Autor: Antony Beevor
Editorial: Crítica
Fecha: 2015
Páginas: 616
Lugar: Barcelona

La última batalla de las Ardenas

Pablo Colomer
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Comenzó su carrera con la guerra civil española –fue su tesis, de la que no está del todo orgulloso–, pero es más conocido por sus trabajos sobre la Segunda Guerra mundial, convertido hoy en su cronista oficial. Berlín, París, Normandía y, sobre todo, Creta y Stalingrado, sus obras más redondas, pintan una geografía del horror que este antiguo oficial del ejército regular británico narra con el rigor de los grandes historiadores y el alma de los buenos periodistas. Antony Beevor nos presenta ahora Ardenas 1944. La última apuesta de Hitler, el canto del cisne (negro, sin duda) del genio militar del Führer.

En septiembre de 1944, los Aliados tenían motivos para pensar que el final de la guerra estaba cerca en Europa. El desembarco de Normandía había ido bien –a pesar de Omaha– y París acababa de ser liberada; en el frente oriental, los rusos combatían a las puertas de Varsovia. En julio, el atentado fallido contra Adolf Hitler había fomentado la idea de que el enemigo empezaba a desintegrarse. En Londres, el gabinete de guerra creía que en Navidad todo habría acabado, en concreto el 31 de diciembre. En Washington, convencidos a su vez de una victoria próxima, centraban cada vez más su atención en la lucha contra Japón en el Pacífico. Churchill, quién si no, albergaba dudas, pero la mayoría de los generales, muchos veteranos de la Primera Guerra mundial, estaban convencidos de que septiembre de 1944 sería igual que septiembre de 1918.

El intento de asesinato contra Hitler, en realidad, había reforzado intensamente la dominación nazi. Y estos tenían sus propias ensoñaciones. “Habrá momentos en los que la tensión entre los Aliados será tan grande que se producirá una ruptura. A lo largo de la historia, siempre ha llegado un punto en el que las coaliciones han terminado por deshacerse”, declaró Hitler en una reunión el 31 de agosto.

En otoño de 1944, los problemas –de abastecimiento, sobre todo, pero también los relacionados con rencillas y desavenencias entre británicos y americanos– mermaron el ímpetu de los Aliados, dando esperanzas a los alemanes. Comenzaron, además, a cometer errores de bulto, como la Operación Market Garden, planeada para dar el golpe definitivo a Alemania (ver Un puente muy lejano, de Richard Attenborough) y que acabó en fiasco. Montgomery, “un hijo de puta muy listo”, en palabras de Eisenhower, quería atacar Alemania por el norte. Hasta los alemanes pensaban que estaba equivocado. Los americanos, con Patton como punta de lanza, querían atacar por el Ruhr y el Sarre, la puerta natural de entrada. La tibieza de Eisenhower a la hora de imponer su mando empeoró la situación y las tensiones en las relaciones angloamericanas llegaron a su punto culminante en diciembre.

Las desavenencias en el estado mayor alemán no eran menores. Pero en este caso, los deseos de Hitler acababan convirtiéndose casi siempre en realidad, para dolor de cabeza de Jodl, Guderian y compañía. La tibieza no era una característica que definiese al Führer. Tampoco la prudencia. El 16 de septiembre, Hitler anunció a sus generales que contraatacarían desde las Ardenas, romperían el frente aliado y separarían a ingleses de estadounidenses. En resumen, un nuevo Dunkerque.

El 16 de diciembre, un mes y medio después de lo previsto inicialmente, los alemanes hicieron su última apuesta.

 

Horrores orientales en el frente occidental

“La combinación de oscuros bosques, nieve, tanques, combates desesperados, ataques empecinados y defensas numantinas (Bastogne), heroísmo y padecimientos inenarrables (80.000 bajas por bando), creó un poderoso relato bélico, con una iconografía muy reconocible, que hace comparable las Ardenas a otras batallas señeras de la guerra como Stalingrado, Normandía, El Alamein o Kursk”, explica Jacinto Antón.

“La sorpresa y la crueldad de la ofensiva de las Ardenas trasladaron la horrorosa brutalidad del frente oriental al occidental”, señala Beevor. La sorpresa entre los Aliados fue notable, pero el pánico y el colapso que los alemanes esperaban no se produjo. “Antes bien, provocó un volumen decisivo de resistencia desesperada, una obstinada determinación de resistir a toda costa, incluso en pleno asedio –añade Beevor–. Cuando las formaciones alemanas se lanzaron al asalto, entre gritos y toques de silbato, las compañías aisladas que defendían las localidades clave respondieron contra todo pronóstico a aquel ataque absolutamente desigual”. Este “sacrificio” proporcionó el tiempo necesario para que llegaran refuerzos, y esa fue la contribución clave que hicieron a la destrucción de las ensoñaciones de Hitler. “Quizá la mayor equivocación de las autoridades alemanas fue juzgar erróneamente a los soldados de un ejército al que fingían despreciar”, concluye el historiador británico.

Durante unos días, los alemanes tuvieron al ejército mejor equipado del mundo en jaque, pero en enero de 1945 quedó claro que ese sería el último año de guerra en Europa.