Autor: Santiago Beruete
Editorial: Turner
Fecha: 2016
Páginas: 534
Lugar: Madrid

Jardinosofía

Inma Almagro
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“Si quieres ser feliz una hora,

bebe un vaso de vino;

si quieres ser feliz un día, cásate;

si quieres ser feliz toda tu vida, hazte jardinero”

Proverbio chino

 

En un siglo XXI frenético, urbanita, epilépticamente luminoso, ante todo virtual, salir a pasear por un jardín acabará siendo una extravagancia. Hacerlo sin ningún deber aparente –sacar al perro, correr, hacer yoga–, salir simplemente a respirar, a deambular con pies y mente, a sumergirse en un sensorial no hacer nada. A olvidarse de Donald Trump. ¡Un absurdo, una ridiculez! O quizá no, quizá sea lo más sensato que podamos hacer en estos momentos. Entre toda la marabunta sensitiva e informativa que nos anestesia y aturde, quizá esté bien volver a las raíces, recordar el aire puro, posar la mirada en lo bello y delicado; en definitiva, disfrutar de la naturaleza.

Eso es lo que consigue Santiago Beruete con Jardinosofía, una bella metáfora sobre cómo los humanos hemos condicionado a la naturaleza y viceversa, sobre el carácter que ella nos imprime. Licenciado en Antropología y Filosofía, Beruete se doctoró en esta última disciplina con una tesis sobre jardines. Hoy, residente en Ibiza, cuando no está en el jardín o escribiendo Beruete imparte clases de Filosofía y Sociología. En un momento de crisis existencial decidió ordenarse confeccionando su propio jardín, y encontró un lugar donde refugiarse, un esquema con el que canalizar su felicidad. Esto le llevó a querer ir más allá, a salir de su jardín para examinar otros, y a querer compartir su experiencia con los demás.

Cantaba Sabina que “incluso en estos tiempos, veloces como un cadillac sin frenos, todos los días tienen un minuto en que cierro los ojos y disfruto echándote de menos”. Tal vez los jardines sean el lugar para echar de menos, para maldecir, para soñar o para perderse. Como dice Beruete en comunión con el cantante, “el jardín es un antídoto contra la celeridad de nuestro tiempo”. Un lugar donde abrazar la soledad, o donde integrase por completo en el sentir común. Quienes nos precedieron no los dispusieron ahí por casualidad o como un mero elemento decorativo. De hecho, la geometría, la arquitectura y la filosofía son disciplinas que han participado en su creación, de una forma más o menos directa. Los jardines, la naturaleza, al igual que el cuerpo, tienen memoria.

El antropólogo advierte de cómo cada época se puede ver reflejada en la disposición de los jardines. La casualidad no es un término procedente en este aspecto. Beruete plantea tres dicotomías base durante su ensayo. En primer término, el jardín francés, cartesiano, racional y geométrico, frente al inglés, que tiene más que ver con una imitación de lo natural, pictórico y paisajista. En segundo, el jardín para pasear y meditar en soledad, para filosofar y despejarse, frente al jardín con una función social, concebido para relacionarse y desarrollar actividades sociales. Y por último, el concepto oriental de jardín donde los artífices son pensadores, poetas y pintores, frente al occidental, en manos de arquitectos y paisajistas.

“Contrariamente a la cultura del dinero presidida por la velocidad y la idea tóxica de que el tiempo es oro, la jardinería promueve la paciencia, es decir, enseña a soportar la espera –señala Beruete–. Una de las más importantes lecciones que se pueden aprender del jardín es precisamente esta: hay que sembrar para cosechar; germinar para florecer; esperar para retoñar”.

Paciencia, serenidad, templanza, calma: palabras que con solo oírlas producen hoy día, por desgracia, el efecto contrario. Seguir las recomendaciones de Beruete pueden ayudarnos a salir de esta ley del desasosiego que nos hemos autoimpuesto. Pisar la hierba, remover la tierra, embarrarse: todo ello nos hace conectar con nuestros instintos más primarios, con nuestra esencia, y puede darnos los ingredientes para construirnos un devenir más conectado con los deseos reales, no con los creados. Al fin y al cabo, nuestra cultura unió el jardín, el Edén, con el paraíso. Por algo será.

¿Por qué no probamos a pasear por un jardín, a buscar refugio en el verde, a salir del ruido, a poner en práctica la felicidad? Nada mejor que este libro como compañero de aventuras.