Autor: John Micklethwait y Adrian Wooldridge
Editorial: Galaxia Gutemberg
Fecha: 2015
Páginas: 272
Lugar: Madrid

La cuarta revolución

Política Exterior
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Hay una revolución en el aire, según John Micklethwait y Adrian Wooldridge. El protagonista de la escena internacional durante los últimos siglos, el Estado, está a punto de cambiar. Una vez más. Y ya van cuatro.

La primavera revolución tuvo lugar en el siglo XVII, cuando los príncipes de Europa levantaron Estados centralizados. El ejemplo emblemático: la Francia absolutista de Luis XIV, el Rey Sol. La segunda revolución se produjo a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Empezó con las revoluciones americana y francesa y progresivamente se extendió por toda Europa, cuando los reformadores liberales sustituyeron los sistemas de privilegios reales por modelos de gobierno más meritocráticos y obligados a rendir cuentas de sus ciudadanos. Ejemplo: la Inglaterra victoriana. La tercera gran revolución ha sido la invención del Estado del bienestar, modelo actual. En Europa Occidental y Norteamérica reina de manera indiscutible desde la Segunda Guerra mundial, con la excepción del paréntesis de la década de los ochenta, cuando Margaret Thatcher y Ronald Reagan detuvieron temporalmente la expansión del Estado y privatizaron los niveles más altos de la economía. Micklethwait y Wooldridge la llaman la media revolución: aunque traía de vuelta algunas de las ideas de la segunda revolución, la liberal, no consiguió realmente reducir el tamaño del Estado.

Hoy el Estado, según los periodistas de The Economist – Micklethwait es ahora director de Bloomberg News–, está a punto de cambiar por tres grandes motivos: por una necesidad derivada de la disminución de los recursos disponibles; por la lógica de la renovada competencia entre los Estados-nación, y por la oportunidad de hacer las cosas mejor que ofrecen las nuevas tecnologías. “Occidente tiene que cambiar porque se encamina a la quiebra. El mundo emergente necesita reformas para seguir avanzando”, defienden Micklethwait y Wooldridge en La cuarta revolución. La confluencia de esas tres fuerzas –fracaso, competencia y oportunidad– provocará el cambio.

En los países ricos, la deuda y la demografía señalan que la gobernanza tiene que cambiar. Y los países emergentes, pese a las frustraciones con sus gobiernos, “están empezando a producir algunas sorprendentes ideas nuevas y, en el proceso, erosionando la ventaja competitiva de Occidente”. La alternativa asiática, por ejemplo, es una “extraña mezcla de autoritarismo y gobierno pequeño, perfectamente simbolizada por Lee Kuan Yew, el inamovible líder de Singapur”.

No se santigüen todavía, el modelo de futuro propuesto por Micklethwait y Wooldridge no es Singapur. Podría parecerlo, dada la fe ilustrada que profesan en The Economist por unos Estados más pequeños. Abogan por mantener el Estado bajo control, pues sostienen que estamos ante herramientas que, dejadas a su propia inercia, se expanden inexorablemente. Según estos liberales clásicos, el problema del Estado sería su tendencia a engordar. Pero en su descarga hay que aclarar que no aceptan la idea libertaria de que el gobierno es un mal necesario. “Demasiado poco gobierno es más peligroso que demasiado gobierno: habría que estar loco para preferir vivir en un Estado fallido como el Congo que en un gran Estado bien gestionado como Dinamarca”, alegan.

Su modelo de futuro, por cierto, tampoco es Dinamarca, pero se acerca. Hablamos de Suecia. Según Micklethwait y Wooldridge, los nórdicos son importantes por tres razones. Uno, en Occidente fueron los primeros en llegar al futuro: se quedaron sin dinero antes que nadie. Dos, fijaron uno de los debates centrales sobre el Estado: si realmente podía ser puesto bajo control. Y tres, apenas han empezado a explotar las posibilidades de la tecnología.

Si la política es el arte de lo posible, como decía Bismarck, los nórdicos son buen punto de partida. Y este libro, una excelente introducción.