Autor: David Remnick
Editorial: Debate
Páginas: 368
Lugar: Barcelona

Reportero

Áurea Moltó
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Ser periodista, al menos un periodista respetable, pasa por ser un buen lector y conocer el terreno sobre el que se escribe. Esto es solo un punto de partida. Luego está la intuición, la capacidad de escuchar y observar, y la más difícil habilidad de preguntar. Hay talentos innatos, pero en el periodismo hay mucho de aprendizaje acumulado, constante evolución e intereses diversos combinados con inteligencia.

David Remnick (1958) responde a este perfil. Redactor del Washington Post desde 1982, fue corresponsal del diario en Moscú desde 1998 y hasta 1992, cuando se incorporó a la redacción de The New Yorker. Desde 1998 es su director. Invertir en buena escritura, en una edición cuidadosa, en la verificación y el rigor de la información y en el pensamiento crítico tanto de autores reconocidos como de nuevas voces son las señas de identidad de una de las mejores revistas del mundo. La propia escritura de Remnick cumple estos requisitos.

Reportero recoge la historia de los últimos 20 años a través de 12 retratos/entrevistas publicados en The New Yorker. Los acontecimientos que están en el trasfondo –la derrota de Al Gore, el candidato más votado en las presidenciales de 2000; la guerra de Irák; el auge de Hamás; la caída del bloque soviético y el ascenso de un exagente del KGB al Kremlin– se analizan a través de un coro de personajes protagonistas y secundarios. Pero Reportero es, también, un manual de escritura y de técnicas periodísticas.

Remnick escribe sus libros con la misma minuciosidad que sus artículos. La tumba de Lenin ganó el Pulitzer en 1994. Su bibliografía, Resurrección, la batalla por una nueva Rusia, El Rey del mundo (biografía del boxeador Muhamad Ali) y El Puente (biografía-reportaje del recorrido de un negro, Barack Obama, a la Casa Blanca) son en sí mismos ejercicios de práctica periodística, además de una demostración del profundo conocimiento de la política y los mecanismos del poder, también de la naturaleza de las personas. Los otros dos libros que componen hasta hoy su obra, El problema del diablo y Reportero, son una colección de algunos de sus artículos en The New Yorker, donde Remnick ha alcanzado su madurez como periodista.

 

 

Reportero está organizado en cuatro partes que no llevan título. En la primera agrupa a figuras del poder tan distintas como Al Gore, Katherine Graham y Tony Blair. En la segunda aparecen dos de los escritores que mejor han contado la desorientación de EE UU, Philip Roth y Don DeLillo, dos personajes discordantes, el expresidente checo Václav Havel y Bruce Springsteen. La tercera parte está dedicada al país que Remnick mejor conoce después de EE UU, Rusia. Sus retratos de Solzhenistsin y Vladimir Putin son magistrales, con observaciones como: “En la Rusia contemporánea, la historia ha sido despiadada en su rapidez, y la memoria ciudadana es veleidosa” o “Putin no es un hombre imaginativo ni con chispa. Es adusto, inteligente, competente y agradable, pero sin gracia. Un burócrata autoritario al que la historia ha dado un espaldarazo”. La cuarta parte de Reportero se adentra en Oriente Próximo de la mano de protagonistas del conflicto palestino-israelí tan distantes y distintos como Benjamin Netanyahu, el escritor Amos Oz y Hamás o el liderazgo palestino tras la muerte de Arafat.

Está claro que a Remnick no le interesa el formato pregunta-respuesta. Se le queda corto. Sabe que necesita algo más que las palabras de los entrevistados para comprender por qué las dicen, cómo actúan, cuáles son sus contradicciones. Y en este ejercicio periodístico-analítico-psicológico nadie se maneja mejor que él.