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Cooperación hispano-alemana en una Europa en proceso de integración

Joachim Bitterlich y Viktor Elbling
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El rostro de España ha cambiado radicalmente en los últimos 25 años. Con sorprendente madurez y estabilidad interna, en un proceso de recuperación sin igual, este país ha vuelto a ocupar el lugar que le corresponde en Europa como gran nación. Con razón se habla del “milagro en el suroeste de Europa”.
El cumplimiento del postulado del antiguo canciller Konrad Adenauer en su último discurso de política exterior, el 16 de febrero de 1967 en Madrid, donde sostuvo que “por su situación geográfica, su historia, su tradición y su insustituible contribución a la cultura europea, España ha de ser parte de la futura Europa unificada” –hoy es, por tanto, elemento del acervo europeo– se ha convertido en una realidad que se da por sobreentendida.

Desde un principio, Alemania apoyó a España en este camino, particularmente en el momento de su ingreso en la entonces Comunidad Económica Europea en 1986. Asimismo, los españoles apoyaron sin reservas el proceso de reunificación alemana. Aquello que hace un cuarto de siglo nadie hubiera creído posible es hoy una realidad: Alemania ha sido reunificada de forma pacífica y España ocupa desde hace tiempo un lugar central en la Europa moderna, como si nunca hubiese sido de otro modo.

Con la integración también ha cambiado la forma de cooperación entre los miembros de la Unión Europea. Muchas de las cuestiones que anteriormente se regulaban a través de los tradicionales canales bilaterales son en la actualidad asuntos comunitarios. Aun así, en lugar de disminuir, los cometidos de las embajadas han aumentado, pues Europa se desarrolla no sólo en Bruselas, sino también mediante el contacto directo de las capitales a través de sus representaciones en el extranjero. En estos casos se requiere un mayor conocimiento específico que en el pasado, cuando “sólo” se trataban asuntos bilaterales.

España y…

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