El campo de batalla de Al Sisi será la participación de los egipcios en los comicios, que puede restarle legitimidad a ojos internacionales. GETTY

Unas elecciones expeditas para Al Sisi

Alicia Alamillos
 |  11 de enero de 2018

Los egipcios eligen presidente en marzo. Unas elecciones sin sorpresas ni rivales, expedita para un único previsible candidato: el presidente Abdelfatah al Sisi, que opta a la reelección tras cuatro años al mando de los destinos de Egipto –uno como líder del gobierno militar de transición tras la asonada castrense que derrocó al islamista Mohamed Morsi, y desde 2014 como presidente electo– con una popularidad muy menguada por su incapacidad de hacer frente a la crisis económica y la inflación, la amenaza terrorista y la violencia sectaria. Si bien la posibilidad de enfrentarse en las urnas a Al Sisi existe en la teoría, en la práctica nada es sencillo: los cuatro potenciales candidatos que han hecho pública su intención de concurrir a las elecciones de 2018 han sido o están siendo forzados a apartarse de la carrera presidencial ya por presiones judiciales, políticas, de los medios de comunicación afines al gobierno o de la policía y los servicios de seguridad. Un candidato está en la cárcel, otro pendiente de un juicio por apelación y un tercero ha renunciado esta misma semana tras semanas de custodia policial.

La Comisión Electoral Nacional egipcia (NEC) anunció el 9 de enero el calendario de las terceras elecciones presidenciales en el país desde la revolución de Tahrir que obligó a renunciar a Hosni Mubarak, que tendrán lugar del 26 al 28 de marzo. En caso de que ningún candidato alcanzara el 50% de los votos, se procedería a una segunda vuelta entre el 24 y el 26 de abril. Estas elecciones deben ser “una épica demostración de amor a Egipto”, ha declarado el presidente de la NEC, Lasheen Ibrahim, al anunciar en rueda de prensa en El Cairo el frenético calendario de una brevísima campaña electoral: los potenciales candidatos tienen apenas un margen de 10 días para recoger los apoyos necesarios y presentar oficialmente sus candidaturas. La lista provisional de candidatos será publicada el 31 de enero y la campaña oficial no podrá durar más de un mes.

 

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Según la Constitución egipcia, los candidatos presidenciales deben asegurarse el apoyo de un mínimo de 20 parlamentarios o las firmas de 25.000 ciudadanos de al menos 15 provincias del país. Aunque todavía no ha presentado su candidatura oficial, 508 de los 596 miembros del Parlamento ya han respaldado al presidente Al Sisi. Según la secretaría general de la Cámara, el resto de parlamentarios no han ofrecido sus apoyos a ningún candidato.

Con el Ejército, el Parlamento y los medios de comunicación apoyándolo y una intensa campaña de represión de opositores y activistas desde 2013, Al Sisi se ha asegurado de erigirse como la única opción para los egipcios, bloqueando el espacio público para cualquier otra voz que pudiera hacerle sombra. Y pese a esa posición de liderazgo en la carrera presidencial, en los últimos meses la maquinaria del régimen está impidiendo a al menos cuatro posibles candidatos que hagan campaña.

El que parecía el rival con más posibilidades a la reelección de Al Sisi, el exprimir ministro –el último de Mubarak– de tintes conservadores Ahmed Shafik retiró el 7 de enero su candidatura con un escueto comunicado publicado en su Twitter como colofón de una rocambolesca historia: en el exilio auto impuesto desde 2012 –después de perder por un estrecho margen contra el candidato de los Hermanos Musulmanes, hoy proscritos de la esfera política– Shafik anunció en noviembre con un vídeo desde Emiratos Árabes Unidos su intención de postularse a la presidencia egipcia. Apenas días después, Shafik abandonaba el país alegando que había sido expulsado, una acusación negada por Emiratos, uno de los principales valedores internacionales del gobierno de Al Sisi. A su llegada a El Cairo, un convoy de las fuerzas de seguridad lo esperaba en el aeropuerto, y entonces “desapareció”. Su familia, incapaz de ponerse en contacto con él, denunció un secuestro por parte de las autoridades, y después de dos días de incomunicación, Shafik reapareció en un hotel de lujo escoltado por la policía. “No soy la mejor persona para dirigir los asuntos de Estado en el periodo próximo y, por tanto, he decidido no postularme a las elecciones presidenciales de 2018”, rezaba el comunicado del exprimer ministro, dando portazo a la única candidatura con posibilidades de hacer sombra a Al Sisi, en especial entre los nostálgicos de Mubarak y las clases de la burguesía económica no militar, críticos con las reformas del ejecutivo y su predilección hacia los militares, que han acaparado proyecto tras proyecto en el país.

Un segundo candidato, un hasta entonces desconocido coronel Ahmed Konswa, ha sido condenado a seis de años de cárcel ante un tribunal militar por “activismo político” mientras todavía formaba parte del servicio activo en el Ejército, pese a que semanas antes había presentado inútilmente su dimisión, según mantiene su familia.

 

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Khaled Ali, durante una rueda de prensa en diciembre de 2017.

 

Los tribunales egipcios han tratado también de apartar de la carrera presidencial a otro postulante, el abogado humanista Khaled Ali, que en septiembre fue condenado a tres meses de cárcel por “violar la decencia pública” por un presunto gesto obsceno durante una protesta por la cesión a Arabia Saudí de dos islas egipcias, Tirán y Sanafir, orquestada por el ejecutivo de Al Sisi. Khaled Ali, abogado del Centro Egipcio por los Derechos Económicos y Sociales (Ecesr) y que también se presentó a las elecciones de 2012, adquirió notoriedad al llevar esta cesión a los tribunales. “El régimen está haciendo que siquiera preocuparse por la política dé miedo. Si tenemos elecciones justas, cualquiera podría vencer a Al Sisi”, señaló recientemente en una entrevista con Reuters. Su candidatura pende ahora de un hilo: el tribunal ha fijado su apelación a la condena ese mismo marzo, pocos días antes de los comicios. Si se ratifica, Khaled Ali quedaría por ley incapacitado para presentarse o siquiera votar.

El único contendiente todavía en liza es Mohamed Anuar Sadat, exparlamentario –“expulsado” de la Cámara por sus compañeros ante sus críticas a la cesión de las islas al reino saudí– y sobrino del tercer presidente del país, Anuar el Sadat. Sin embargo, su campaña tampoco está siendo fácil. En una carta al presidente de la NEC este diciembre, Sadat denunció que la omnipresente Agencia de Seguridad Interior egipcia estaba impidiéndole la celebración de ruedas de prensa donde anunciar oficialmente su candidatura.

Bajo estas premisas, ningún candidato puede representar una seria oposición para la candidatura de Al Sisi, pese a la drástica caída de su popularidad, acuciada por la crisis económica. El campo de batalla de Al Sisi será en cambio la participación de los egipcios en los comicios, que puede restarle legitimidad a ojos internacionales. Ya en las elecciones presidenciales de 2014, que ganó con el 96,91% de los votos, el gobierno tuvo que alargar in extremis un día más los comicios ante la bajísima afluencia, que finalmente se fijó en el 47% de la población. Los egipcios, que hablan de un “teatro del absurdo” o una “carrera de un solo corredor”, están hastiados de unas elecciones en las que conocen ya el resultado.

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