La Asamblea Nacional francesa. GETTY

¿A quién hay que llamar para hablar con la oposición francesa?

Dídac Gutiérrez-Peris
 |  19 de junio de 2017

Los resultados de las elecciones legislativas en Francia representan una victoria clara para La République en Marche (LRM), y es la segunda mayoría más abultada de la historia de la V República (después de la de 2002 con Jacques Chirac arropado por el país después del terremoto Jean-Marie Le Pen). A nivel de gobernabilidad los resultados también son buenos para el partido de Emmanuel Macron, ya que si por algún motivo tuviera que restar durante su mandato a sus aliados del Movimiento Demócrata (MoDem) de François Bayrou, su grupo se mantendría por encima de los 300 diputados (la mayoría absoluta está en 289).

Sin embargo, a diferencia de los últimos meses, ha sido la primera cita electoral donde les marcheurs han ido de “más a menos”. Hace 15 días, por ejemplo, y con los resultados de la primera vuelta en la mano, las encuestas le daban a LRM entre 430 y 455 diputados. Finalmente, ha obtenido 350. En ese sentido, el efecto de fatiga electoral también ha acabado afectando la “macronmanía”, notándose por un lado en la abstención récord (57%) y por otro en una movilización menos arrolladora. El domingo era la octava cita con las urnas en menos de 12 meses: primero las dos vueltas de las primarias abiertas de Los Republicanos, seguidas de las dos vueltas de las primarias abiertas del Partido Socialista, y las consiguientes dos vueltas de las presidenciales y de las legislativas.

En relación a este asunto, vale la pena releerse el trabajo de Filip Kostelka, investigador en Sciences Po, que ha comparado la cadencia electoral que existe en países continentales con la cadencia, por ejemplo, en países como Suecia, donde todas las elecciones intentan concentrarse en un mismo momento, privilegiando un sistema en el que los ciudadanos se desplacen de media una vez cada dos años, como máximo.

Pero más allá de la abstención, los resultados confirman que Francia seguirá contando en su vida parlamentaria con una oposición. Aunque la gran incógnita sea dirimir cuál. La batalla por encarnar ese rol será feroz, porque de ello dependerá en parte los éxitos futuros de cada una de las formaciones que aspiran a plantarle cara a LRM y al gobierno de apertura presidido por Édouard Philippe. Adaptando la famosa máxima de Henry Kissinger, ¿a quién habrá que llamar para hablar con la oposición en Francia?

 

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Los Republicanos

El primer número podría ser el despacho de François Baroin, Thierry Solère, Eric Ciotti, Eric Woerth y Christian Jacob. Un despacho –el del grupo parlamentario de Les Républicains donde no estará finalmente la diputada parisina Nathalie Kosciusko-Morizet, una de las figuras más macron-compatibles de la derecha francesa. El grupo ha resistido la estrategia de fagocitación que puso en marcha Macron cuando el presidente sumó a su gobierno a Bruno Le Maire –antiguo candidato presidencial de Les Républicains y figura clave durante la primera parte de la campaña François Fillon–, y a Édouard Philippe como primer ministro. En ese sentido la formación ya ha empezado su debate interno para decidir si van a ser una oposición “constructiva” –deseo expreso de los moderados como Solère, que verían con buenos ojos votar a favor del arsenal de reformas de Macron–, o si van a buscar la confrontación parlamentaria dura, como hicieron anteriormente con la bancada socialista.

 

La izquierda

Para hablar con la oposición de izquierda habrá que esperar unos meses y ver cómo reaccionan tanto el grupo socialista –que pierde alrededor de 90% de su grupo parlamentario y obtiene 44 diputados– y la bancada de la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, que consigue grupo propio con 17 diputados (aún si se separara del Partido Comunista, su aliado electoral). La estrategia de Mélenchon de no apoyar expresamente a Macron en la segunda vuelta de las presidenciales, y el hecho que al final el líder insumiso estará en el Parlamento después de ganarle el escaño a un socialista histórico marsellés, Patrick Mennucci, parecen indicar que Mélenchon sigue pensando que “he venido a sustituir el PS”, como ya dijo en las últimas semanas. Mientras tanto, el desafío de plantearse más unidad, o menos; más confrontación a nivel nacional, o más oposición local… seguirá siendo unas de las preguntas que la izquierda francesa en su conjunto deberá resolver.

Un tercer número podría ser, paradójicamente, el del propio grupo parlamentario de En Marche. Una opción que François Hollande seguro tiene muy presente después de haber sufrido en mayo de 2016 una moción de censura proveniente de una parte de su propio grupo socialista. Les Frondeurs, donde se encontraba el propio Benoît Hamon, fueron, sin duda, la mejor oposición posible al gobierno de Manuel Valls. En el caso de Macron esta opción cobra incluso más peso teniendo en cuenta que muchos de los diputados que entran en la Asamblea son nuevos, que nunca han tenido que dosificar sus ambiciones como habrá que hacerlo hasta ahora, y que nunca han estado expuestos a la hípermediatización –la misma que hizo escalar posiciones a un outsider como Macron–. El investigador del Cevipof Bruno Cautrès se preguntaba recientemente cómo iban a existir todos estos diputados en una mayoría parlamentaria holgada. ¿Qué ocurrirá cuando Macron tenga que hacer frente a algunas reformas impopulares, o algunas fluctuaciones a nivel de reputación/popularidad?

En cuanto al Frente Nacional, logra que Marine Le Pen entre por primera vez en la Asamblea Nacional, tras más de veinte años aprovechándose de la tribuna europarlamentaria para hacer eso, política interior.

En vista de la volatilidad y el deseo de refundación en Francia conviene reflexionar sobre aquellos grupos o diputados que todavía no existen, los futuros “Emmanuel Macron”. En ese sentido, es probable que la oposición más dura a Macron todavía no exista o no se haya dado a conocer como tal.

Hay un último número de teléfono, que sería el que probablemente más le convendría al nuevo presidente: el de la Casa Blanca. El día después de su elección, escribía en politicaexterior.com que “la victoria de Macron y la investidura hace apenas cuatro meses de Donald Trump dan una idea de la pareja de baile que influirá la política internacional durante los próximos cinco años. Mientras que Barack Obama encontró generalmente en Nicolas Sarkozy y Hollande a dos aliados incuestionables, es probable que la relación Macron-Trump se parezca más a la relación que mantuvieron George W. Bush y Jacques Chirac. Un periodo marcado por la guerra de Irak y el papel de ‘oposición mundial’ que encarnó la república, con una utilización mucho más clara de la palabra como soft power”.

Un mes después, Macron ha liderado como ninguno la lucha contra un Trump anticlimático. Se ha recluido en su palacio del Elíseo, dosificando su palabra y guardándola para recibir con pompa y platillo a políticos internacionales como Narendra Modi, Vladimir Putin, Theresa May o Mariano Rajoy. En este sentido, Macron puede ser un neófito en materia de estructuras partidistas, pero tiene muy claro que la política exterior en Francia es –como en ningún otro país– política interior.

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