerún. La segunda facción se declara leal a Abu Musa al-Barnawi (Habib Yusuf), tiene su base en el norte del estado Borno, en Nigeria, tocando frontera con Níger, y opera principalmente en el lago.

Pese a su difícil situación interna, Boko Haram sigue siendo una amenaza a tener muy en cuenta. Tanto en las zonas fronterizas como en el Lago Chad, caracterizado por su inaccesibilidad, abundante vegetación y zonas pantanosas, ha encontrado sus áreas de refugio, reabastecimiento y reagrupación. En los últimos tres meses, la temporada seca ha permitido a sus militantes moverse con mayor libertad, lo que explicaría el reciente repunte en número de ataques. Este pico de violencia podría ser también un mensaje en respuesta a la presión militar, por parte de la organización, conforme mantienen fuerzas y energías para continuar guerreando. Nigeria y Camerún han lanzado una operación militar conjunta a finales de 2016, pero hay indicios de que Shekau y sus unidades centrales se habían dispersado con antelación. Se encuentran ahora en fase de reagrupación y ha aumentado el número de ataques suicidas con bomba (implicando en ellos a un número notable de mujeres asaltantes) contra blancos fáciles, incluyendo algunos dentro de la ciudad de Maiduguri en el norte de Nigeria.

La facción dirigida por Barnawi está menos activa. Parece que intenta reconfigurar sus conexiones con la población local y se centra en blancos militares. Sin embargo, al parecer está padeciendo una serie importante de pérdidas conforme miembros de la facción se rinden a las fuerzas nacionales de seguridad.

El comunicado emitido por Al Qaeda sobre el conflicto con Boko Haram en enero de 2017 –el primero tras un largo periodo de silencio– sugiere que la organización puede tener pensado ganar de nuevo cuotas de influencia en el área aprovechando las escisiones internas de Boko Haram. En cualquier caso, sus acciones en terreno no están todavía claras.

 

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Una emergencia humanitaria que se agrava por minutos

Las duras consecuencias humanitarias empeoran. A lo largo y ancho de la región, más de 10 millones de personas necesitan asistencia y alrededor de 2,3 millones están desplazadas, de las cuales una abrumadora mayoría son mujeres y niñas. Debido a este movimiento de personas, la inseguridad alimentaria se ha incrementado significativamente en los últimos doce meses; más de un tercio de los 1,5 millones de niños desplazados sufren malnutrición aguda. Los trabajadores humanitarios comienzan ahora a ponderar el daño a la agricultura y al comercio.

A pesar del paulatino incremento en la asistencia internacional, la respuesta sigue teniendo una financiación insuficiente, una asistencia carente de perspectiva de género y obstaculizada por la inseguridad. En 2016, los donantes proveyeron solo el 53% de los 739 millones de dólares necesitados ese año. El hecho de que el presupuesto necesario para organizar una plan de respuesta haya aumentado en 2017 a 1.500 millones de dólares refleja el nivel de deterioro de la situación. La financiación es solo una parte de la solución; pero los donantes necesitan financiar adecuadamente el plan de 2017 como parte esencial del cúmulo de esfuerzos necesarios para frenar el constante agravamiento de la crisis.

 

El coste de una respuesta militarizada

Los países limítrofes con el lago Chad y sus aliados internacionales necesitan ser conscientes de los costes sociales y económicos que las continuas operaciones militares conllevan para el futuro y la seguridad de la región. Deberían poner en la balanza, por un lado, los éxitos aportados por los ejércitos nacionales, y por otro, el desplazamiento humano generado por sus operaciones y el negativo impacto sobre las vidas civiles, incluyendo también el comercio transfronterizo. Las dificultades impuestas sobre el comercio se exacerban por las prohibiciones militares de determinados bienes locales, derivadas del temor a que Boko Haram pudiera imponer algún tipo de leva sobre los mismos, una medida que se empieza a retirar de forma escasa y lenta.

Si el impacto, de naturaleza tan negativa, sobre los medios de subsistencia de los civiles no se mitiga de forma rápida, podría incrementar el resentimiento general contra las autoridades, hacer más complicado que las personas desplazadas puedan regresar a sus casas (si los granjeros pierden la siguiente época de siembra pasarán a depender en mayor grado de la ayuda humanitaria) y posiblemente convertiría a gran parte de la población en un blanco más susceptible de ser reclutado por Boko Haram u otros grupos violentos. La militarización de gran parte del área previamente controlada por Boko Haram abre la puerta a un ciclo de alineación y exclusión.

 

Deshaciéndose de Boko Haram

Muchos militantes de Boko Haram, tanto hombres como mujeres, han sido detenidos en los últimos meses, aunque las pruebas indican que muy pocos de ellos pertenecían al núcleo central de la organización. Resulta vital progresar en este curso de acción para romper el círculo exterior de apoyo a Boko Haram, recopilar más información a través de los interrogatorios a los desertores y explotar la decadente legitimación social del grupo. Para hacer esto, es necesario lidiar con las personas detenidas de forma rápida y decente, de acuerdo a sus respectivos papeles dentro de la organización y en estricto cumplimiento de los estándares internacionales de derechos humanos. Un proceso rápido y justo podría aliviar significativamente la carga en prisiones y sistemas de justicia en los cuatro países.

La Unión Europea y sus aliados internacionales podrían tener cierta capacidad de influencia sobre el número de miembros de Boko Haram que se rinden, a través de mecanismos que garanticen un trato decente a los sospechosos capturados en los países de la cuenca del Chad, incluyendo el esfuerzo para evitar detenciones preventivas tan prolongadas y para tener en cuenta las necesidades específicas por razón de género. Del mismo modo, deberían apoyar a los cuatro países para diferenciar entre sospechosos de línea dura y otros, establecer programas de justicia reparadora en las comunidades cuando sea posible y apropiado, y empezar a construir una arquitectura de servicios penitenciarios aceptable.

 

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Preparándose para las consecuencias

Con Boko Haram como amenaza a la seguridad, resulta tentador permitir que las tácticas militares dominen toda la estrategia. Esto sería un gran error, pues los actores nacionales e internacionales solo podrán evitar el reagrupamiento de Boko Haram, o la gestación de un grupo similar, si prestan atención desde el principio a las consecuencias económicas y sociales de la violencia. Para ser capaces de lidiar adecuadamente con las consecuencias de los desplazamientos humanos, la UE y sus Estados miembros deberían incitar en los países de la región una inclusión ciudadana en la elaboración de la respuesta política, una inversión en medios de sustento, un establecimiento de proyectos de empleo joven de rápido impacto y la estimulación de la recuperación a largo plazo de la agricultura y el comercio.

La UE debería apoyar una mejor coordinación entre las ramas estatales militar y civil, particularmente problemática en Nigeria, incluyendo su programa para el “Fortalecimiento de la gestión y gobernanza de la migración y el retorno y el asentimiento a largo plazo en Nigeria”. La UE debería contar entre sus prioridades para el Programa Inclusivo de Recuperación Económica y Social en el lago Chad (Resilac, por sus siglas en inglés) con el restablecimiento de mercados y la seguridad del comercio en las rutas transfronterizas.

En su colaboración con la sociedad civil, la UE y sus Estados miembros deberían fortalecer los programas que atacan los estereotipos de género y conciencian sobre la necesidad de la presencia de las mujeres en procesos de paz y reconstrucción posconflicto. Deberían desarrollar y apoyar programas que incrementasen el número de mujeres alistadas en las fuerzas locales de policía y disponer de su labor en los campos de personas desplazadas internamente (IDP, por sus siglas en inglés) lo antes posible.

La UE debería también ser consciente de los riesgos que a largo plazo entraña confiar demasiado en los comités de vigilancia; los Estados miembros que apoyen esfuerzos soberanos en seguridad deberían presionar a posteriori a los gobiernos de la región para que formulen planes que desmantelen estos comités una vez que Boko Haram retroceda.

 

Política Exterior publica en español la serie «Watch List 2017» («Zonas Calientes 2017») elaborada por Crisis Group para alertar de las amenazas actuales a la paz y estabilidad internacionales. Se analizan los conflictos en la cuenca del Lago Chad, Libia, Myanmar, Nagorno Karabaj, Sahel, Somalia, Siria, Turquía, Venezuela y Yemen.

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