INFORME SEMANAL DE POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 929

#ISPE 929. 9 marzo 2015

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La toma de posesión del nuevo presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, fue para la izquierda latinoamericana una celebración de sus mejores tradiciones. Después de 30 años de democracia, por segunda vez asumió el poder un líder del Frente Amplio (FA), la coalición de izquierdas que ha dado al país estabilidad política dentro de los cauces constitucionales y un crecimiento económico medio del 5% anual a lo largo de más de una década.

Pero el consenso que reinó en Montevideo entre los mandatarios latino­americanos asistentes era solo aparente. Al otro extremo del continente, Venezuela se apresta a recibir a los ministros de Exteriores de Brasil, Colombia y Ecuador –la “troika” de Unasur– para discutir con el gobierno de Nicolás Maduro una salida a la crisis política abierta por la arbitraria detención del alcalde mayor de Caracas, Antonio Ledezma.

Hasta ahora, los gobiernos de la región se han limitado a reiterar la “necesidad de diálogo”, sea porque no perciben la gravedad de la situación o porque no quieren verse atacados por el chavismo. Raúl Sendic, vicepresidente de Uruguay, es el que ha ido más lejos al aseverar que Montevideo no tiene “elementos” para asegurar que existen injerencias externas en el país.

El FA ha logrado aglutinar a la mitad del electorado sin considerar enemigos a sus opositores, algo habitual en Argentina, Ecuador o Venezuela. La clave de su éxito no es un secreto para nadie. Las dictaduras militares de los años setenta transformaron en demócratas a una generación de izquierdistas latinoamericanos que ingresaron en la vida política deslumbrados por el castrismo, lo que les llevó a desdeñar las elecciones, los derechos políticos y las libertades públicas como valores “burgueses”.

Al final, esa estrategia, en lugar de conducirles a la esperada revolución, provocó regímenes militares de ultraderecha que mataron, desaparecieron y torturaron…

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