AFKAR-IDEAS  >   NÚMERO 33

Líbano, la primavera que no llega

Juan Ruiz
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El año 2011 ha demostrado la incapacidad del país para articular un movimiento social transversal, que aglutine un descontento pluriconfesional.

Si en algún punto de la geografía mundial el año 2011 realizó méritos suficientes para incorporarse de pleno derecho a anales y libros de historia, ese –la mayoría convendrá–  corresponde al mundo árabe. El balance, no en vano, dista mucho de ser parco. Sus 12 meses condujeron al derrumbamiento de cuatro líderes históricos, figuras ya mimetizadas con el paisaje geoestratégico que acumulaban en total más de un siglo de perpetuación despótica en el poder. 365 días que inflamaron toda una serie de movimientos populares de protesta que ya pocos esperaban; oleadas de descontento civil que se llevaron por delante regímenes, otras que temporalmente resultaron aplastadas y otras que todavía negocian su fortuna. Un año que desde Túnez a Bahréin, de Siria a Egipto, de Libia a Yemen ha sabido a sangre y cantos de libertad, a balas, a dolor, a esperanza.

Ese mismo 2011, no obstante, pululó a través de los calendarios de la República Libanesa con exquisita discreción. Digno sucesor de los apacibles 2009 y 2010, precariamente mecido por el equilibrio institucional fraguado en los Acuerdos de Doha de 2008, sus titulares más notorios volvieron a gravitar en torno a los bizantinos leitmotiv más apreciados por la clase política nacional. Sus encuentros y desencuentros, sus infinitas concertaciones para componer un gobierno, sus exaltaciones retóricas sobre la integridad territorial, el arsenal de Hezbolá, el tribunal internacional sobre el asesinato de Rafik Hariri… Un bagaje, en definitiva, previsible y prosaico para un año caracterizado por el desgarro, la sorpresa y los vientos de cambio…

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