Owen Jones, enfant terrible de la izquierda británica, carga contra la casta de Reino Unido.
Autor: Owen Jones
Editorial: Seix Barral
Fecha: 2015
Páginas: 480
Lugar: Barceloa

El Establishment

Jorge Tamames
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Owen Jones es el enfant terrible de la izquierda británica. Una versión inglesa de Íñigo Errejón: carrera precoz y la misma cara de quinceañero a los treintaipocos. Columnista en The Guardian, se dio a conocer con la publicación de Chavs (2011), en el que examinaba la estigmatización de la clase obrera en Reino Unido. Seix Barral acaba de publicar su último libro, El Establishment, en el que explora la tribu contraria. Se trata de la clase dirigente británica, que, durante los últimos 35 años, ha convertido el país en una sociedad cada vez más desigual, más fragmentada y más precaria… ¡la casta!

La idea de un establishment en un país como Reino Unido evoca, efectivamente, imágenes caricaturescas. Eton, Oxbridge, cacerías de zorros… en resumen, Downton Abbey. Pero Jones no está presentando una teoría conspirativa, ni pretende condenar a individuos de dudosa moralidad. Entiende el establishment como un tapiz de instituciones e ideas y lo analiza en sus diferentes facetas, ofreciendo una anatomía fascinante del poder británico.

Jones traza los orígenes de las ideas neoliberales que gobiernan Reino Unido a los Alpes. En 1947, el economista austriaco Friedrich Hayek fundó en Suiza la Sociedad Mont Pelerin, con el fin de proponer una alternativa liberal al capitalismo keynesiano. Hasta los años setenta, Hayek y sus discípulos, entre ellos Milton Friedman, eran vistos como unos excéntricos anclados en el pasado. Con la llegada al poder de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, sus ideas se convirtieron en dogma de la noche a la mañana.

David Cameron, por lo tanto, no es más que la punta del iceberg. Debajo están Hayek y Thatcher, blogueros ultraliberales como Guido Fawkes, una izquierda que ha abrazado el neoliberalismo, y el imperio mediático de Rupert Murdoch agitando el espantajo de la xenofobia para mantener al público más preocupado con la inmigración que con las políticas de austeridad del gobierno. Aunque el establishment muestre cohesión ideológica en su obsesión por privatizar los servicios públicos y desregular la economía, no deja de ser incoherente. Por mucho que declare detestar al Estado, lo necesita para rescatar a la banca y reprimir la oleada de protestas. En este sentido, la policía, según Jones, forma parte del establishment.

Las soluciones que propone no son nuevas ni radicales: introducir controles de capitales, reforzar los sindicatos británicos y nacionalizar partes de la economía. Como señala el autor, estas propuestas cuentan con un apoyo mayoritario en Reino Unido, y no hubiesen resultado extremistas hace cuarenta años. Que lo parezcan hoy muestra la hegemonía intelectual que ejercen las ideas de la casta.

El Establishment está excelentemente documentado y escrito, pero los lectores españoles apenas se escandalizarán. Comparados con nuestras puertas giratorias, nuestros palcos del Bernabéu y nuestras grandiosas tramas de corrupción, los escándalos que documenta Jones se quedan en chascarrillos. Un segundo problema es que Jones examina una ideología hegemónica antes que una casta gobernante. Las dos cosas se parecen, pero no son lo mismo. Como señala Alex Massie, el libro debería titularse El Consenso.

El capítulo dedicado a los medios de comunicación ejemplifica ambos problemas. En vista del estado del periodismo en España, las críticas de Jones a la BBC suenan a problemas del primer mundo. Y aunque su condena de los periódicos amarillistas es pertinente, la de los verdaderos portavoces del establishment brillan por su ausencia. Ocurre que el Financial Times y The Economist son extremadamente rigurosos, independientemente de su línea editorial. Jones también omite, en un párrafo dedicado a la invasión de Irak, el apoyo que brindó su periódico a esta guerra.

Russell Brand ha descrito a Jones como “el George Orwell de nuestra generación”. El elogio, de momento, es hiperbólico. Jones escribe con una fuerza e inteligencia que recuerdan a Naomi Klein, otra periodista-activista brillante. Pero aún no es la reencarnación de Arthur Blair. El trono aún lo ocupa Tony Judt: ese gigante que, como Orwell, se nos fue demasiado pronto.