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¿Una presidencia normal para un país singular?

Gonzalo D. Martner
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Entre los desafíos de François Hollande se encuentra alejar a Francia de la tentación xenófoba, y mantenerla abierta al mundo y a los valores universales que ha contribuido a forjar. Para los franceses es un desafío recordar que el suyo ha sido desde tiempos inmemoriales un lugar de encuentro.

 

Es posible un presidente “normal”? Esta fue una curiosa promesa del socialista François Hollande en la campaña que logró desplazar de la presidencia al hiperactivo y ecléctico Nicolas Sarkozy en mayo de 2012. Llegó a ser un lema de mayor impacto incluso que sus propuestas para buscar nuevos rumbos para Europa, superar la crisis económica y retomar avances sociales. Pero, ¿qué es un presidente normal? Para Hollande se trataba de marcar una señal de cercanía con los ciudadanos y de austeridad, buscando, y obteniendo, un contraste con el estilo de Sarkozy, tal vez simbolizado en la celebración de su victoria en mayo de 2007 en el restaurante Fouquet’s con amigos famosos y millonarios y sus posteriores días de vacaciones en un yate de lujo. Finalmente, la personalidad de Sarkozy y su estilo fueron objeto de un rechazo por los electores. El nuevo presidente de Francia quiso, en cambio, reivindicar que la democracia es en esencia el régimen político que nació para abolir privilegios y permitir la representación de los ciudadanos por otros ciudadanos. Pero el cargo de presidente por definición no es “normal”. En el caso francés incluye un gran poder, como el de disponer del uso de armamentos nucleares e incidir fuertemente en el destino europeo – y del mundo- al ser, por historia, demografía y tamaño de su economía (la sexta del mundo en 2011, después de Estados Unidos, China, Japón, India y Alemania), uno de los dos países centrales de la Unión Europea…

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