El presidente ruso Vladimir Putin (D) junto al presidente turco Recep Tayyip Erdogan (I) tras la reunión ruso-turca en la residencia estatal Bocharov Rucheu en Sochi (Rusia), el 12 de octubre de 2019/GETTY

Agenda Exterior: Oriente Próximo

POLÍTICA EXTERIOR
 |  31 de octubre de 2019

¿Quiénes lideran hoy Oriente Próximo?

Los eventos en Oriente Próximo se suceden sin encajar en ningún guión preestablecido. La intervención turca en el Kurdistán sirio, las protestas en Líbano, Irak y Egipto, la ejecución de Abu Bakr al Bagdadi por fuerzas especiales estadounidenses, el pulso entre Irán y Arabia Saudí en el golfo Pérsico, la creciente influencia regional rusa… ¿Asistimos a una reconfiguración de los liderazgos en Oriente Próximo, o a una nueva ronda de maniobras cortoplacistas? Preguntamos a varios especialistas en la región.

 

José Abu-Tarbush | Profesor de Sociología de las relaciones internacionales en la Universidad de La Laguna. @joseabutarbush

Oriente Próximo carece de un liderazgo nítido, al menos como se conoció durante el Egipto de Nasser en el siglo pasado (desde 1956 hasta 1967 aproximadamente). El liderazgo exige recursos de poder, voluntad para ejercerlo y legitimidad otorgada por el resto. Ninguna potencia regional ni mundial posee estos tres ingredientes. El denominador común es disponer de fuerza y deseo, pero carecer del consentimiento concedido por otros actores, estatales o no.

Unido a este déficit de legitimidad, se asiste a repetidos y frustrados intentos de imposición del predominio geoestratégico en la región mediante la tendencia a una alianza entre una potencia mundial y algunas potencias o Estados regionales. La establecida entre Estados Unidos e Israel ha sido paradigmática, y ha contado con diversos aliados a lo largo del tiempo (Arabia Saudí, Irán, Turquía o Egipto). Ante los errores, titubeos y retrocesos estadounidenses en la región, Rusia se ha reposicionado, sin equipararse a la influencia ejercida por Washington desde la Segunda Guerra Mundial.

En la rivalidad regional destaca la pugna entre Arabia Saudí e Irán. No es la única controversia, pero su importancia se ha manifestado en diferentes crisis regionales (Irak, Siria, Yemen o, en menor medida, Líbano y Palestina); e involucra a potencias mundiales y regionales, junto a otros Estados de la región y actores no estatales.

Tampoco existe un bloque regional cohesionado como se deriva de la crisis en el Consejo de Cooperación del Golfo, con la renuencia de Qatar, Kuwait y Omán a adoptar una política más beligerante hacia Irán como pretende Riad. Sin olvidar el boicot al que Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos han sometido a Qatar desde 2017.

Quizás la tesis de Richard Haass sobre La era de la no polaridad pueda arrojar algo de luz sobre la etapa actual en Oriente Próximo, sin un claro predominio ni liderazgo, con diferentes centros de poder, de alianzas tan específicas y cambiantes como la propia volatilidad regional.

 

Mariano Aguirre | Analista de política internacional. Autor de Salto al vacío. Crisis y declive de Estados Unidos (Icaria, Barcelona, 2017). @AguirreErnst

En Lords of the Desert, James Barr narra la pugna que tuvieron Gran Bretaña y Estados Unidos a partir de la década de los cuarenta por el control de Oriente Próximo. Aunque eran aliados contra la influencia de la Unión Soviética, el imperio en decadencia y la potencia en ascenso competían por recursos energéticos y adhesiones políticas. Medio siglo después, el espionaje, golpes de Estado y traiciones entre aliados, más las regulares intervenciones militares extranjeras, son ejercidas por una constelación de Estados (y actores armados no estatales) externos e internos. Nadie lidera, todos compiten.

En Oriente Próximo se refleja la difusión del poder del conjunto del sistema internacional. EEUU es la mayor potencia militar mundial, pero está perdiendo influencia y competitividad económica, tecnológica y comercial frente a China. Y la imprevisible presidencia de Donald Trump le da oportunidades a Rusia para ocupar espacios estratégicos.

La intervención militar y diplomática rusa en Siria definió la guerra en favor del régimen de Bachar el Asad. El acuerdo entre Ankara, Moscú y Damasco sellado tras la salida de EEUU del Kurdistán sirio ha confirmado el avance estratégico ruso. China, entre tanto, establece sus vínculos económicos en el marco de la nueva Ruta de la Seda y compra la mitad del petróleo que exporta la región, pero sin establecer, por el momento, vínculos en el campo de la seguridad.

La política europea hacia Oriente Próximo está fragmentada. La Unión Europea lidera en cuestión de valores de democracia y derechos humanos, pero cada Estado miembro promueve sus intereses particulares. Algunos venden armas a las dictaduras locales y prácticamente todos colaboran por acción u omisión con la ocupación israelí de Palestina. El flujo de inmigrantes de la región ha acelerado las divisiones internas.

Dos factores adicionales limitan a los europeos: la falta de acuerdo entre los Estados miembros para su política exterior y de seguridad, y el desconcierto ante la agresividad de Trump hacia ellos. Ambos factores se complementan para que Europa, en especial respecto a Oriente Próximo, defina su política o siga ocupando un lugar secundario.

Oriente Próximo tiene todos los componentes de un campo de batalla geopolítico, a lo que se suman fuertes dinámicas propias. Entre otras: debilidad del Estado, presencia de organizaciones político-militares no estatales, autoritarismo, economías rentistas. Además de diversidad de identidades tribales y religiosas, diferentes versiones enfrentadas del Islam (sunníes y chiíes), un frustrado panarabismo, redes transnacionales de identidad, fronteras en disputa y altos niveles de conflicto armado.

La guerra en Siria es el ejemplo nítido de la interacción entre actores y factores externos e internos. De forma directa o indirecta y usando según los casos diversos recursos –diplomacia, apoyo a grupos armados, provisión o sustracción de bienes, bombardeando, y ocupación de territorios–, están presentes Rusia, EEUU, Turquía, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Qatar. A los que se suman actores secundarios: Reino Unido, Francia, China, Líbano, Jordania, Irak y Naciones Unidas. Y a ellos hay que añadirles centenares de organizaciones armadas, Dáesh y las milicias kurdas. Un violento espejo del mundo.

 

Jesús A. Núñez Villaverde | Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH). @SusoNunez

Después de décadas de claro liderazgo estadounidense –con el sustancial apoyo local de Israel, Arabia Saudí e incluso Irán (hasta 1979)–, parece que esa posición está hoy cuestionada.

Eso no significa que haya un vacío sino que, por un lado, Estados Unidos replantea su papel como gestor global, y por otro, se hacen más visibles las disputas locales, con Arabia Saudí e Irán enfrascados en diferentes escenarios de la zona para tratar de imponer su dictado; con Israel procurando asentar su dominio total de Palestina, y con Turquía sumida en sueños neo-otomanos. De manera simultánea, Rusia trata de aprovechar las circunstancias para volver a un escenario del que prácticamente había desaparecido, procurando reasentar sus reales en Siria para, a partir de ahí, extender sus brazos hasta Riad y Teherán.

A pesar de todo, Washington sigue siendo hoy –por su peso militar en la región y sus sólidas relaciones económicas y políticas– el que cuenta con mayor presencia. Otra cosa es que, ante la necesidad de atender a la emergencia china y al esfuerzo ruso de volver a ser considerada una potencia global, EEUU esté redefiniendo a la baja su nivel de implicación directa en la región, estimulando a sus socios locales para que asuman una mayor parte de la carga. Pero ni así cabe imaginar que se vaya a producir su retirada.

Rusia puede, por supuesto, lograr ciertos avances como suministrador de armas y ciertos “éxitos”, como el que ahora se apunta en Siria. Pero no parece en condiciones de tomar el relevo (y menos aún China). De ahí cabe concluir que, dado que ni Arabia Saudí ni Irán cuentan con medios suficientes para inclinar la balanza definitivamente a su favor, Washington seguirá siendo por un tiempo el referente principal de la región, en un contexto de crecientes disputas entre actores locales.

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