Unos 450 millones de personas dependen de las aguas del río más largo del mundo. GETTY

La batalla por las aguas del Nilo: Etiopía pone en jaque al faraón

Alicia Alamillos
 |  6 de diciembre de 2017

A un lado, un país de 95 millones de habitantes, camino de multiplicarse por dos en los próximos 50 años, con apenas 640 metros cúbicos de recursos agua dulce per cápita. Río arriba, un país con un enorme desabastecimiento energético donde una de cada tres personas carece de acceso a la electricidad. Dos de los gigantes africanos, Egipto y Etiopía, luchan por el control de las aguas del río Nilo, que durante los últimos 90 años se ha mantenido bajo un statu quo hoy puesto en cuestión por la construcción de la Gran Presa del Renacimiento Etíope (GERD) que entrará en funcionamiento en 2019, pese a la firme oposición de El Cairo, altamente dependiente del caudal del río.

Para el gobierno del Frente Democrático Revolucionario del Pueblo de Etiopía (FDRPE) la Gran Presa del Renacimiento, que comenzó su construcción en 2011 y será la mayor central energética del continente, es la culminación de un ambicioso megaproyecto de modernización de su economía, principalmente agrícola, hacia una economía más industrializada centrada en la explotación y exportación de energía hidráulica. Para los egipcios es, en cambio, una amenaza: uno de los países más pobres del mundo en términos de agua disponible per cápita y sin apenas otra fuente de agua dulce, Egipto depende del Nilo para cerca del 96% de su consumo hídrico. El Cairo teme que la presa, con capacidad de almacenamiento para más de 64.000 millones de metros cúbicos, reduzca drásticamente su caudal de agua disponible –y vital– en las próximas décadas. Expertos calculan que podría tardar entre 5 y 15 años en llenarse completamente. Un estudio de la Sociedad Geológica de Estados Unidos (GSA Today) publicado este año apunta que, durante ese periodo, “el flujo de agua dulce a Egipto puede reducirse en un 25%” y que Egipto se enfrentará a una “seria escasez de agua potable y energía (generada por la presa de Asuán) para 2025”.

Y pese a que el control de las aguas del Nilo es un “asunto de vida o muerte” para Egipto, el país norteafricano no ha sido capaz de imponer sus posturas frente a la ofensiva hidropolítica de Etiopía, que ha hecho valer su derecho soberano al desarrollo apoyado por la mayoría de los diez países de la Iniciativa de la Cuenca del Nilo, que acusan a Egipto de “querer monopolizar las aguas del Nilo». Pese a las numerosas rondas de negociaciones y esperanzadores acuerdos preliminares en 2014 y 2015, la alineación de Sudán –tradicional aliado egipcio– con Etiopía en el último encuentro celebrado el pasado noviembre ha dejado a un Egipto cada vez más aislado y con los acuerdos pendientes de un hilo.

“La construcción nunca se ha detenido, y nunca se detendrá, hasta el que proyecto esté completado. No nos preocupa lo que piense Egipto, Etiopía está decidida a sacar provecho de sus recursos hídricos sin causar daño a nadie”, ha declarado el ministro de Irrigación, Agua y Electricidad etíope, Seleshi Bekele, respondiendo a un mensaje del presidente egipcio, Abdelfatah Al Sisi, días antes: “Nadie puede tocar la cuota egipcia de las aguas (del Nilo)”.

Egipto basa su derecho sobre el río más largo del mundo –unos 450 millones de personas dependen de sus aguas– en acuerdos de época colonial. En 1959 Egipto y Sudán, principales beneficiados de los pactos coloniales bajo el Reino Unido, firmaron los “Acuerdos de Aguas del Nilo”, que repartían el caudal del Nilo entre ambos Estados: 75% para Egipto y 25% para Sudán, una cuota de unos 55.500 y 18.500 millones de metros cúbicos anuales respectivamente. Además, se otorgaban a sí mismos poder de veto sobre la construcción de cualquier presa que pudiera limitar sus reservas. Estos acuerdos no han sido reconocidos por ningún Estado río arriba, cuyo rápido crecimiento demográfico en los últimos años y sus aspiraciones económicas (Uganda, en el afluente Nilo Blanco, también ha construido varias presas y plantas hidroeléctricas) requieren una mayor participación de las aguas del Nilo y replantear el tablero geopolítico de la región.

Bajo el gobierno del expresidente Hosni Mubarak, profundamente anti-africanista, Egipto se mantuvo complacientemente en su posición hegemónica sobre las aguas del Nilo. Rechazó durante años entrar en la Iniciativa de la Cuenca del Nilo, formada por 11 países ribereños y que pretende reorganizar el aprovechamiento de sus recursos hídricos, y mantuvo su “derecho histórico y natural” sobre la cuota del 75% de las aguas del río.

Para muchos egipcios, Etiopía se aprovechó de la inestabilidad que siguió a la revolución de enero de 2011 que derrocó a Mubarak y de la “debilidad» del gobierno del islamista Mohamed Morsi, más dispuesto a aceptar los derechos de los países Nilo arriba sobre la explotación de las aguas que su predecesor, para comenzar la construcción de la Gran Presa del Renacimiento sobre el Nilo Azul, principal afluente del Nilo. En años anteriores, Etiopía ya había levantado pequeñas presas que le han permitido ciertas exportaciones de energía a Yibuti y Sudán. Entre 2008 y 2012, Etiopía ha generado un 230% más de energía. Sin embargo, solo uno de cada tres etíopes tiene acceso al suministro eléctrico.

 

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Con la construcción de la GERD, Etiopía propone suplir parte de ese desabastecimiento energético y exportar “incluso a Europa”: la presa del Renacimiento, a 850 kilómetros al noroeste de Adis Abeba y a menos de 40 kilómetros antes de que el Nilo Azul entre en Sudán, podrá almacenar entre 63.000-74.000 millones de metros cúbicos de agua. Con 16 unidades generadoras eléctricas, se calcula que la planta hidroeléctrica generará hasta 6.000 MW una vez completamente operativa, lo que la convertiría en la mayor central energética del continente. Con intención de dorar la píldora a un Egipto que genera casi un tercio de su electricidad en la presa de Asuán, Etiopía se ofreció a abastecerlo de energía eléctrica resultante de la actividad de la GERD.

En 2015, con la presa ya al casi 60% de su construcción y pese a las anteriores protestas egipcias, que llegaron incluso a insinuar una respuesta militar, finalmente los líderes de Etiopía, Egipto y Sudán firmaron un acuerdo preliminar de entendimiento por el que se aceptaba el derecho de Etiopía a construir la presa sin dañar el abastecimiento de agua de ambos países o, en caso contrario, a ofrecer una compensación. En dicho acuerdo, se proponía una comisión de análisis independiente para observar las posibles consecuencias de la presa, que finalmente no ha sido aprobada durante el último encuentro trilateral el 11 y 12 de noviembre. En esta ocasión, Sudán apoyó a Etiopía y pocos días después se desató una guerra de declaraciones, donde Sudán acusaba a Egipto de “utilizar parte la cuota sudanesa” mientras que Egipto hablaba de “fracaso de las negociaciones” y acusaba tanto a Sudán como a Etiopía de “introducir enmiendas en interés propio”.

Con una población cada vez mayor y problemas de desertificación y medioambientales tanto en la cuenca del Nilo como en el Delta, un desacuerdo entre Egipto y Etiopía puede generar mayor inestabilidad en la región precisamente entre dos de las mayores potencias demográficas africanas.

Los egipcios de a pie, con un acceso al agua altísimamente subvencionado y con poca noción de economía hídrica, parecen creer que el agua del Nilo es un maná inagotable: “Siempre está ahí el Nilo”, comentan, mientras el portero friega las escaleras abriendo el grifo del último piso y dejándola correr, o la contaminación del Delta envenena aguas destinadas a la agricultura. Sin un acuerdo entre Egipto y Etiopía la amenaza de la GERD puede, en unos años, despertarles bruscamente de esa ensoñación.

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