POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 170

Estudiantes en un debate en la Universidad Carlos III de Madrid, 27 de noviembre de 2015. GETTY

‘Eppur si muove’. Talento español en el siglo XXI

La fuga de cerebros –la migración de profesionales altamente cualificados– ha existido desde los orígenes de la humanidad, contribuyendo a la circulación de ideas y al desarrollo de conocimiento. La España del siglo XXI no debe combatir esa movilidad sino aprovecharla.
Diego Rubio
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En el siglo VI antes de Cristo, Darío I, rey de los persas, erigió un vasto palacio en la ciudad de Susa. En una famosa inscripción –conocida como DSf– el monarca enumeró las muchas naciones que participaron en la empresa: “los orfebres que trabajaron el oro eran egipcios, los hombres que trajeron la madera, lidios. Quienes cocieron los ladrillos venían de Babilonia; los que adornaron la muralla eran medos”. Este listado, acaso anecdótico y remoto, revela un hecho innegable: la fuga de cerebros o, como conviene referirse a ella, la migración de profesionales altamente cualificados (MAC), ha existido siempre. Desde los orígenes mismos de la humanidad, las personas con competencias superiores y conocimientos especializados en los ámbitos científico, tecnológico y cultural (sirva esto de definición) han cambiado de territorio por distintos motivos, contribuyendo a la circulación de ideas y al desarrollo del conocimiento.

Si nos centramos en España, podríamos señalar al menos tres grandes episodios de MAC a lo largo de su historia. El primero en 1492, con la expulsión de los judíos, que supuso un debilitamiento considerable de las élites financieras y comerciales, así como la pérdida de hábiles administradores al servicio de la Corona. Esta pérdida, unida a la decisión de Felipe II de impedir a los españoles estudiar en universidades extranjeras para que no se contaminasen de luteranismo, provocó una escasez de técnicos y funcionarios competentes que aceleró la decadencia del imperio. Así lo denunció al menos el Conde-Duque de Olivares, quien durante la primera mitad del siglo XVII no paró de lamentar la “falta de cabezas” para dirigir España.

La segunda gran pérdida de talento se produjo en las primeras décadas del siglo XIX, a tenor de la división de las fuerzas progresistas entre afrancesados y liberales, con sus exilios correspondientes (1813-20 y 1823-33). En aquellos…

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