INFORME SEMANAL DE POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 940

#ISPE 940. 1 junio 2015

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La beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero en San Salvador, justo cuando se cumplen 35 años de su asesinato, en marzo de 1980, difícilmente habría sido posible sin la elección del primer Papa latinoamericano. Francisco es la imagen opuesta del cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, adversario declarado de la Teología de la Liberación y durante largos años el prelado latinoamericano más influyente en el Vaticano desde su puesto como presidente del Pontificio Consejo para la Familia, que ocupó de 1990 hasta su fallecimiento, en 2008.

El arzobispo Vincenzo Paglia, el principal defensor de la canonización de Romero, le ha llamado “un mártir de la iglesia del Concilio Vaticano II por defender a los pobres de la opresión”. En 1997 Juan Pablo II ya concedió a Romero el título de “siervo de Dios”. A su vez, en 2007 Benedicto XVI declaró que no tenía dudas de que merecía la beatificación, y justo un mes antes de su renuncia ordenó que se desbloqueara el proceso de su canonización.

Pero fue el papa Francisco quien destrabó finalmente la causa que, según sus propias palabras, era bloqueada en la congregación de la Doctrina de la Fe. Al final, la congregación para las Causas de los Santos dictaminó que Romero no fue asesinado por razones políticas sino por odium fidei, odio a la fe, con lo que se despejó su camino hacia los altares.

En un continente aún mayoritariamente católico y en el que la iglesia es una de las instituciones mejor valoradas, la consagración de monseñor Romero como un modelo de vida cristiana va a contribuir a cambiar la orientación de los pronunciamientos de las conferencias episcopales regionales sobre asuntos conflictivos que van de los problemas medioambientales causados por las industrias extractivas a la corrupción.

El Salvador concentra como…

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