POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 7

La política franco-alemana de seguridad

Helmut Schmidt
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Cualquiera que contemple desde fuera la estrategia global de Francia durante las casi tres décadas transcurridas desde la fundación de la V República en 1958 puede tener la impresión de que nada ha cambiado especialmente desde De Gaulle hasta Mitterrand, pasando por Pompidou y Giscard d’Estaing. Por acertado que este juicio sea cuando se aplica a la aspiración francesa de jugar un papel mundial, un papel como potencia nuclear independiente, con plena autonomía estratégica y libertad de decisión, es justo reconocer, sin embargo, que se pueden detectar transformaciones significativas.

Estas empezaron ya bajo De Gaulle. Entre su propuesta de un triunvirato con los Estados Unidos, Francia e Inglaterra en el año 1958 y el Tratado del Elíseo de 1963 se da una flagrante diferencia de concepción. Entre el diseño subyacente al Tratado del Elíseo con Alemania y las ideas maestras de 1966, cuando Francia abandonó la integración en la OTAN y expulsó de su suelo a todas las tropas y Estados Mayores extranjeros, se da asimismo una diferencia significativa.

Los gaullistas de hoy consideran la posición estratégico-militar de De Gaulle de 1966 como un testamento estratégico del general; testamento que han de ejecutar. Pero no caen en la cuenta de que esto supondría una considerable limitación de las posibilidades estratégicas globales de Francia: el general cedió el paso a una mayor influencia norteamericana sobre el pensamiento y la conducta de los euro-occidentales, en especial de los alemanes, en política de seguridad.

Así las cosas, su sucesor, Pompidou, ya no veía valor estratégico alguno en la exclusión de Inglaterra de la CEE, decretada por De Gaulle. Al reconocer el mismo rango europeo a Gran Bretaña, podía incluso esperar, más bien contrarrestar, la preocupación de un dominio estratégico germano-americano.

Giscard d’Estaing practicó con éxito una revitalización consciente del entendimiento franco-alemán. Mitterrand siguió…

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