Autor: Tonio Andrade
Editorial: Crítica
Fecha: 2017
Páginas: 440
Lugar: Barcelona

Historia con sabor a pólvora

Política Exterior
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La paz es como una pausada y alegre melodía. Muy agradable al oído humano. Lo que ocurre es que cuando ya han pasado varias generaciones viviendo en esa melodía, nadie recuerda los tambores de guerra, sus manos se atrofian y ya no saben cómo tocar con las baquetas, y encima descubren que sus baquetas están obsoletas.

Es una metáfora un poco rudimental, pero viene a ser el razonamiento fundamental de La Edad de Pólvora. Las armas de fuego en la historia del mundo (Crítica, 2017), la obra revolucionaria de Tonio Andrade, profesor del Departamento de Historia de la Universidad de Emory, en Estados Unidos.

A pesar de lo ambicioso del título, el contenido es muy concreto. El autor se propone analizar el llamado «milagro europeo» del siglo XIX. Es decir, cómo el continente por el que nadie apostaba, por así decirlo, acabó dominando el globo, cuando todo apuntaba a la potencia de Asia oriental. Es el punto de inflexión que el autor denomina «la gran divergencia militar», apuntillada por la primera guerra del Opio (1839-1842) entre Gran Bretaña y China. Así, con dos escenarios específicos, Andrade va saltando de arma en arma desde el descubrimiento de la pólvora –sí, en China, y sí, usada para fines bélicos– hasta la bomba nuclear.

Desde sus primeros usos, en las formas más primitivas, como adosada al cuello de un ave para que estallase –preferiblemente– sobre una superficie de madera del bando enemigo, hasta la bomba nuclear, pasando por el progresivo desarrollo del cañón, no hay un uso de este material que no haya sido contemplado en estas páginas.

El detalle de la investigación armamentística convierte a la obra en lectura obligada de todas aquellas personas apasionadas por el desarrollo bélico de la humanidad, todas las que ven en la guerra la clave para entender la historia. Lo ameno de la narración, la sencillez que denota la explicación, haciendo del libro una clase magistral, lo convierte por su parte en una herramienta fundamental para acercarse a la China imperial desde un prisma muy delimitado, desmontando muchos mitos y tratando con respeto la historia dinástica de China.

El siglo XIX, ese gran desconocido, se desmonta un poco ante los ojos del lector al terminar este repaso histórico, que une la historia de ambos puntos del planeta. La interdependencia necesaria para el desarrollo de la logística, la instrucción y el armamento militares se descubre en forma de curiosos intercambios culturales que llevaban y traían los últimos avances técnicos de una punta a otra de Eurasia.

Es precisamente ese «contacto» el que está detrás de la lógica de la gran derrota del ejército imperial chino ante los británicos: la naturaleza de las relaciones internacionales solía ser, por aquél entonces, bélica, de conquista; ese «desafío» que suponía enfrentarse de forma casi constante a enemigos externos e internos –para mantener la cohesión territorial– generaba una «respuesta» de avance, de querer ganar ventaja comparativa, de querer ganar. El autor explica que en China, a pesar del imaginario de reino calmado y estancado que se ha difundido por Europa, había un gran dinamismo tanto interno como externo, lo que motivaba la investigación sobre formas de hacer la guerra. Esto marca la «era de la paridad» entre Europa y Asia, una igualdad de condiciones defensivas y ofensivas. Sin embargo, la dinastía Qing (1644-1911) supuso un largo periodo de paz, o al menos de pocas confrontaciones, que dejó «fuera de práctica» al ejército chino. Entre eso y la industrialización británica, que es la razón más recurrida para explicar el ascenso del Viejo Continente, las tropas chinas no tuvieron nada que hacer ni contra los británicos, ni contra enemigos posteriores, comenzando un ciclo de derrotas y «humillación nacional» que ha marcado posteriormente su política exterior.

«China es un león durmiente. Cuando despierte, el mundo se echará a temblar». Con esta cita atribuida a Napoleón comienza Tonio Andrade su obra, y con las «sospechas» de los países occidentales sobre lo «pacífico, apacible y civilizado» de su despertar –como lo presentan los propios chinos–, la termina. Que China ha despertado es un hecho, la incógnita radica en si la pólvora será la protagonista de su política exterior, o si los medios se adaptarán a la edad del multilateralismo y la cooperación.