INFORME SEMANAL DE POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 1066

#ISPE 1066. 15 enero 2018

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La decisión de Corea del Norte de participar en febrero en las Olimpiadas de invierno de PyeongChang en Corea del Sur, es la primera señal de deshielo en la península desde la primavera de 2016, cuando Seúl cortó todas sus comunicaciones con Pyongyang tras su cuarta prueba nuclear.

En 1988 el régimen norcoreano boicoteó las Olimpiadas de Seúl y para sabotearlas, sus agentes hicieron explotar en el aire un avión de Korean Air en 1987 en un ataque terrorista que provocó 115 muertos.

El secretario de Estado de EEUU, Rex Tillerson, ha declarado que el gesto norcoreano es una señal de que las sanciones dan resultado. El propio Donald Trump ha escrito en Twitter que “hablar está siempre bien”. Sin embargo, muchos analistas perciben una trampa de Kim Jong-un para introducir una cuña entre Seúl y Washington.

En las últimas décadas el “reino ermitaño” ha oscilado entre la provocación y el diálogo, dependiendo de las circunstancias. Pyongyang cree que Corea del Sur es el eslabón más débil de la cadena de sanciones que ha tendido la comunidad internacional para obligarlo a renunciar a su programa nuclear.

Ante anteriores muestras de buena voluntad, Seúl ha optado por el apaciguamiento, haciendo concesiones que Pyongyang ha utilizado para desarrollar su arsenal atómico y mitigar el impacto de las sanciones. Pero pese a la notoria desconfianza de los surcoreanos en Trump y la apuesta por la distensión de su presidente, Moon Jae-in, esa vía está cerrada por ahora.

Tras las pruebas nucleares de 2006, 2009, 2013, enero y septiembre de 2016 y septiembre de 2017 y sucesivos lanzamientos de misiles balísticos, el Consejo de Seguridad de la ONU ha aprobado el régimen más duro de sanciones aplicado nunca.

Seúl no podría violarlo sin romper con Washington, que tiene 30.000 soldados en su territorio,…

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