Alfombra roja: Tim Cook

Pablo Colomer
 |  22 de septiembre de 2016

“No llevaba ni cinco minutos de mi primera entrevista con Steve y ya quería mandar la prudencia y la lógica al carajo y unirme a Apple. Mi intuición ya me decía que era una oportunidad única en la vida de trabajar para el genio creativo, y de formar parte del equipo ejecutivo que podría resucitar a una gran compañía estadounidense”.

 

La sombra de Steve Jobs es alargada. Pero para este hijo de Alabama, donde los cielos son tan azules, el creador de Apple ha sido, sobre todo, fuente de inspiración más que de problemas. Timothy D. Cook (Mobile, 1960) es el hombre que hay detrás de la compañía más valiosa del planeta, producto de la mente de uno de los mayores genios empresariales de finales del siglo XX, principios del XXI. Suceder al mesías no ha tenido que ser fácil. A Thabo Mbeki, que tomó el relevo de Nelson Mandela como presidente de Suráfrica, solían preguntarle cómo se sentía al calzarse los zapatos del gran hombre. Terminó tan harto de la pregunta que acabó diciendo que Mandela iba con unos zapatos tan feos que a él jamás lo verían muerto en ellos. Cuesta imaginarse a Cook renegando del legado de Jobs. Sin embargo, para mantener el fervor religioso alrededor de la compañía, Cook tendrá que superar a su sucesor en el arte de transformar el agua en vino –e inventar productos que no sabemos que necesitamos tanto–, pues en la jungla tecnológica el ayer es prehistoria.

Cook conoce bien el terreno en el que se mueve como tiburón en el agua. Su carrera comenzó recién graduado (1982) en un gigante tecnológico (IBM) con décadas de historia a sus espaldas y en franco declive. En 1993, IBM sufrió pérdidas por 8.000 millones de dólares, en aquel momento un récord en la historia empresarial de Estados Unidos. Cook abandonó el Gigante Azul un año más tarde para unirse a Intelligent Electronics y luego pasó a Compaq, en la que duró seis meses: Jobs había llamado a su puerta.

Abandonar al mayor fabricante de ordenadores personales del mundo para unirse a una compañía al borde de la desaparición no parece muy sensato. Cook lo corrobora: fue una decisión puramente irracional, intuitiva. Por aquel entonces Apple todavía no había revolucionado el mercado con sus iPad, iMac o iPhone, ni siquiera con el iPod. Pero Cook se dejó ganar por la pasión de Jobs y el resto es historia. O prehistoria.

El último año de la compañía más valiosa del mundo ha sido duro. Comenzó bien, ya que 2015 fue para Apple un año récord en beneficios. Pero pronto las cosas se torcieron. En febrero, una jueza federal de EEUU ordenó a Apple que ayudase al FBI a desbloquear el iPhone usado por Sayed Farook, uno de los autores del atentado de diciembre de 2015 en San Bernardino (California), donde murieron 14 personas. Cook se opuso a la orden, al considerarla “una amenaza para la seguridad” de sus clientes. Según la compañía, crear una puerta trasera de acceso a los iPhone era “demasiado peligroso”. Finalmente, el FBI logró acceder a la información del iPhone de San Bernardino sin la ayuda de Apple. La batalla, sin embargo, continúa.

En agosto, la Comisión Europea ordenó a Irlanda recuperar hasta 13.000 millones de euros, más intereses, en impuestos no pagados por Apple entre 2003 y 2014. Según la comisaria europea de Competencia, Margrethe Vestager, el régimen fiscal del que se ha beneficiado Apple en Irlanda supone una ayuda de Estado incompatible con la legislación comunitaria. Como muchas otras multinacionales, Apple se vale de la ingeniería fiscal –sustentada en un acuerdo con el Estado irlandés– para registrar y declarar en Irlanda los beneficios por las ventas de productos en varios continentes. Gracias a ello, la firma apenas paga impuestos en los lugares donde realmente tiene su actividad.

Cook ha advertido de que la decisión pone en riesgo las inversiones y la creación de empleo en Europa. Joseph Stiglizt ha descrito el comportamiento de Cook como “totalmente irresponsable”. Según el Nobel de Economía, la Unión Europea debe armonizar los impuestos de sociedades en los Estados miembros para evitar que unos y otros compitan para atraer multinacionales, facilitando la evasión fiscal.

El mayor disgusto para Cook, sin embargo, tal vez haya venido de las malas críticas que ha recibido el iPhone 7, la última joya de la corona, presentado a principios de este mes. Aunque no cabría calificarlas de malas, exactamente, sino más bien de mundanas. Lo cual, para una firma vive, en parte, del fervor religioso de los consumidores, quizá sea peor que malo.

El contexto no ayuda. Tras diez años de éxitos, el mercado de los smartphones comienza a dar signos de agotamiento. Tanto el crecimiento y como la innovación se han ralentizado, aunque los teléfonos inteligentes siguen siendo de largo los aparatos electrónicos más populares, con una tasa de penetración en los países desarrollados del 90%. En el debate sobre el próximo salto tecnológico del móvil se habla de mejores pantallas, procesadores más rápidos y nuevos materiales, pero, sobre todo, de inteligencia artificial.

Y todos se preguntan, creyentes y paganos, acólito y ateos, qué prepara Tim Cook para el décimo aniversario, en 2017, del lanzamiento del primer iPhone. ¿Tal vez un nuevo producto milagroso que no sabemos que necesitan tanto? Alfombra roja para el aprendiz de brujo.

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