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Flujos migratorios irregulares y seguridad

Blanca Palacián de Inza
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La seguridad nacional es un servicio público objeto de una política de Estado que, bajo la dirección y el liderazgo de su presidente, es responsabilidad del gobierno, implica a todas las administraciones públicas y precisa la colaboración de la sociedad en su conjunto.

Ya en 2013, Naciones Unidas calculaba que en el mundo había más de 230 millones de migrantes internacionales –el quíntuple de la población total de España y más del 3% de la del globo–. Sin embargo, y a pesar de las constantes noticias de embarcaciones arribando a la orilla norte del Mediterráneo, este parecía un problema lejano a Europa. Habían muerto por miles, pero tuvimos que verlo con nuestros propios ojos. Parece que solo cuando todos los medios se hicieron eco de la foto del niño sirio Aylan Kurdi, muerto a los tres años de edad en una playa turca cuando su familia intentaba llegar a Europa, la tragedia, por unos días, fue real.

Como ellos, miles de familias, las más afortunadas, que pueden pagar los peajes de las mafias que se lucran del horror ajeno, huyen del hambre, la intolerancia y la violencia. La llamada “foto de la vergüenza” fue tomada en septiembre de 2015 y, pese a la conmoción de la ciudadanía europea, esa pequeña vida perdida, símbolo de tantas otras, no consiguió arrancar una respuesta eficaz y colectiva de nuestro continente a una tragedia que, aunque nos resistamos, es también nuestra, porque hace mucho tiempo que los problemas de seguridad son compartidos.

Los movimientos masivos de población han existido siempre y lo seguirán haciendo, con mayor o menor intensidad, consecuencia de fenómenos como los conflictos armados, los desastres naturales, el hambre o la enfermedad. Y a estas tristes circunstancias, origen del movimiento humano, se unen otros sombríos compañeros de viaje de estos desplazamientos como…

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