Un hombre camina entre los escombros de Duma, ciudad a las afueras de Damasco, el 19 de marzo, un día después de una serie de bombardeos llevados a cabo por fuerzas aéreas rusas y sirias. GETTY

¿Quién reconstruirá Siria?

Luis Esteban G. Manrique
 |  23 de marzo de 2018

Con la caída de Guta Oriental, último bastión rebelde en las cercanías de Damasco, el régimen de Bachar el Asad casi ha terminado de reconquistar las zonas más pobladas de Siria tras ocho años de una guerra civil que ha provocado medio millón de muertos y desplazado a la mitad de la población del país, unas 11 millones de personas, según Naciones Unidas. Con ello ha comenzado la posguerra y la fase de reconstrucción, que podría exigir unos 300.000 millones de dólares en inversiones para regresar a los niveles económicos antibellum, en estimaciones de Staffan de Mistura, el enviado especial para Siria del secretario general de la ONU, António Guterres.

Desde marzo de 2011, cuando estalló el conflicto, ciudades enteras como Alepo y Homs han quedado reducidas a escombros por los combates y años de bombardeos aéreos y de artillería pesada. Según el Banco Mundial, casi el 20% de las viviendas del país están dañadas, uno de cada tres colegios han sido destruidos o están inservibles y menos de la mitad de los centros sanitarios están funcionando con relativa normalidad. En Alepo, el servicio municipal de agua sigue roto un año después de la caída de la ciudad. La Cruz Roja tiene que llevar el agua a sus habitantes en camiones cisterna, un proceso largo y costoso.

Damasco no controla el este del país y partes de la provincia de Idlib y ha perdido hombres, recursos y soberanía territorial, pero aun así tiene la mayor fuerza política y militar del país. Sin embargo, a un régimen acusado de múltiples crímenes de guerra y de lesa humanidad, incluido el uso reiterado de armas químicas contra la población civil, le va a ser muy difícil ganar la paz sin una masiva ayuda internacional.

 

Irak y Siria: escenarios opuestos

El Banco Mundial estima que para reconstruir sus infraestructuras, viviendas y servicios vitales dañados por la guerra, Irak necesita unos 88.000 millones de dólares, pero la mayor parte de esa suma provendrá de sus propios ingresos petroleros. Una conferencia de donantes en Kuwait el pasado febrero y que reunió a una docena de gobiernos y cientos de compañías privadas, comprometió 33.000 millones de dólares para el país en una compleja combinación de créditos, avales e inversores directas, una suma por debajo de los objetivos propuestos, pero más de lo esperado.

La gran diferencia con Siria es que tras la expulsión del Estado Islámico de Mosul y el freno del secesionismo en el Kurdistán, el gobierno de Bagdad mantiene un control territorial más o menos efectivo y unas reservas de crudo de 148.000 millones de barriles, las quintas mayores del mundo. En Siria, en cambio, los desplazamientos forzados y la estrategia del régimen de rendir por inanición ciudades enteras, constituyen limpiezas étnicas que han alterado profundamente la fisionomía étnica del país.

En esas condiciones, no es extraño que Rusia quiera una amplia participación de la comunidad internacional –y sobre todo de Estados Unidos, la Unión Europea, China y Japón– en la reconstrucción de Siria. La jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini, ha subrayado sin embargo que las ayudas son el principal medio que tiene la UE para influir sobre el futuro político sirio y que por ello su participación solo comenzará cuando se acuerde una “transición política” en las negociaciones de Ginebra.

No va a ser fácil. El pasado agosto, en un discurso solemne El Asad advirtió de que jamás permitirá que sus enemigos logren por medios políticos lo que no consiguieron en “los campos de batalla y a través del terrorismo”. Algunos expertos creen que Occidente podría utilizar fondos a cambio de concesiones como la descentralización administrativa, la liberación de presos políticos y la creación de espacios democráticos, pero el control del régimen del aparato del Estado hace ilusorias salidas de ese tipo. De hecho, el embajador francés ante la ONU, François Delattre, insiste también en que no hay alternativa al proceso de Ginebra, descartando con ello que las negociaciones auspiciadas por Moscú en Astana y Sochi puedan conducir a una conferencia de donantes similar a la de Kuwait.

Damasco canaliza toda la ayuda humanitaria que recibe de sus aliados y nada permite pensar que vaya a ser distinto con otros fondos. En una reciente conferencia sobre Siria en el Club Valdai, el más prestigioso foro ruso sobre cuestiones internacionales, Bouthaina Shaaban, cercana asesora del rais sirio, omitió cualquier mención a un acuerdo negociado pese a que el canciller ruso, Serguei Lavrov, alentó esa salida en su discurso inaugural.

El problema es que si Moscú retira su apoyo a El Asad, corre el riesgo de provocar el colapso del régimen. Hace poco la ONU publicó un informe que relaciona por primera vez a la fuerza aérea rusa con un crimen de guerra, cuando uno de sus cazas en noviembre pasado atacó la aldea de Al Atarib, al oeste de Alepo, matando a 84 personas e hiriendo a más de 150.

 

El reparto del pastel sirio

Otro obstáculo es que empresas iraníes y rusas esperan repartirse el botín de los contratos de reconstrucción en el sector de hidrocarburos, de las redes eléctricas y de telecomunicaciones y de la industria de fosfatos. En un foro de negocios sirio-ruso en la Cámara de Comercio Rusa, su presidente, Serguei Katyrin, aseguró que El Asad daría prioridad a las compañías rusas en los 26 planes para los que Damasco está buscando inversiones.

Por su parte, el viceprimer ministro ruso, Dmitri Rogozin, ha anunciado que Rusia ha ganado el control exclusivo del sector petrolero sirio. Sin embargo, Yahya Rahim Safavi, un alto asesor del líder supremo iraní, Ali Jamenei, ha declarado que Siria podría reembolsar los gastos que ha hecho Irán durante el conflicto mediante sus ingresos petroleros.

Dado que ni Moscú ni Teherán pueden por sí solos reconstruir el país levantino, lo que parecen querer es actuar como intermediarios de compañías privadas de terceros países. Pero también esta opción tiene el riesgo de las sanciones occidentales. Como mucho, los potenciales donantes se limitarán a financiar pequeños proyectos locales en áreas fuera del control del régimen y sin su consentimiento o participación.

Al final, Moscú tendrá que negociar con Washington, cuyos aliados kurdos sirios controlan el este del país, que concentra la mayor parte de los pozos de petroleros. Antes de la guerra el sector energético aportaba el 25% de los ingresos del gobierno de Damasco. Pero en 2017, según diversas estimaciones, la producción de gas era la mitad de la de 2011, mientras que la de crudo ha caído de los 383.000 barriles diarios a unos 8.000.

Así las cosas, la incapacidad de El Asad para acceder a fondos de reconstrucción generosos y sin condiciones onerosas será el castigo de su espuria victoria y de los brutales medios que utilizó para obtenerla.

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