Editorial: Pluto Press
Fecha: 2013
Páginas: 208
Lugar: Londres

On Western Terrorism

Noam Chomsky y Andre Vltchek
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George Orwell dijo que ver aquello que tenemos delante de nuestra nariz requiere un esfuerzo constante. Noam Chomsky ha hecho de esta idea la línea maestra de su pensamiento político, profundamente crítico tanto con los abusos que comete Occidente a lo largo y ancho del mundo bajo la pretensa de defender la libertad y los derechos humanos, como con los medios de comunicación que las presentan de forma apta para el consumo. El New York Times a menudo le define como el intelectual más importante del mundo; con la misma frecuencia o más, Chomsky embiste contra la hipocresía de este mismo periódico, máximo exponente de la prensa progresista occidental.

El antiguo profesor del Massachussets Institute of Technology (MIT) revolucionó a finales de los 50 el campo de la lingüística con la teoría de la gramática generativa. Pero es su labor como disidente político la que le ha dado fama mundial fuera de los círculos académicos. Y es que  Chomsky se ha convertido en un referente a escala global, implacable en su crítica pero comprometido con un sinfín de causas necesarias.

On Western Terrorism es su último libro, que consiste en una serie de conversaciones con el cineasta y periodista ruso-americano André Vltchek. Uno y otro se turnan para hablar del estado actual del mundo, desmontando en el proceso la supuesta hegemonía moral de Europa y Estados Unidos. Pero lo hacen con un éxito relativo: el libro, por desgracia, no resuena con la misma fuerza con que lo hacen obras anteriores del mismo autor.

El problema, dicho sea claramente, es Vltchek. El cineasta pronto demuestra tener una visión dualista y maniquea del mundo, reflejo distorsionado de la que Chomsky critica en Occidente. Opina, por ejemplo, que “el deseo de dominar y controlar” el mundo procede casi exclusivamente de Europa y Estados Unidos. Poco importa que China esté posicionada para adelantar a EE UU como primera potencia económica del mundo. Que América Latina ya no sea el coto privado de Washington, o que Europa apenas pueda proyectar fuerza en la orilla sur del Mediterráneo: para Vltchek  Occidente es más poderoso que nunca, la Doctrina Monroe continúa en vigor, y China e Irán arriesgan verse destruidos por nuestra todopoderosa propaganda tan pronto como abandonen la censura.

El cineasta considera a todos los rebeldes merecedores de su admiración, sin establecer una distinción entre el Chile de Salvador Allende, el Zimbabue de Robert Mugabe, o Corea del Norte, cuyo régimen totalitario parece respetar. El análisis de Turquía, país difícil de encasillar en este tosco dualismo, produce resultados cómicos. Vltchek atribuye los choques del oficialista AKP con el ejército a un proceso de occidentalización forzosa dirigido por el gobierno, pero se consuela alegando que la prensa es más libre en Turquía que en Europa. La realidad le contradice rotundamente, tanto en un caso como en otro.

Tampoco hace ascos al determinismo biológico, que este reseñista creía confinado al extremo opuesto del espectro político. Así, Europa es clasificada como “históricamente fascista”, mientras que “el alma rusa es esencialmente socialista.” Reaparece, triunfante, el discurso de las esencias patrias. Lo que no parece es que Vltchek haya sabido calibrar las de su país natal.

El problema de fondo es que el cineasta hace gala de un especie de racismo compasivo. Si Ruanda alimenta una brutal guerra civil en el Congo, lo hace únicamente para complacer a sus patrones occidentales. Desaparece la represión de chinos han a tibetanos y uigures. Y de intercambiar España su ubicación geográfica con Marruecos, Franco, otrora exponente del fascismo europeo, se convertiría en un agente de la CIA. El mundo se divide así en dos categorías. De un lado los europeos y sus descendientes, haciendo mal uso de su libre albedrío. Del otro el resto del mundo, cuya elección es entre diferentes grados de pasividad: ser víctima o peón victimario.

A pesar de Vltchek, Chomsky consigue hilvanar observaciones lúcidas. Elogia, por ejemplo, a Václav Havel, pero añade al mismo tiempo que los disidentes políticos en Europa del Este contaron siempre con un inmenso respaldo mediático en Occidente, cosa que no ocurrió con la oposición a dictaduras mucho más atroces –pero fieles a Washington – en América Latina. ¿O acaso recordamos en España a Ignacio Ellacuría? La amnesia en nuestro país se torna así en objeto de crítica de Chomsky. En un momento dado expresa su sorpresa cuando, en una charla en Oviedo, los jóvenes presentes ni siquiera entienden sus referencias a la revolución de 1934.

Pronto, sin embargo, reaparece Vltchek. Para confirmarnos que Havel lo tuvo fácil, y hacernos saber que Milán Kundera escribía “propaganda barata y sentimental”.

Es necesario denunciar las brutalidades que comete Occidente, como tan rigurosamente ha hecho Chomsky en el pasado. El problema reside en hacerlo sin incurrir en los maniqueísmos de Vltchek. Es por eso que se agradecen las matizaciones que ocasionalmente le hace su interlocutor, y por lo que aún así se echa en falta un rebate más enérgico a lo largo del libro.

On Western Terrorism contiene reflexiones enriquecedoras sobre la ética del periodismo, tan a menudo doblegada a los intereses del poder político. El testimonio de Chomsky en Laos y de Vltchek en Timor constituyen ejemplos de periodismo comprometido, y por desgracia minoritario. Pero el lector que busque familiarizarse con Chomsky hará mejor en leer su magistral Estados fallidos o las reflexiones sobre los atentados del 11 de septiembre, y no este libro. El que desee una perspectiva inteligente y provocadora sobre la relación de Occidente con el terrorismo, que opte por Sobre el terrorismo suicida, de Talal Asad.