POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 132

Carta de América: Eludir el enfrentamiento

Jaime Ojeda
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Cerca del primer año de su mandato, Obama es consciente de que la profunda transformación que significa su programa político choca con el conservadurismo de buena parte de la nación.

Cerca del final del primer año de la presidencia de Barack Obama, su personalidad política continúa aún sin definir. Ya durante la campaña electoral era difícil decidir si, como se deducía de sus discursos, se proponía propiciar un «liberalismo» pragmático o, como indicaba su actuación en el Senado, iba a imponer una ideología demócrata de izquierda.

En los elocuentes discursos que ha pronunciado desde la presidencia se inclina por una moderación bipartidista, en busca del consenso con sus acérrimos rivales republicanos, pero en sus decisiones se ha alineado unas veces con el ala izquierda del Partido Demócrata en lo que concierne a Irak y el presupuesto, y en otras con el centro-derecha respecto a los derechos civiles, Guantánamo, Afganistán, Irán, Corea del Norte y, sobre todo, en el Congreso respecto a la regulación del sistema financiero, la reforma de la salud pública y la ley de la energía y el medio ambiente.

En sus momentos más claros no logra enardecer a sus partidarios ni arredrar a sus contrarios; sus presentaciones son más intelectuales que políticas, flotan entre extremos sin precisarse. En esta incertidumbre de su posición en el espectro político americano, Obama parece cada vez más como una rueda suelta en su complicado mecanismo gubernamental: sus alocuciones, sus viajes, su actuación doméstica e internacional no parecen guardar una relación con lo que está sucediendo en el Congreso, en su propio gobierno, en los medios y en la opinión pública. El ejemplo más claro de este desajuste ha sido el fracaso de su intento de imponer la candidatura de Chicago para los Juegos Olímpicos de 2016: no importaba demasiado a los…

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