INFORME SEMANAL DE POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 1028

ISPE 1028. 27 marzo 2017

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Dos años después de lanzarse a una aventura bélica de difícil salida en Yemen, Arabia Saudí juega una partida diplomática a múltiples bandas para salvaguardar sus vínculos con Washington y al mismo tiempo diversificar sus relaciones exteriores. No le va ser fácil. En su campaña, Donald Trump dijo que EEUU no tenía por qué ofrecer una “protección gratuita” a los países del Golfo. Días antes de recibir en la Casa Blanca al príncipe Mohamed bin Salman, ministro de Defensa del reino, Trump insistió en que los saudíes debían financiar la creación de “zonas seguras” en Siria.

El pacto sellado en 1945 entre Franklin D. Roosevelt y Abdelaziz Ibn Saud, el monarca fundador del reino, ha quedado obsoleto pese a la común animadversión de ambas partes a Irán, que Trump ha calificado como el “mayor patrocinador mundial del terrorismo”. A los problemas que supone para EEUU su alianza de facto con una monarquía absolutista, se suma el apoyo de Riad a corrientes rigoristas del islam radical. En 2013 en Irak y Siria combatían 2.500 yihadistas saudíes, el mayor número tras los tunecinos. Gran parte del apoyo militar saudí a los grupos rebeldes sirios ha terminado en manos de grupos yihadistas como Ahrar al Sham y Jabhat al Nusra.

Según Amnistía Internacional, desde 2011 el régimen ha encarcelado a cientos de activistas pacíficos y a clérigos chiíes. Los comentarios críticos contra la familia real en Twitter, la defensa de reformas políticas o la difusión de textos “subversivos”, son castigados con severidad y largas condenas. El 1 de enero de 2016 fueron ejecutados 49 prisioneros en una sola noche.

 

 

Gracias a que EEUU es hoy mucho menos dependiente del petróleo del Golfo, Trump puede permitirse cierta displicencia con los saudíes, pese a que Riad es…

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