La primera ministra polaca Beata Szydlo ofreció junto con Theresa May, primera ministra británica, una conferencia de prensa en la Cancillería polaca en Varsovia el 28 de julio de 2016. NUMBER10, FLICKR.

El desafío polaco preocupa a la UE

Sonia Ruiz Pérez
 |  19 de septiembre de 2017

Hace ya tiempo que Polonia dejó de ser un socio modélico de la Unión Europea. Desde que emprendió su deriva iliberal, las relaciones con Bruselas son muy tensas. A paso firme, Europa del Este avanza hacia una deseuropeización inédita. El llamado Grupo de Visegrado liderado por Polonia y Hungría, al que se suman la República Checa y Eslovaquia, constituye un frente común capaz de hacer temblar los cimientos de la UE con su defensa de medidas ultraconservadoras y un discurso populista e intolerante. Entre ellos, el desafío polaco es el que más preocupa a la UE.

En cuestión de inmigración, Polonia se niega a cumplir con sus compromisos respecto a la reubicación de refugiados, y cuenta en este asunto con el apoyo de su ciudadanía. Un estudio del Public Opinion Research Center (CBOS) refleja que el 70% de los polacos no quiere que su país acoja refugiados de países musulmanes, lo que sirve de argumento al gobierno para legitimar su incumplimiento de las cuotas establecidas. Asimismo, desde su triunfo electoral en 2015, el partido Ley y Justicia de Jaroslaw Kaczynski (PiS) no ha escondido sus filias autoritarias y en menos de dos años el Gobierno de Beata Szydlo ha ido destruyendo sistemáticamente las reformas modernizadoras del país. La prohibición a los periodistas de entrar al Parlamento, el control gubernamental de los medios de comunicación y la reducción drástica de independencia judicial, entre otros, son una clara muestra de que Bruselas ha de parar los pies a Varsovia.

 

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El gobierno de PiS se propuso iniciar su reforma más importante en julio de 2017: poner fin a la independencia del poder judicial y subyugarlo al gobierno, para lo que llevó al Parlamento tres proyectos de ley muy controvertidos. El ultimátum de la UE a las autoridades polacas para que retirasen la reforma no ha surtido todo el efecto que debería. La marcha atrás que dio el presidente polaco, Andrezj Duda, respecto a las dos leyes más polémicas, no implicó un cambio de rumbo de Polonia en su deriva autoritaria. Y ya no son solo las libertades lo que está en juego: también ha puesto en su punto de mira uno de los bosques más antiguos de Europa. La tala de árboles en el bosque de Bialowieza, prohibida por el Tribunal de Justicia Europeo, continúa a pesar de todo. Pero el conflicto trasciende incluso lo tangible. Polonia acusa a la UE de haber abandonado sus tradiciones cristianas y haberse transformado “en un proyecto concebido para homogeneizar poco a poco a Europa de acuerdo con los principios del multiculturalismo, la secularización y la ecología”, como señala Piotr Buras, director del ECFR en Polonia. En su estudio “Europe and its discontents: Poland’s collision course with the European Union”, Buras expone cómo los esfuerzos polacos por distanciarse de la Unión están motivados por factores tanto ideológicos como económicos. No obstante, la defensa del PiS por la des-europeización de la política interior y exterior polaca no va necesariamente de la mano de la oposición a la adhesión a la UE. De hecho, las últimas encuestas muestran que el 88% de los polacos apoyan la adhesión a la UE y solo el 5% quieren un Polexit.

Bruselas no está dispuesta a dejarse avasallar ni permitir que se quebrante la credibilidad de la Unión. Este verano ha sabido mover ficha. Todo apuntaba a que el pulso entre Polonia y la UE obligaría a esta última a hacer uso del “botón nuclear”, el famoso artículo 7 de la UE que permite la eventual retirada del derecho del voto. Sin embargo, este artículo no es potestad exclusiva de la Comisión, sino que la mera contemplación de que existe un claro riesgo de violación de los principios comunitarios requiere la aprobación de cuatro quintos de los Estados miembros. Tras ello, la constatación de la violación se debe decidir en unanimidad, y esto parece muy improbable debido a la tendencia favorable a Polonia por parte del Grupo de Visegrado. El último paso sería la retirada efectiva del derecho del voto, que se aprobaría por mayoría cualificada. La dificultad del proceso resulta evidente, pero el desafío polaco es inaceptable. Las competencias de la Comisión en este caso son limitadas, y solo puede imponer una multa a Varsovia. Para solventar la cuestión, cobra entonces vital importancia el Consejo Europeo, que hasta ahora había externalizado el caso polaco hacia la Comisión.

 

Ignorar a Polonia mientras viola las normas de la UE es más peligroso que romper el silencio y denunciarla

 

La tendencia ha cambiado. Pese a que gran parte de su transformación económica en los últimos 25 años fue impulsada por la participación económica con Alemania, Polonia rompe con una tradición que se había mantenido desde 1989 y reorienta su política hacia Reino Unido. El gobierno polaco incluso ha instrumentado la retórica antialemana para impulsar su apoyo público y a sus objetivos, con demandas tales como la exigencia de reparaciones por los daños causados en la Segunda Guerra Mundial. Durante cierto tiempo, el gobierno alemán no tomó represalias. Ahora es bien distinto. La nueva actitud de Angela Merkel hacia Polonia, más crítica y partidaria a intervenir, otorga fuerza a la idea de que hacer caso omiso a la persistente violación de las normas de la Unión supone una amenaza mayor que romper el silencio. Este cambio sigue a declaraciones abiertamente críticas del presidente francés, Emmanuel Macron, quien expresó que Polonia se estaba aislando dentro de la UE y los ciudadanos polacos “merecían algo mejor” que un gobierno en desacuerdo con los valores democráticos del bloque y los planes de reforma económica. La postura de las grandes potencias comunitarias parece estar firmemente en sintonía con la de Jean-Claude Juncker.

Para alcanzar sus objetivos, Polonia necesita navegar con cuidado por Europa, estar dispuesta a llegar a un compromiso y, al mismo tiempo, ser dura cuando estén en juego sus intereses vitales. Pero eso no será posible a menos que respeten el Estado de Derecho y protejan sus instituciones democráticas. De no ser así, la UE no va a ponérselo nada fácil. No debemos descartar la opción de que sea finalmente la Unión quien abandone a Polonia, y no al contrario.

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