INFORME SEMANAL DE POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 1062

Putin, antes de aterrizar en la base militar rusa de Hmeimim, al noroeste de Siria, el 11 de diciembre de 2017. GETTY

#ISPE 1062. 11 diciembre 2017

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Desde que en 2011 comenzó la guerra civil, Rusia la ha considerado siempre una agresión externa, lo que ya anticipaba algún tipo de intervención para defender el régimen del presidente Bachar el Asad.

En los momentos más duros del conflicto, a principios de 2015, el régimen llegó a perder el 78% del territorio, 226.000 millones de dólares del PIB y medio millón de habitantes.

Aunque la guerra no ha terminado por los bolsas de resistencia y feudos que subsisten fuera del control de Damasco, el desmantelamiento del califato de Daesh y la recuperación de la mayor parte del país por las fuerzas del régimen, con ayuda rusa e iraní, ya permiten hablar de posguerra. A partir de ahora primarán la política y la diplomacia sobre las armas.

Nadie en ese terreno está siendo más activo que Moscú, que celebró el 21 de noviembre una reunión en Sochi entre el presidente ruso Vladimir Putin y El Asad y un día después en la misma ciudad una cumbre tripartita entre Putin y los presidentes de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, e Irán, Hasán Rohaní.

Para extender la fe ortodoxa por Oriente Próximo, la emperatriz rusa Catalina II La Grande entró en guerra contra el imperio Otomano, se anexionó Crimea, transformó el mar Negro en un mar ortodoxo y tomó Beirut, declarando que Siria era “la llave de la Casa Rusia”. El sueño imperial de Catalina y de la Unión Soviética en el Levante se frustró por la resistencia local y de las potencias occidentales a los planes de Moscú en la región, pero Putin lo ha realizado en 2017 al volver a situar a Rusia como una gran potencia en el Mediterráneo.

En todo momento, el despliegue militar ruso en Siria estuvo dirigido a limitar el margen de maniobra de…

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