Civiles sursudaneses en Bor, Sudán del Sur.

Zonas calientes 2017: Un mundo en riesgo

Crisis Group
 |  30 de marzo de 2017

Con o sin precedentes históricos, los retos a los que actualmente se enfrenta nuestra seguridad global son inmensos, y fuente de un estado considerable de alarma. Resulta complicado pensar en un momento de la historia reciente que haya aglutinado tal confluencia de factores desestabilizadores –local, regional y globalmente– entorpeciendo la capacidad colectiva para una mejor gestión de la violencia. Esta serie de riesgos solapados, sin supervisión, podría fusionarse para generar una crisis mayor –de hecho estamos siendo testigos de un repunte de los niveles de violencia en los conflictos globales– sin disponer de una red de seguridad formada por estructuras sólidas que permitan lidiar con ella.

Cuando se fundó Crisis Group, su principal premisa giraba en torno a la idea de que proveer análisis realizados por expertos in situ, principalmente a legisladores occidentales, podría generar un cambio positivo tanto en procesos de prevención como solución de situaciones de conflicto con víctimas mortales.

Gran parte de esa premisa se mantiene a día de hoy, pero tanto para nosotros, como para otros, ha dejado de ser suficiente: Occidente no puede ser visto ya ni como homogéneo ni como un oasis de tranquilidad. Paulatinamente, también, su imagen auto-proyectada como una fuerza genuina y defensora del bien se está viendo cada vez más expuesta. Se necesitan mayores esfuerzos, y con cierta urgencia, tanto para conseguir comprender mejor los riesgos de la interconexión de conflictos en diferentes ámbitos, como para lograr el compromiso de un mayor abanico de actores con la capacidad efectiva de producir cambios positivos.

 

Diez conflictos

Este documento busca lograr dos objetivos. En primer lugar, pretende subrayar aquellos conflictos que, según la consideración de Crisis Group, amenazan con empeorar significativamente salvo que se tomen medidas correctivas. De forma quizá inevitable, los países seleccionados representan una imagen parcial. Por esa razón los ubicamos explícitamente en sus respectivos contextos regionales. Aun así, se pueden presentar argumentos sólidos a favor de la inclusión de otros países y regiones, como Afganistán, Ucrania, Corea del Norte, el Mar del Sur de China y República Democrática del Congo. Posiblemente pudiera defenderse la idea de incluir los Balcanes occidentales, también, o los países centroasiáticos. El hecho de que pudiéramos presentar una lista rival equitativamente válida es en sí mismo motivo de preocupación.

Para cada conflicto buscamos indicar los contornos de posibles respuestas políticas, basándonos en análisis de base. Las posibles recetas políticas propuestas van principalmente dirigidas a la Unión Europea, sus instituciones y estados miembros, tanto si trabajan por su cuenta o de forma conjunta con otros. Una premisa de trasfondo en este informe es nuestra creencia de que la UE tiene el potencial –de hecho podría considerarse como algo ineludible– de aplicar plenamente todas las herramientas a su disposición con el fin de dar apoyo, de forma concertada con otros, a la preservación del amenazado campo de la prevención de conflictos.

En segundo lugar, la lista puede ser leída como un único documento. De forma porosa e interconectada, comprende el conjunto de amenazas y tensiones que dotan a esta era de su peligrosidad. Básicamente, estos riesgos pueden ser sintetizados en tres. Primero, la progresiva fusión de lo doméstico y lo internacional. Segundo, la sensación de un exceso de crisis. Y tercero, la creciente incertidumbre sobre la capacidad real de las estructuras e instituciones compartidas hasta el momento para gestionar el peligro.

Los diez conflictos tratados poseen dimensiones internacionales, en muchos casos de forma abrumadora. Cuando nos enfrentamos a escenarios tan sumamente complejos –en los que participan multitud de actores con un abanico igualmente extenso de motivaciones– esclarecer una ruta hacia la paz se convierte en una tarea incalculablemente más compleja. El creciente predominio de grupos armados no estatales y en algunos casos su tendencia a la fractura, junto con la combinación entre la economía lícita e ilícita, agita todavía más el ya de por sí complejo terreno que pisamos.

La paulatina fusión entre lo local y lo global se refleja todavía más en las agudizadas tendencias nacionalistas y el dogmatismo ideológico, con –tal y como están las cosas actualmente– el triunfo de tácticas políticas dirigidas a satisfacer imperativos cortoplacistas tanto o más que a preservar o garantizar una estabilidad a largo plazo. Esto se manifiesta en la emergente intolerancia hacia el movimiento masivo de personas, conforme se activan medidas para contener o rechazar la afluencia de personas, sin intentar clarificar de forma adecuada las razones de por qué se produce tal movimiento en una escala sin precedentes.

Somos testigos de estas tácticas cuando se recurre a respuestas que activan el músculo de la seguridad nacional, que no pueden ni contener plenamente la amenaza ni señalar sus causas subyacentes. Y se manifiesta cada vez que ciertos actores se suman con demasiada disposición al grito de guerra del anti-terrorismo, con sus libros de tácticas represivas bajo el brazo y rechazando la necesaria integración para el mantenimiento de la paz. En el juego de equilibrio entre el poder blando y el poder fuerte, el segundo domina hoy la balanza.

Por supuesto, todo esto se desarrolla en –y es en parte derivado de– una creciente difusión del poder global. Por sí mismo esto no constituye algo negativo, pero las incógnitas que despierta son causa de preocupación. Asimismo, los frentes abiertos a los que está expuesta Europa en estos momentos; el avivamiento de la geopolítica; las incertidumbres sobre el futuro de la alianza transatlántica y el subyacente compromiso hacia Naciones Unidas por parte de sus tradicionales agentes de poder, representan un conjunto considerable de retos para la asunción, mantenida hasta ahora, sobre el rol de las instituciones y el derecho internacionales, y para la red de alianzas que se ha venido formando en los últimos 70 años.

 

Viejas lecciones, nuevas dinámicas

Hasta ahora el tono ha sido ciertamente pesimista (y sin haber mencionado el cambio climático o las tendencias demográficas). Sin embargo, este informe también contiene, en nuestra opinión, ideas que pueden contribuir a la imperiosa corrección de la trayectoria actual. En esencia, constituye en sí mismo una llamada de atención para aprender de viejas lecciones en medio de estas nuevas dinámicas.

¿Qué puede significar esto para la UE? Planteamos dos observaciones generales, que se desarrollarán en mayor detalle a lo largo de una serie de artículos. Descansan sobre la latente exigencia de garantizar que, a través de sus acciones, la UE y sus Estados miembros no contribuyan a generar mayores perjuicios. En aquellos contextos en los que el espacio para cambios positivos se encuentra gravemente restringido, evitar el empeoramiento de la situación constituye per se un signo de progreso.

En primer lugar, buscamos una identificación de las potencialidades y capacidades de influencia de Europa frente a conflictos y regiones específicos. A menudo se trata de una influencia indirecta, pero no menos importante. Con frecuencia sugerimos que involucre la maximización de oportunidades que presentan la escucha y el diálogo con otras organizaciones regionales, para dibujar un mapa de intereses compartidos y dividir las responsabilidades para su consecución. A este respecto, como en cualquier otro, dialogar desde una posición lo más unida posible es un paso imperativo: la discordancia sobre un proyecto común puede ser aprovechada para su desgaste. Otra prioridad sobre la mesa debe ser la prestación del máximo apoyo posible al nuevo secretario general de la ONU en sus esfuerzos por revivir el trabajo de la organización en prevención de conflictos.

En segundo lugar, en prácticamente todas las crisis que citamos, se requiere un equilibrio entre el deseo de una acción de impacto rápido y la necesidad de traer a la luz soluciones sostenibles. Ambas opciones no pueden entrar en contradicción: debemos rechazar ya la idea de que se trata de una elección binaria. Pero vamos a necesitar una Europa que defienda de manera más firme sus valores fundamentales –con hechos, y no de forma meramente retórica; necesita dejar en claro que la asistencia humanitaria y la ayuda al desarrollo se formulan para aquellos que más lo necesitan, y no solamente con fines políticos; impulsar a las partes beligerantes hacia la paz a través de diálogo inclusivo, y no del uso de la fuerza, y priorizar la búsqueda y el desarrollo de mejores modelos de gobernanza, cuya ausencia se encuentra en las raíces de gran parte de los conflictos actuales.

A algunos estas ideas les pueden parecer unos mimbres pobres con los que tejer un curso de acción política más positivo. Pero en la atmósfera de incertidumbre que nos envuelve hoy en día, a través de una articulación de metas claras, con principios y estrategias marcadas y las pautas para conseguirlas en conjunción con otros actores, Europa tiene la oportunidad de lograr cambios significativos y avanzar hacia un futuro más estable y pacífico.

 

Política Exterior publica en español la serie «Watch List 2017» («Zonas Calientes 2017») elaborada por Crisis Group para alertar de las amenazas actuales a la paz y estabilidad internacionales. Se analizan los conflictos en la cuenca del Lago Chad, Libia, Myanmar, Nagorno Karabaj, Sahel, Somalia, Siria, Turquía, Venezuela y Yemen.

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