El legado de la izquierda latinoamericana del siglo XXI

Miguel Serna
 |  28 de julio de 2016

En tiempos económicos y políticos turbulentos en América Latina, la coyuntura política está marcada por una generalizada crítica o desilusión en la opinión pública con la experiencia de gobierno de las izquierdas, por un aparente descenso de la “marea rosa” en la región y por reacciones y avances de fuerzas conservadoras. En este contexto, puede parecer irónico hablar del legado de las izquierdas. Ahora bien, no pueden obviarse sus logros reales y la nueva situación en que se encuentra la mayoría de los países latinoamericanos en términos de desarrollo y equidad. Por otra parte, algunos de los fracasos que se vislumbran ahora no son adjudicables en exclusiva a la izquierda, sino a deficiencias profundas institucionales, al funcionamiento de los partidos y las particularidades de las democracias de algunos países. Tras una década y media de una mayoría de gobiernos de izquierda en los principales países de América Latina (y en todas sus subregiones) es posible realizar un balance de los cambios sucedidos.

Izquierdas o giro ideológico a la izquierda, ¿es una afirmación correcta?. Sí, llegaron al poder dirigentes y partidos políticos claramente identificados con la generación de izquierdas, insurgentes de las décadas de los Sesenta y Setenta, así como de una pluralidad de corrientes de izquierdas socializadas al calor de la resistencias a los autoritarismos, las transiciones democráticas, el fin de la guerra fría y la oposición al neoliberalismo de los noventa. Giro a la izquierda de partidos que ingresan en el juego democrático y que lo hacen muchas veces a través de acuerdos y coaliciones electorales con otros partidos situados más al centro del espectro ideológico.

Izquierdas que tuvieron un rasgo común a otras izquierdas, especialmente de las europeas, en colocar la cuestión de la redistribución económica y la lucha contra las desigualdades en la agenda política y de las políticas públicas, en una región que ostenta los índices de desigualdad económica más altos del mundo. Se recuperaron, y en muchas ocasiones se construyeron, instrumentos del Estado Social en política laboral, seguridad social y gasto social, reforma tributaria, así como políticas de transferencias sociales a los sectores pobres. Es posible afirmar que los avances sociales se produjeron en toda América Latina, pero en los países donde gobernó la izquierda los avances sociales fueron más profundos. Algo más interesante es el hecho de que los partidos conservadores comenzaron a incluir la cuestión social en sus propias agendas programáticas.

Tanto más importante es lo que las izquierdas han logrado en el plano de las agendas del reconocimiento de derechos ciudadanos y populares. Hay que destacar el cambio de dirigentes y la participación política activa de nuevos grupos sociales empoderados: los obreros y sus sindicatos, las mujeres, los indígenas y los afrodescendientes, así como las políticas afirmativas de derechos colectivos hacia dichos grupos, y el reverdecer de principios de tradiciones ancestrales de como el “buen vivir” o la “buena vida”. Asimismo, cerrado el último ciclo autoritario, muchos países latinoamericanos han llevado a cabo políticas activas de justicia transicional y de memoria colectiva en el plano de los derechos humanos, en un continente tan castigado por la impunidad y el desconocimiento de los derechos más básicos de la vida humana. Estos programas no estaban en la agenda política de los gobiernos conservadores y de derecha.

Cualquier lector desconfiado con la coyuntura actual podría decir con razón que el vaso sigue medio vacío. Efectivamente, fueron cambios parciales, moderados y no transformaron muchos aspectos perversos de larga data en la política latinoamericana, como el peso político ideológico del conservadurismo; la reproducción del clientelismo, base del fenómeno de la corrupción; tampoco se modificó sustancialmente la estructura autoritaria de los Estados con sus “zonas grises” y “marrones” de desconocimiento de derechos ciudadanos e impunidad; la persistencia de la violencia institucional y cotidiana; y apenas se han moderado los aspectos más salvajes del poder económico, sin cuestionar las bases estructurales de unas economías que siguen teniendo un modelo primario-extractivista, con un sector financiero dominado por capitales multinacionales y multilatinas. Sí, quedan todavía muchas tareas pendientes para la construcción de una democracia y una sociedad igualitaria en el continente.

Las izquierdas en el gobierno no realizaron la utopía revolucionaria de las décadas del sesenta y setenta, pero sí contribuyeron, al menos en parte, a fortalecer la democracia, empoderar ciudadanía y cuestionar desigualdades sociales históricas en un continente acostumbrado al autoritarismo, el elitismo y la reproducción de la dominación social. Un impulso de cambios que esperemos haya calado lo suficiente en el ethos colectivo para no tolerar más regresiones, aunque esto último sea tan solo una opinión y deseo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *