ECONOMÍA EXTERIOR nº 80 Primavera 2017
¿Quién relevará a los BRICS?
Seis de los países candidatos a convertirse en motor del crecimiento mundial están en Asia. Proyectos como la Nueva Ruta de la Seda cobran, por ello, una importancia capital, dadas sus implicaciones sinérgicas y su capacidad para trasladar su impulso económico al resto del mundo.
Cuando a comienzos de la década pasada se ideó el acrónimo BRIC, tuvo tal aceptación en los ámbitos académicos y políticos que Brasil, Rusia, India y China lo institucionalizaron en 2008, sumándose posteriormente Suráfrica. Además de un gran tamaño económico, estos países compartían unas tasas de crecimiento significativamente altas que les permitían ejercer de motores del desarrollo global, a la vez que reducían amplias capas de pobreza. En la medida en que las instituciones eran fuertes e imperaba la paz social, poco importaba el régimen político establecido en cada uno de ellos: el capitalismo global funcionaba y supieron sacar provecho a través del comercio internacional. ¿Qué ha pasado desde entonces para que los BRICS hayan dejado de ser un referente? Existen cinco respuestas a esta pregunta, tantas como países implicados.
Desigual evolución de los BRICS
En primer lugar podría decirse que India es el único que en sentido estricto pertenece y pertenecerá a este club durante mucho tiempo, pues tras apenas sufrir los efectos de la crisis mundial ha conseguido conservar intacto su dinamismo económico. Desde 2014 crece por encima del siete por cien, y está previsto que en los próximos años la tasa vaya en aumento. A esto se añaden sus vigorosas expectativas de crecimiento poblacional: en la próxima década superará a China y se convertirá en el país más habitado del planeta. Con respecto a este último, si bien su ritmo de crecimiento también ha mantenido su robustez en los últimos años, se observa un descenso paulatino del mismo desde 2012, fruto de la transición productiva característica de aquellos países que, alcanzado cierto grado de desarrollo, empiezan a experimentar un incremento del consumo interno y el sector servicios, en detrimento de las exportaciones y el sector industrial. Por otra parte, su expansión demográfica es cada vez más débil, siendo una incógnita cómo afectará la reciente derogación de la política del hijo único. En resumen, China es y seguirá siendo un motor del crecimiento mundial, pero cada vez con menos intensidad.
En el extremo opuesto, el desarrollo económico de Brasil y Rusia se ha visto cercenado en los últimos años, especialmente debido a la abrupta caída del precio de las commodities, pues durante la época de bonanza no supieron aprovechar los importantes ingresos obtenidos por esta vía para diversificar eficazmente sus estructuras económicas. A tal circunstancia, en el caso ruso se suma el continuado descenso poblacional, el elevado grado de corrupción,1 así como su implicación en numerosos conflictos internacionales. Por su parte, Brasil se ha visto envuelto en una grave crisis institucional que ha dañado su imagen exterior y ha desatado importantes conflictos sociales, igualmente alimentados por las grandes desigualdades todavía persistentes. Probablemente ambos países vuelvan a ser dinamizadores globales en el futuro (al igual que México o Nigeria, cuya progresión se ha frenado en los últimos años), pero para ello será necesario que acometan una serie de reformas económicas y políticas que de momento parecen lejanas. Por último, en cuanto a Suráfrica lo cierto es que tanto su limitado peso económico y poblacional, como sus tasas de crecimiento habitualmente moderadas, cuestionan que alguna vez pudiera equipararse a los otros cuatro países en términos de impacto global.
Así pues, una vez que, en mi opinión, la agrupación BRICS se ha difuminado como punta de lanza de las economías emergentes, resulta conveniente ampliar el foco y preguntarse qué países, según su actual tamaño y las perspectivas de crecimiento económico y demográfico, son candidatos a convertirse en los próximos años en impulsores del desarrollo mundial.
Indonesia y Turquía se acercan
A la vista de los datos mostrados en los últimos años, Turquía y especialmente Indonesia podrían considerarse pronto miembros de pleno derecho de este grupo, lo que potenciaría su protagonismo global una vez que ya pertenecen al G20.
En relación al país insular, el auge de la inversión extranjera tras la llegada al poder del general Suharto en 1968 sirvió para promover un excepcional desarrollo que, desde entonces, tan solo se vio truncado durante la crisis financiera asiática de finales del siglo XX. Tras la transición democrática, Indonesia ha logrado mantener sus tasas de crecimiento alrededor del cinco por cien, gracias al equilibrio entre las exportaciones de bienes primarios y las industriales, donde destacan los alimentos semiprocesados, el textil y los equipos eléctricos y electrónicos. Como consecuencia de esto ya es la decimosexta economía mundial, y se prevé que siga escalando posiciones en los próximos años, siempre y cuando la latente inestabilidad política y social no degenere en graves conflictos internos.
Análogamente, Turquía ha experimentado una evolución similar desde que en la década de los ochenta liberalizara su economía y la abriera al exterior. Junto a la pujante industria liderada por los sectores textil, eléctrico y electrónico, siderúrgico y de automoción, destaca el turismo, siendo en 2015 el sexto destino internacional con casi 40 millones de visitantes. Fruto de todo ello se ha convertido en la decimonovena economía mundial, y aunque para los próximos cinco años no presenta unas perspectivas de crecimiento superiores a la media mundial, elementos como la relativa facilidad para hacer negocios2 (puesto 69 de 190 países) y la cercanía a la Unión Europea aportan dosis de optimismo. No obstante, el fallido golpe de Estado y los numerosos atentados terroristas acaecidos en los últimos meses están poniendo a prueba la estabilidad y el marco democrático de un país que, por otra parte, sigue haciendo frente a las amenazas procedentes de la frontera con Siria e Irak.
Los siguientes en la lista
Junto a estos dos países, Irán, Filipinas, Egipto y Pakistán también vienen pisando fuerte, si bien su menor desarrollo actual implica que tengan que esperar más tiempo antes de poder asumir un papel protagónico a nivel mundial.
Las consecuencias de la Revolución Islámica y la posterior guerra con Irak redujeron el PIB iraní en torno a un 40 por cien, momento a partir del cual consiguió revitalizar su marcha económica aunque con la volatilidad inherente a su dependencia del precio del crudo. Así pues, tras más de 25 años de tendencia positiva solo interrumpida en el periodo 2012-13 como consecuencia de las sanciones internacionales impuestas por su programa nuclear, el levantamiento de las mismas plantea un escenario alentador. Paulatinamente, se está tejiendo una red industrial basada principalmente en los sectores petroquímico y siderúrgico; proceso favorecido por el elevado capital humano de una población donde el 40 por cien tiene menos de 25 años. Son precisamente estos jóvenes los que más presionan en favor de una mayor apertura del régimen. Por el contrario, las principales amenazas de Irán para su despegue económico son las fricciones que puedan volver a surgir en sus relaciones internacionales y un nivel de corrupción elevado (puesto 131 de 176 países).
Fronterizo con Irán, Pakistán también puede ocupar un lugar predominante en el panorama internacional en un futuro no tan lejano. Después de su independencia en 1947 inició la habitual senda de desarrollo basada en un incremento de la industria en detrimento de la agricultura que, no obstante, sigue manteniendo una importancia vital en la economía del país. Hasta comienzos de la década de los noventa esta fórmula le sirvió para crecer con asiduidad por encima del cinco por cien llegando en ocasiones incluso a los dos dígitos. Y aunque desde entonces su dinamismo se ha moderado, sus previsiones para el periodo 2017-21 van en aumento, a lo que cabe añadir que en 2050 la población se habrá incrementado un 63 por cien. Sin embargo, el país tiene tareas importantes que afrontar, como profundizar la diversificación productiva, que depende excesivamente de las manufacturas textiles; estabilizar la históricamente convulsa situación política del país, y mejorar las relaciones con India en favor, entre otros aspectos, del fortalecimiento de unos lazos comerciales demasiado débiles hasta el momento.
Aunque durante el régimen de Ferdinand Marcos la economía filipina se expandió rápidamente (aunque no tanto como la de la mayoría de sus vecinos del sureste asiático), apoyada en la deuda externa, el grave deterioro económico y social de sus últimos años dio paso a un sistema democrático, cuyos sucesivos gobiernos han propiciado una transformación de la estructura productiva. Los beneficios han repercutido especialmente en la industria eléctrica y electrónica como en los servicios empresariales, pues al igual que India, Filipinas ha sabido aprovechar el conocimiento del inglés para acoger múltiples externalizaciones operativas de las firmas occidentales. En un contexto demográfico en el que se calcula que en 2050 la población habrá aumentado casi un 50 cien, las expectativas económicas para los próximos años son altas y crecientes. No obstante, para ello deberá sortear distintos obstáculos que puedan surgir, como las imprevisibles consecuencias de la presidencia de Rodrigo Duterte, la excesiva dependencia de las remesas procedentes del extranjero, o la escalada de tensión en el mar de la China Meridional a raíz de la disputa por las islas Spratly, cuya soberanía reclama.
En Egipto, el periodo de economía centralizada del gobierno de Gamal Abdel Nasser dio paso a una liberalización en la que el país creció a un elevado ritmo apoyado en las exportaciones energéticas y de productos agrícolas cultivados en el fértil delta del Nilo. Sin embargo, la inestabilidad política extrema entre 2011 y 2014, con el derrocamiento de Hosni Mubarak, el gobierno de los Hermanos Musulmanes y el posterior golpe de Estado frenaron la expansión económica, no recuperándose hasta 2015 un ritmo de crecimiento superior al cuatro por cien. El auge poblacional esperado para las próximas décadas debería fomentar una industria en la que actualmente destacan los textiles y petroquímicos, aunque dicho esfuerzo podría ser estéril si, tras una convulsa e interrumpida primavera árabe, los distintos estamentos políticos y sociales no alcanzan acuerdos favorables para el país.
Aspirantes por el horizonte
Por detrás de estos países aparecen Vietnam, Bangladés y Etiopía, que si bien todavía se encuentran lejos de convertirse en potencias emergentes, tienen opciones de serlo para la segunda mitad de este siglo.
Podría decirse que Vietnam ha recorrido un camino paralelo al de China, pues una vez terminada la guerra y reunificado el país, y tras una década en la que los dirigentes comunistas aplicaron políticas ortodoxas fallidas, en 1986 se realizaron reformas que impulsaron el libre mercado y repercutieron de forma positiva en el crecimiento. Gracias a su boyante sector exportador basado en el textil, calzado y productos eléctricos y electrónicos, en 28 de los últimos 29 años ha crecido por encima del cinco por cien, en lo que ha influido el entorno cada vez más propicio para la actividad empresarial. Quizá la gran incógnita sea si, al igual que China, el régimen comunista va a poder mantener un clima de paz social a cambio de prosperidad económica; mientras que en el terreno geopolítico, la principal amenaza reside, como en el caso de Filipinas, en la carrera armamentística en el mar de la China Meridional.
Durante sus primeros 20 años como país soberano tras independizarse de Pakistán, el irregular crecimiento económico de Bangladés estuvo condicionado por un virulento clima político con sucesivos golpes de Estado. No fue hasta el asentamiento definitivo de la democracia parlamentaria en 1991, cuando el ritmo de desarrollo se estabilizó por encima del cuatro por cien incrementándose progresivamente hasta rozar el siete en 2015 y 2016. El sector textil acapara casi en exclusiva las exportaciones, haciéndose imprescindible una mejora de las condiciones laborales, si el país quiere evitar conflictos sociales y seguir reduciendo la pobreza extrema. A este reto se suma el de la alta densidad demográfica, ya que supone una barrera a la expansión del suelo productivo; y el de la mejora institucional, pues de todos los países analizados en este artículo Bangladés es el que presenta peores datos en relación a la corrupción y al fomento empresarial (puesto 145 y 176, respectivamente).
Finalmente, el caso de Etiopía es representativo de aquellos países que, sufriendo todavía un alto grado de subdesarrollo, podrían estar colocando los cimientos de una futura potencia emergente. La caída del régimen comunista, que dirigió el país hasta comienzos de la década de los noventa, dio paso a una democratización que ha permitido dinamizar una estructura económica todavía muy dependiente de la agricultura, especialmente del café y las flores, y en menor medida del petróleo y la minería. Últimamente han sido habituales las tasas de crecimiento superiores al 10 por cien, y aunque las previsiones para los próximos cinco años son más moderadas, en ningún caso bajan del siete por cien. Dos elementos que a largo plazo pueden impulsar su ascenso son la explosión demográfica prevista a lo largo de este siglo, así como la posibilidad de articular un eje económico con sus vecinas Kenia y Tanzania, inmersas en una transición económica similar. No obstante, entre los elementos que amenazan este periplo destaca la inestabilidad de los países vecinos Somalia, Sudán y Sudán del Sur; tres de los cuatro Estados más fallidos del mundo según el índice elaborado por The Fund For Peace.
Este será el siglo de Asia
El tamaño económico y demográfico, así como las previsiones positivas apoyadas en una creciente industrialización y apertura al exterior, apuntan a que los países aquí analizados son los principales candidatos a convertirse en motor del crecimiento mundial. El hecho de que seis de ellos sean asiáticos y los otros tres fronterizos, unido a que China e India vayan a seguir formando parte de este grupo, confirmarían los numerosos pronósticos que señalan dicho continente como protagonista del siglo XXI. En este contexto, proyectos como la Nueva Ruta de la Seda cobran una importancia capital, no solo por sus implicaciones sinérgicas dentro de Asia, sino también por su capacidad para trasladar su impulso económico al resto del mundo.
Así pues, esta nueva agrupación probablemente no dé lugar a un acrónimo tan atractivo como lo fue BRICS, pero el impacto en la economía global de los países que se escondan detrás poco tendrá que envidiarle.
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