Colombia en su laberinto

Asier Tapia Gutiérrez
 |  11 de octubre de 2016

Tras el consensuado shock social del resultado del innecesario plebiscito sobre el acuerdo de paz, Colombia y en especial el recién galardonado Nobel de la Paz Juan Manuel Santos se encuentran desbordados por la polarización existente alrededor de la negociación y lo acordado en La Habana. Si bien tras el 2 de octubre se generalizó la idea de que la insignificante diferencia en el resultado y la polarización pudieran superarse a través del objetivo común de la paz –debido a la predisposición de todas las fuerzas políticas y sociales a lograr un acuerdo primero entre ellos mismos para luego modificar el acuerdo con las FARC-EP– los hechos posteriores muestran la complejidad de llegar a un resultado positivo.

Durante los cuatro años del proceso de negociación, el uribismo ha estado deslegitimando su misma razón de ser. Para ello ha expresado un rechazo frontal a negociar nada que no fuera la rendición y consiguiente sumisión por parte de los denominados por ellos mismos como terroristas, en un intento palmario de no reconocer ninguna de las reivindicaciones de la guerrilla y, por ende, cualquier posibilidad de negociación política. La campaña por el “No” basada en la manipulación del contenido de lo acordado solo ha sido un instrumento más a la hora de hacer descabalgar el proceso con el obstáculo de haberse visto forzados a defender la posibilidad de una renegociación con la guerrilla en términos más beneficiosos para el Estado y menos para las FARC-EP. No obstante, lo sucedido a lo largo de la semana pasada muestra, por un lado, que tampoco ellos esperaban la victoria del “No” y, por otro, que pese a su declarado deseo de una renegociación en pos de la paz, su intención es dilatar el tiempo hasta las presidenciales de 2018, donde una vez obtenida la presidencia por su candidato podrían poner fin a cualquier negociación sin el coste político que supondría en este momento. También tienen sobre la mesa la opción de acabar con una guerrilla claramente debilitada por la pérdida de posiciones que supone el tiempo de inactividad.

El gobierno de Santos, tras un varapalo más inesperado si cabe, se ha reagrupado y llama con vehemencia a los opositores para integrarlos en la negociación, como de otro modo no podía hacer. La estrategia se centra en que expresen de forma clara lo que quieren cambiar del acuerdo y participen del nuevo proceso de negociación de la forma más directa posible, dado que fueron ellos quienes afirmaron que era posible una renegociación exitosa. En caso de fracaso, la oposición tendría que hacer frente al coste político de esta decisión.

Santos, obviando su interés político particular e investido con la fuerza simbólica que le otorga el premio Nobel, y contando además con el impulso prácticamente unánime de la comunidad internacional y la renovada fuerza del movimiento social colombiano a favor de la paz, debe lograr un acuerdo mejorado que incluya a un núcleo mayor de población a la mayor brevedad. El tiempo será el mayor enemigo.

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