POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 134

El prisionero de la Casa Blanca

Norman Birnbaum
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No se puede esperar que Obama arregle solo los errores e ilusiones acumulados del último siglo. Enfrentado a una maquinaria administrativa lenta y al rechazo de los republicanos, al presidente le ha resultado extraordinariamente difícil hacerse con el control del gobierno.

Tras un año en el cargo, el presidente Barack Obama, como la mayoría de sus predecesores, parece un prisionero en la Casa Blanca. The New York Times, que no destaca por su ironía, ha escrito que, si otros problemas lo permiten, el presidente espera hacer algo respecto al paro. No ser capaz de hacerlo complicaría mucho su reelección en 2012, y es probable que tenga como consecuencia un gran avance republicano en las elecciones al Congreso de noviembre de 2010, cuando estarán en juego la Cámara de Representantes al completo y un tercio del Senado.

La victoria del republicano Scott Brown en la elección especial en Massachusetts para elegir al sucesor del fallecido senador Edward Kennedy (celebrada exactamente un año después de la toma de posesión de Obama) ha sorprendido a los demócratas, que han caído en la cuenta del peligro cuando era demasiado tarde. Brown es un político local desconocido, sin ningún talento evidente, que hizo campaña como exponente de las virtudes de la gente corriente frente a los vicios de la élite política. El índice de popularidad del presidente no es peor que el de muchos de sus predecesores en esta etapa de la presidencia (a finales de enero, la mitad de los ciudadanos estaban satisfechos con su actuación), pero es muy llamativo el contraste entre las grandes expectativas que había despertado, la renovada confianza de los republicanos y la desmoralización y marcada división entre los demócratas.

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