POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 148

Nuevos poderes en un planeta envejecido

Phillip Longman
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Nunca antes las tendencias demográficas han tenido el potencial desestabilizador que presenta el actual patrón de nacimientos y muertes, la proporción de jóvenes y mayores. Las consecuencias irán más allá de la economía y afectarán al equilibrio de poder entre países.

A principios de la década de los setenta, los demógrafos detectaron un patrón de comportamiento humano que nunca habían visto. En 1970, cuando Suiza, Finlandia y Dinamarca llevaron a cabo su recuento anual de nacimientos y muertes para el año anterior, los números indicaban que los adultos jóvenes tenían tan pocos hijos que no lograrían reemplazar a su generación. Este hallazgo contradecía todas las teorías imperantes sobre la población humana. Hasta entonces, los demógrafos, así como los pensadores en general, habían creído que los seres humanos engendrarían inevitablemente hijos de sobra para sostener la población, al menos hasta que las plagas, las hambrunas o el invierno nuclear se dejaran sentir. Es una suposición que no solo se correspondía con nuestra larga experiencia de un mundo cada vez más poblado, sino que también contaba con el apoyo de pensadores tan influyentes como Thomas Malthus y Charles Darwin.

Esas tasas de natalidad excepcionalmente bajas observadas primero en Escandinavia se rechazaron, en un primer momento, por considerarlas una anomalía o un error de medición, pero el fenómeno se ha extendido por todo el mundo. Desde hace ya más de una generación, las personas que viven en naciones bien alimentadas, sanas y pacíficas han engendrado muy pocos hijos para el reemplazo generacional. Esto es cierto a pesar de que las drásticas mejoras en la supervivencia de bebés y niños significan que en la actualidad se necesitan muchos menos hijos (solo aproximadamente 2,1 por mujer en las sociedades modernas) para evitar una pérdida de población a largo plazo. Hoy, los índices de natalidad han…

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