Autor: Mustapha Bouchareb
Editorial: Editions Chihab
Fecha: 2017
Páginas: 338
Lugar: Argel

La Fatwa

Sadjia Guiz
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Dotado de indudables cualidades literarias, el autor recibe el Premio Mohamed Dib de Literatura por su texto-manuscrito con el título provocador La Fatwa, en 2016. El galardón le allana el camino y la promesa de la publicación de su primera novela. Docente universitario, anglicista, Mustapha Bouchareb vivió largo tiempo en Arabia Saudí, un lugar donde “las innumerables legendas urbanas, extrañas, graciosas, edificantes o incluso aterradoras que circulan por una ciudad tan cosmopolita como Riad” acabaron inspirando su imaginación. El libro gira en torno a un tema de actualidad y se basa en una profusa documentación sobre un país considerado durante muchos años cerrado a cualquier iniciativa de apertura. Lamentablemente, esta novela se corresponde con la actualidad sociopolítica de la “Arabia Felix” y su agitación; a pesar de que el autor afirme lo contrario, quiere ver en ella una huella tangible, sin duda frágil, de un mundo que no es el suyo. Alejado de ideologías, adopta un enfoque puramente literario: “El imaginario, al inspirar su realidad en lo concreto, da lugar a una ficción que, aun no siendo real, le es deudora”.

La Fatwa, término de la jurisprudencia islámica, que tilda a menudo de “consejos” religiosos fantasiosos o excesivos, apunta aquí a la dimensión humana que constituye la feminidad en sus desgarros, vibraciones y aspiraciones más loables.

Anouf (en árabe, Orgullosa), la única hija de una prole surgida de varios lechos, víctima de los arcaísmos de una sociedad paralizada por sus tradiciones ancestrales en torno a los clanes, lucha y resiste contra todo y contra todos. Decepcionada por el amor filial, el de un padre cuya rara presencia estaba destinada a sus dos hermanos pequeños, sus oídos de niña habían oído demasiado pronto la frase “¡Tú eres una chica!”. Anouf crece sola frente a Jouza, una madre sin duda cariñosa, pero reducida al silencio y a la obediencia tras tres matrimonios infructuosos, antes de acabar bajo la autoridad de Sheij Loway Anbary, un hombre de negocios riquísimo con responsabilidades diversas.

Sheij Anbary es jefe del clan derrotado por los ijwan, después de las guerras fratricidas que laceraron Arabia Saudí tras la marcha de los otomanos. Frente a los guerreros del Neyd, su clan retrocedió a las llanuras rocosas barridas por los furiosos vientos del Norte. Vivía sumido en el odio hacia los vencedores, y su conciencia dictaba su modo de proceder. Toda su fortuna provenía de la importación y explotación de todo tipo de trabajadores asiáticos…

La unificación del sultanato del Neyd y del reino de Hiyaz acaba por reafirmar su determinación: introducir a marchas forzadas la modernidad técnica y material en el país. Su enemigo acérrimo es el jeque Mohanna Jowhani, fiel a los descendientes ideológicos de los ijwan, que causan estragos en todo el planeta, con el fin de restablecer el califato. Sus esbirros son los Mutawas, una policía de las buenas costumbres que combate el vicio y la depravación que corroen la sociedad, influida por extranjeros, en su mayoría infieles.

El otro personaje clave de la novela es el argelino Zakaryah, nativo del M’Zab de rito ibadí, informático emigrado de su país en los años sangrientos, que resulta ser un cerebro de la Fundación Anbary, un bloque que alberga oficinas de proyectos y sucursales de toda clase, cuya plantilla se compone de personas de 12 nacionalidades. Zakaryah, a través del jefe de personal y hombre de confianza, imparte cursos de francés a la hija del jefe, Anouf Anbary, a la sazón periodista. Las horas de conversación y goce de la compañía mutua van intensificándose… ha nacido un amor imposible, rechazado por consideraciones sociales, religiosas y raciales.

En la “Isla de los Árabes”, la mujer tiene una única función connatural, la procreación. Conforme avanzamos en la lectura, descubrimos el matrimonio misyar, donde la esposa no tiene el deber de vivir bajo el mismo techo que el marido, pero éste tiene completa libertad para visitarla en el domicilio de sus padres. O esta creencia extendida en determinadas capas populares, que permite a una mujer llevar en su seno un feto que puede dormir años y despertarse “cuando Dios lo decida”, incluso después de la muerte de su esposo. Una creencia que todos mantienen sutilmente para evitar la acusación de adulterio.

Todo un mundo de ideas nuevas separa irremediablemente padre e hija. La policía detiene a Anouf, acusándola de haber conducido un coche en Riad, disfrazada de hombre. Juzgada por la milicia de las buenas costumbres, se niega a revelar la identidad de su acompañante que logró escapar de sus censores, confundiéndose entre el gentío del mercado. Su padre también la considera culpable como la que más, no en vano acaba de deshonrarlo. Conducir no está oficialmente prohibido: ¡no se tolera ancestralmente! La reputación del poderoso Sheij Loway Anbary podría verse minada, y su palabra pesaría menos que un soplo árido del viento de verano en las inmensidades del “Cuartel vacío”…

Un día de tormenta de arena, el bloque de la Fundación Anbary queda sumido en la oscuridad; una gran avería informática responsable de la luz lo convierte en un árbol fantasma metálico y acristalado que implora a un cielo ocre cerrado a cualquier tregua. El informático se ha marchado, ante la negativa a un permiso excepcional sin sueldo. Peligrosamente implicado, abandona clandestinamente el reino para salvar el pellejo. Zakaryah es presa del miedo; él, que había sido estudiante marxista, que entre oración y oración predicaba la revolución agraria confiada a agricultores analfabetos… Su matrimonio con una rusa atea, su marcha precipitada de su país… Le parecía que “su destino se tambaleaba” frente al sueño atávico de los ijwan de erradicar a la humanidad.

Según el autor, todos sus personajes tienen un vacío interior que tratan desesperadamente de llenar, lo que los conduce a una especie de absurdo vital.

Por lo que respecta al tema principal de La Fatwa, Mustapha Bouchareb se plantea: “¿Por qué vamos a la zaga de la civilización moderna y hasta qué punto debemos, o podemos, cambiar como sociedades múltiples y variadas, sin perdernos ni perder el alma en las transformaciones que se nos exigen? Esta oposición es globalmente dual: los hay que quieren abrirse a todos los vientos, mientras que otros preconizan el cierre total; para unos y otros, su posición es la panacea para nuestros males. En mi novela he tratado de plantar cara a cara las dos tendencias, que he podido descubrir allá donde la vida me ha llevado, y describir sus contrastes”.