Editorial: Debate
Fecha: 2014
Páginas: 416
Lugar: Barcelona

El final de la guerra civil española

Paul Preston
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“Esta es la historia de una tragedia humanitaria evitable que costó muchos miles de vidas y arruinó decenas de miles más”. Con esta frase terrible comienza El final de la guerra, el último libro de Paul Preston, historiador e hispanista británico, además de biógrafo del general Franco. Un volumen excepcional por parte de uno de los mejores conocedores de la historia contemporánea de España, quien ahonda de nuevo en detalles desconocidos de una de las épocas más oscuras de la vida política española.

En esta ocasión, el autor se ha documentado para narrar los últimos meses de la guerra civil española (1936-39) en el archivo particular de Juan Negrín, presidente socialista del gobierno de la II República y uno de los más cualificados estadistas que ha tenido España. Tildado de marioneta de la URSS, Preston desmiente de forma categórica esta afirmación y observa que si la Unión Soviética hubiera apoyado a Negrín, nunca habría consentido un golpe militar contra la República.

Su comportamiento en la guerra “nada tuvo que ver con el ‘mentiroso’ coronel Segismundo Casado, cínico, arrogante y egoísta –en palabras del propio autor– quien lanzó un golpe militar contra el gobierno, ni con la ‘culposa’ ingenuidad de Julián Besteiro, máximo dirigente del PSOE y de la república en aquel momento».

Los tres –Negrín, Casado y Besteiro–, son los principales protagonistas de esta nueva obra de Preston, y responsables, en parte, de lo sucedido después en España. El corresponsal de guerra estadounidense Herbert Matthews valoraba la personalidad de Negrín, a quien conocía bien: “No era ni comunista ni revolucionario… Durante toda su vida, Negrín mostró cierta indiferencia y ceguera hacia los problemas sociales. Rusia fue la única nación que ayudó a la España republicana; por ello Negrín trabajó con los rusos pero nunca sucumbió a ellos ni aceptó sus órdenes”.

Besteiro fue la figura política republicana más destacada que decidió permanecer junto a sus conciudadanos en lugar de escapar. Que lo apartasen de la cúpula del PSOE afianzó su resentimiento y motivación para acercarse a la figura de Casado. Esa “ingenuidad” lo llevó a confiar en la buena voluntad de Franco. “Me detendrán, pero quizá no se atrevan a matarme; yo siempre he estado con los obreros y aquí me quedaré con ellos”, repetía. Sometido a un consejo de guerra, se reconoció su honestidad e inocencia pero se solicitó la pena de muerte. Su proceso fue la venganza y descarga de los franquistas contra las grandes figuras de la República a quienes no habían podido juzgar como Azaña, Negrín o Largo Caballero.

La tragedia de Besteiro fue que tras perder la poca fe que tenía en la República y sus compañeros se la confió a su verdugo.

Por su parte, el coronel Casado afirmaba haber lanzado el golpe para frenar la matanza insensata. Asimismo estaba convencido de obtener la clemencia de Franco para todos, excepto para los comunistas. Aunque realmente estas fueran sus razones, lo hizo de la peor manera posible, según Preston. La lamentable gestión de Casado en la guerra y su arrogancia hicieron que terminara en el exilio, a pesar de sus afirmaciones de que se quedaría en España. En Londres mantuvo contactos con figuras emblemáticas de la República e incluso con don Juan de Borbón. A medida que sus esperanzas en Franco se desvanecían, sus referencias hacia el dictador eran más insultantes. Gracias a Casado, el final de la República sucedió en los términos de catástrofe y vergüenza conocidos.

 

Final triste para una guerra triste

Faltaban cuatro días para el final de la guerra. El Stanbrook –último buque que salió de España con exiliados– había fondeado en Alicante para embarcar provisiones. El capitán, Archibald Dickson, cambió el plan inicial de embarcar provisiones por el de evacuar a civiles, abrumado por la tragedia, pues en el puerto –todavía no tomado por el bando franquista– había miles de civiles y soldados republicanos agotados después de tres años de combate, que veían en ese barco la única salida para huir de la represión.

Juan Simeón Vidarte, abogado y político socialista de esta II República, escribió sobre el final de la guerra: “La rendición de Madrid enseñó al mundo que Negrín tenía tazón. No existía otra política que resistir”.