¿Puede Jokowi cambiar Indonesia?

 |  28 de octubre de 2014

“Trabajar, trabajar y trabajar”. Las palabras Joko Widodo tienen más de obligación que de promesa. El presidente de Indonesia accede al cargo con un poderoso mandato para el cambio. Para ponerlo en práctica necesita superar las trabas que le imponde su propio partido, la resistencia de la oposición y una coyuntura internacional compleja. No le queda más remedio que esforzarse al máximo.

El reto es enorme, como lo son las expectativas que generó la elección de Widodo en julio. Jokowi, como le apodan sus seguidores, es un cuerpo extraño en la política indonesia: no ha recibido el apoyo del ejército ni de ninguna familia destacada. Toca el bajo, le gusta el rock duro y tiene un don de gentes considerable. Se dio a conocer mediante una gestión municipal eficiente, primero en Surakarta y después como gobernador de Yakarta. Su medida estrella eran los blusukan, visitas improvisadas a comunidades pobres con el fin de supervisar los programas de apoyo del gobierno. La lucha contra la corrupción y un programa con medidas populares, como la distribución de tarjetas sanitarias, becas y el aumento del sueldo mínimo multiplicaron su popularidad.

 

Escila y Caribdis

La formación del gobierno de Widodo obedece tanto a sus promesas de cambio como a las exigencias de la realidad. Al frente de Exteriores, la diplomática Retno Marsudi supone un compromiso con el cambio. La primera mujer en ocupar este cargo tendrá que reconducir las relaciones con Australia, dañadas por un escándalo de espionaje por parte del gobierno de Tony Abbott. También destaca la negativa de Widodo a incorporar en su gobierno a dos generales afines, Wiranto y Luhut Panjaitan. El ejército indonesio retiene un poder político desproporcionado, y Wiranto está acusado de cometer violaciones de derechos humanos durante la ocupación de Timor Este.

En la mayoría de los casos, sin embargo, los ministros de Widodo pertenecen al establishment indonesio. Concretamente, al Partido Democrático de Indonesia (PDI) de Megawati Sukarnoputri. Su hija Puan Maharani obtiene un ministerio coordinador, el de Desarrollo Humano y Cultura. También coordinará ministerios Sofyan Djalil (Economía), cercano a Megawati. El perfil más polémico es el de Ryamizard Ryacudu, futuro ministro de Defensa. Como jefe del Estado Mayor de Megawati, Ryacudu adoptó una línea dura contra los secesionistas de la región de Aceh, a los que amenazó con “aplastar”, y apoyó públicamente a miembros de los Kopassus (fuerzas especiales del ejército) condenados por asesinar  a un activista papuano. Nombramientos de este tipo confirman que la líder del PDI retiene una influencia considerable sobre el presidente.

Si el propio partido del gobierno amenaza los planes de reforma, la oposición representa un escollo mayor. Tras su derrota electoral, Pradowo Subianto, excomandante de los Kopassus, se negó a reconocer la victoria de su adversario. Tanto él como el magnate Aburizal Bakrie, tercero en discordia durante las elecciones, amenazaron con no asistir a la toma de posesión de Widodo. El partido de Pradowo permanece al frente de la coalición mayoritaria en el parlamento y amenaza con emplear el legislativo para bloquear la agenda del presidente.

Widodo no puede permitirse la inacción, porque Indonesia necesita reformas. Las exportaciones de materias primas, motor del crecimiento hasta el momento, pierden fuelle a medida que la demanda de China decrece. La relación con el gigante económico puede incluso convertirse en un foco de tensión debido a las reivindicaciones territoriales de Pekín en el mar de la China meridional. Erradicar la corrupción, extendida al conjunto de la clase política, conllevará un esfuerzo inmenso. La renovación de la infraestructura es urgente para dotar al mayor archipiélago del mundo –13.500 islas– de una red de comunicaciones que atraiga la inversión externa. Widodo necesita obtener fondos para su ambicioso programa: más de 2.000 kilómetros de carreteras nuevas, y una renovación de puertos y aeropuertos. El descenso en los precios del crudo permitiría obtener fondos recortando los subsidios energéticos, de 18.000 millones de euros. Pero esta medida resultaría impopular y la oposición la emplearía como arma arrojadiza.

Atrapado entre sus promesas a un electorado ilusionado y la hostilidad de la clase política, Widodo tendrá que hacer malabares para realizar su programa. “Trabajar, trabajar y trabajar”. Pero la recompensa es considerable. En una región en la que la democracia aún es rara avis, e incluso los políticos reformistas pertenecen a la oligarquía (como Benigno Aquino III en Filipinas y Thaksin Shinawatra en Tailandia), la Indonesia de Jokowi puede convertirse en un ejemplo inspirador.

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